MLFA
Fotografía de 'mi-web.org' |
Durante 43 días permanecí atracado en el puerto de Osaka cargando chatarra; se trataba de automóviles que, debidamente prensados por los costados y arriba y abajo, quedaban reducidos al tamaño de una maleta de viaje. La estancia resultó demasiado larga, la demora se debió a problemas administrativos y técnicos de la planta de achatarramiento.
Aquel tiempo fue suficiente para que mi indiferencia por los japoneses tornara en rechazo hacia su sistema de vida y, desde luego, a una cierta animadversión hacia las personas. En mi ranking (particular, por supuesto) de ciudadanos xenófobos, se encuentran los chinos, seguidos muy de cerca por los ‘japos’, para quienes somos una realidad, sí, pero virtual. Quienes hemos viajado a esos dos países, por razones de trabajo, solemos coincidir en esta apreciación.
En mi caso; todo cambió el 11 de Marzo de 2011, al comprobar, ese día y los que le siguieron, la actitud de la ciudadanía japonesa ante la tragedia que provocó el terremoto de magnitud '9' y el tsunami consiguiente, con olas de 40 metros de altura, hasta ese momento desconocidas.
Cerca de 20.000 muertos; la tragedia de la radioactividad que escapó de la central nuclear de Fukushima; y el colapso del país, del que todavía no se han recuperado, me conmovieron intensamente; y la solidaridad de sus ciudadanos provocó en mí una admiración, casi al nivel de envidia cívica.
Hoy, Japón está en mi corazón, en el recuerdo; y cuando pillo parejas de japoneses en España les ayudo con los móviles y cámaras fotográficas y me gano sus sonrisas.
Ellos son muy 'suyos' y nosotros muy 'de los demás', ¿qué es mejor?