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Pablo cae del caballo, el paradigma de la 'fe del converso'. (Foto 'fdlv.org') |
En la vida de casi todos los seres humanos hay momentos o situaciones que suponen un punto de inflexión, un cambio enorme en la forma de pensar, de vivir, de entender el mundo, de entenderse uno mismo, de ver a los demás. Con frecuencia ocurre al conocer a la persona con la que vas a compartir el resto de tu vida, o al nacer un hijo; puede ser un cambio de trabajo, de ciudad, de país. En ocasiones ocurre al perder a un ser querido o haber pasado por una experiencia dolorosa o difícil (una guerra, una situación de miseria).
Otras veces la experiencia que nos cambia viene más bien de dentro de la propia persona, de un proceso personal de reflexión o psicológico. La intensidad del cambio, la huella que este momento deja, depende también de las características de cada uno, de la intensidad con la que lo vive, y de su fortaleza de ánimo, de su empuje y decisión, de sus cualidades intelectuales, ‘políticas’ y afectivas.
En política encontramos situaciones más banales; la ‘conversión’ del concejal comunista de Manzanares Miguel Ramírez al ‘nievismo’ se debe a la escasez de oportunidades que le brinda su propia organización, lo cual significaría, a corto plazo, que tendría que ponerse a buscar trabajo, como todo ‘quisque’. O el cambio de su conmilitón y amigo, que vira desde la extrema izquierda a la derecha local a la búsqueda de mejores perspectivas de vida social y económica.
El converso pasa a defender con uñas y dientes su nueva situación
El antónimo de la ‘fe del converso’ se considera siempre el ‘Roma no paga traidores’ y el sinónimo político es el ‘tránsfuga’. Y refiriéndonos al plano de la política resultan no ser de fiar, como se comprueba fehacientemente.