Luz de Gas
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El rey le dijo: No temas. ¿Qué ves? Respondió: Un espíritu que sube de lo hondo de la tierra. Saúl le preguntó: ¿Qué aspecto tiene? Respondió: El de un anciano que sube, envuelto e un manto. Saúl comprendió entonces que era Samuel, y se inclinó rostro en tierra, prosternándose.
Samuel le dijo: ¿Por qué me has evocado, turbando mi reposo? Saúl respondió: Estoy en una situación desesperada: los filisteos me hacen la guerra, y Dios se me ha alejado y ya no me responde ni por profetas ni en sueños. Por eso te he llamado, para que me digas que debo hacer.
Pero Samuel le dijo: Si el Señor se te ha alejado y se ha hecho enemigo tuyo. ¿Por qué me preguntas a mí? El Señor ha ejecutado lo que te anunció por mi medio: ha arrancado el reino de tus manos y se lo ha dado a otro, a David. Por no haber obedecido al Señor, por no haber llevado a cabo su condena contra Amalec, por eso, ahora el Señor ejecuta esta condena contra ti.
Y también a Israel lo entregará el Señor contigo a los filisteos; mañana, tú y tus hijos estarán conmigo, y al ejército de Israel lo entregará el Señor en poder de los filisteos. De repente Saúl se desplomó cuan largo era, espantado por lo que había dicho Samuel. Estaba desfallecido, porque en todo el día y toda la noche no había comido nada.
Los filisteos concentraron sus tropas hacia el Cerco. Israel estaba acampado junto a la fuente de Yezrael. Los príncipes filisteos desfilaban por batallones y compañías. David y los suyos iban en la retaguardia, con Aquís. Los generales filisteos preguntaron: ¿Qué hacen aquí esos hebreos? Aquís les respondió: Ese es David, servidor de Saúl, rey de Israel. Lleva conmigo cosa de uno o dos años, y desde que se pasó a mí hasta hoy no tengo nada que reprocharle.
Pero los generales filisteos le contestaron irritados: ¡Despide a ese hombre! Que se vaya al pueblo que le asignaste. Que no baje al combate con nosotros, no se vuelva contra nosotros en plena batalla; porque el mejor regalo para reconciliarse con su señor serían las cabezas de nuestros soldados. ¿No es ese David al que cantaban: Saúl mató a mil, David a diez mil?
Aquís llamó entonces a David, y le dijo: ¡Vive Dios, que eres honrado y no tengo queja de tu comportamiento en el ejército! No tengo nada que reprocharte desde que entraste en mi territorio hasta hoy, pero los príncipes no te ven con buenos ojos; así que vuélvete en paz para no disgustarlos.