lunes, 1 de mayo de 2017

La Saga de La Encomienda (156)

MLFA
(RPI – Prohibida su reproducción)

En 2010 el grupo 'Zagala' pagaba la hora a 1,7 € a trabajadores inmigrantes y 2,7 € a españoles, y sin SS.

Aprovechó un viaje a su país, para reunirse en Djerba con miembros de mafias dedicadas al tráfico de personas, magrebíes y subsaharianos, que utilizaban nuestro país como puerta de entrada hacia la soñada Europa central, aunque muchos de ellos se instalaban en Francia, que contaba entonces con ochocientos mil inmigrantes procedentes del Magreb, la mayoría eran marroquíes y argelinos; resultaba fácil desaparecer en las banlieue de las grandes ciudades de Francia, también en Bélgica. De aquellas reuniones, en las que el tunecino de “Zagala” les dio a entender que contaba con la anuencia de los dueños de los hostales – se trataba de un tipo charlatán y jactancioso – salió un compromiso firme, que comprometía al camarero de noche de “Zagala” a dar acogida, durante períodos de cuatro horas – más / menos – a los inmigrantes que arribarían a la Mancha de matute en camiones despachados en la aduana de Tánger, que viajarían hasta Algeciras en la naviera Limadet, abanderada en Marruecos, cuyos tripulantes se pondrían de lado en las maniobras de acomodación de los paquetes, en los grandes garajes de aquellos buques ferries que, además de carga rodada, transportaban miles de pasajeros al día.

Franqueada la aduana española, enfilaban la autovía a toda prisa, les quedaban 600 kilómetros por recorrer hasta La Encomienda, adonde tenían programada la llegada sobre la medianoche, ya que los controles policiales más rigurosos se desplegaban a partir de esa hora, conocían el cambio de turno de la temida Guardia Civil, que tenía lugar una hora antes, a las once, siempre con precisión militar. Aquel primer viaje se demoró un día sobre la fecha prevista, el tunecino no podía saber que se trataba de una prueba a la que le sometían, por temor al chivatazo, tan habitual en ese tipo de tráfico, y que a veces procedía de vecinos de los viajeros, por razones de envidia, la mayoría de ocasiones. Era muy importante trasbordar a camiones de matrícula española aquellos pasajeros, antes de alcanzar los suburbios del sur de la ciudad de Madrid, allí donde los controles para impedir el tráfico de drogas estaban a la orden del día, como bien sabían los conductores marroquíes.

Al día siguiente llegaron los dos primeros inmigrantes, lo hicieron media hora antes de la medianoche, inmediatamente fueron alojados en una de aquellas habitaciones utilizadas por el personal, la mitad de ellas vacías y desvencijadas, el tunecino les proveía de bocadillos de queso y atún, y sendas botellas de agua, aquella gente llegaba deshidratada y en condiciones lamentables, al ser los conductores verdaderos mercenarios hideputas sin atisbo de compasión hacia sus paisanos, hacinados entre las mercancías y recibiendo golpes en curvas cerradas y en frenazos desconsiderados, a veces por problema de sueño del camionero. 

A las tres de la mañana llegó el camión español que se haría cargo de los paquetes, el conductor aceptó un café bien cargado y unos dulces de aquellos industriales, después de entregar un sobre al tunecino, que guardó a buen recaudo de camino a la cochambrosa habitación donde dormían aquellos dos, que ni tan siquiera eran paisanos suyos, que habían pagado mil euros cada uno por el trayecto hasta Madrid, adonde llegarían en hora de apertura de Mercamadrid, inmersos en la avalancha de camiones que se acercaban al mismo, allí se perderían entre las luces del amanecer, o bien contactarían con representantes de la mafia de Marruecos, en el caso de que quisieran seguir viaje hasta Francia, previo pago de otro contrato, éste, entre Madrid y Lyon les costaría mil quinientos euros por cabeza. Saltaba a la vista, por aquellos precios, de que se trataba de una organización de nivel alto y ello redundaba en mayores posibilidades de éxito y los paquetes aquellos lo sabían.

“Zagala” se había convertido en centro de trasbordo y enlace de inmigrantes ilegales, parece ser que sin conocimiento de los dueños, aunque comentarios llegaría a haber para todos los gustos, ya que el tunecino era un botarate, incapaz de chapurrear el español después de veinte años de estancia en nuestro país. Fuera como fuese, aquel negocio le proporcionó pingües beneficios, y no parece que resultara rentable para los Expósito, de hecho la Guardia Civil lo descartaría de plano a lo largo de la instrucción. Las cosas se torcieron, varios meses después, con motivo de la llegada de una pareja de subsaharianos, aquella hembra era espectacular, su tono de piel era el del ébano y sus facciones suaves, provenían de Mauritania; el camionero no se la quitó de la cabeza en todo el viaje, imaginaba perversiones al volante de su camión lleno de verdura, entre cuyas cajas se bamboleaba aquella pareja de desgraciados, al compás del movimiento de ejes y ruedas, acurrucados y abrigados con gruesas mantas, al tratarse de mercancía refrigerada.