miércoles, 3 de mayo de 2017

La Saga de La Encomienda (157)

MLFA
(RPI – Prohibida su reproducción)

Fábrica de Harina de Manzanares, considerada de interés inmobiliario municipal.

Llegaron a “Zagala” unos minutos después de la medianoche; el conductor se dirigió en lengua árabe al tunecino, quien, a pesar de tratarse de un dialecto diferente, entendió el mensaje que le imploraba aquel maldito sinvergüenza, éste dudó acerca de complacer su petición, pero tuvo en cuenta que se trataba de un conductor reconocido, había realizado varios viajes con aquella carga humana. Decidió invitar a un filete de carne con muchas patatas fritas al varón, que no era musulmán, saltaba a la vista de cualquiera, ya que admitió de muy buen grado el vaso de vino tinto que le ofreció aquel truhán, al inicio de aquella conversación, arte éste en el cual era muy versado el tunecino. Mientras tanto, el otro desaprensivo acompañaba a la mujer a la habitación de descanso y espera del otro medio de transporte. En el acomodo de la negra en aquel reducido catre trató de ayudarle, a lo que ella se mostraba del todo reticente, y decidió volver a la barra a por un vaso de leche bien caliente, que esta pobre le agradeció, bien dulce como estaba. 

El tipo, excitado del todo, intentó acomodarse junto a ella, momento preciso en que la hembra comenzó a proferir gritos que parecían de gran agonía, a lo que respondió el camionero con empujones y bofetadas, en un intento desesperado por hacerla callar como fuera. El primero en acudir fue el marido, que atendió solícito a su esposa, presa de histeria e incapaz de controlar aquellos gritos que parecían alaridos. Pocos minutos después aquello era un pandemónium, al aparecer dos huéspedes que se habían echado ropa encima, lo primero que habían pillado, decididos a llamar a la Guardia Civil y a los dueños, a pesar de los ruegos del tunecino que exigía devolver a la pareja al camión aquel que los había traído. El olor a aceite quemado se extendió por aquellas dependencias del servicio, al abrasarse las viandas con que pensaban entretener al pobre marido. Por la cabeza del tunecino había pasado, unos minutos antes, y como un sueño fugaz, la posibilidad de montar a la hembra, si ella accedía a los requiebros del conductor, y llegó a decidir un pago por el servicio, de llevarse a cabo.

No había transcurrido un cuarto de hora, quizás menos, cuando agentes de la Guardia Civil irrumpieron en el establecimiento y se hicieron cargo; primero de la situación, y posteriormente de los cuatro protagonistas: camionero, camarero y los dos inmigrantes, después de atender a la mujer de color, tarea que se encomendó a una enfermera de urgencias que se trasladó al hostal y que acompañó a la desventurada a las dependencias de la propia Guardia Civil, al rato otra patrulla, esta vez de la policía municipal, procedió a precintar el camión, que más tarde sería decomisado. 

Antes de proceder al precinto un policía tuvo la brillante idea de ordenar la descarga de todas aquellas toneladas de verdura y ponerlas a buen recaudo, antes de que se estropearan. A la descarga acudieron dos agentes de la Benemérita, que dejaron constancia de que no había personas en el interior del vehículo, un ‘Volvo 560’ nuevo de trinca, y matrícula del vecino reino alauita, que llegaría a decomiso por transporte ilegal de personas.

Emilio llamó a su amigo funcionario de prisiones, aquel que estaba enamorado de María, su mujer; éste se brindó a colaborar con la familia y ocuparse del camarero; fue lo que generó las sospechas malintencionadas de varios vecinos acerca de la responsabilidad de los dueños del complejo en el tráfico de inmigrantes; siendo así que las malas intenciones se ubicaban en la mente del funcionario, que despreciaba al moro, como le decía él, pero trataba de impresionar a María y de conseguir favores de sus amigos de “Zagala”. 

En mala hora aceptó aquel encargo ya que el tunecino hablaba del funcionario, en el patio de la cárcel, como si se tratara de algún amigo íntimo, llegando a contar que el funcionario quería acostarse con su jefa, que él lo sabía todo de aquella casa. Cierto es que causó extrañeza que se ocuparan de su defensa y cuidado en prisión. Tres años después la extrañeza fue mayor, al recolocar de camarero al convicto, encontrándose en libertad vigilada. 

La planicie manchega actuaba a modo de estación modal, un perfecto intercambiador de toda clase de envíos, bien fuera de drogas, inmigrantes o – algo peor – transporte de mujeres que serían prostituidas a la fuerza, procedentes de lugares tan lejanos como China y Camboya. Era geoestrategia pura y dura al encontrarse Madrid protegido y blindado, según su alcalde, que no sabía lo que nos esperaba unos meses después, pero es que Gallardón era muy impostado. 

La autovía había ganado la batalla al ferrocarril, mucho más fácil de controlar, y se contaban por cientos los caminos rurales que, como si se tratara de afluentes, iban a parar a la autovía; ello abría multitud de vías de escape, utilizadas a la más mínima señal de alerta enviada por móvil desde el coche piloto, vehículo que precedía, absolutamente limpio, a aquél que transportaba drogas o personas, técnica copiada de grupos terroristas, usuarios también de la Autovía A4.