viernes, 5 de mayo de 2017

La Saga de La Encomienda (158)

MLFA
(RPI – Prohibida su reproducción)

Catedral de Cuenca

Hacía ya un mes que el ‘Neme’ había sentado sus reales en la vivienda familiar cuando Rosi le comunicó su estado de buena esperanza; volvía del médico y se pasó por el bar para decírselo en un aparte, el tabernero estaba solo a esa hora, pero podía entrar algún cliente de sopetón. Ya no podía esperar más, había cumplido su segunda falta y el tiempo apremiaba; se trataba de un hombre carente de sensibilidad y de sentimientos muy primitivos, no obstante se mostró contento, y parecía ser sincero, de seguido comenzó a hacer planes, dando por hecho que se trataría de un varón, ella, sumisa, aceptaba el énfasis que manifestaba su recuperado marido, más pendiente de la llamada de su amiga Sonia, con la que se vería al atardecer. Nemesio quedó entre sus tapas de mediodía y atendiendo a dos clientes recién entrados. Se despidió de su mujer con un abrazo que provocó silbidos de admiración por parte de los clientes, personas de confianza y a las que hizo saber aquella nueva con disimulado orgullo, recibiendo plácemes de aquellos dos, personas de cierta edad y educados como pocos, del grupo de clientes afines a aquel renegado de “Zagala”

Nemesio recordó con admiración aquellas ingles depiladas de su mujer, al principio le llamó la atención, nunca había estado con una mujer bien recortada y había dejado pasar el tiempo antes de pedírselo a su amante, era muy susceptible y podía mosquearse con él. Alicia estaba preciosa, disponía de dinero y tenía un gusto innato para la ropa, además de humildad para dejarse aconsejar por las empleadas de las dos boutiques del pueblo, aunque para las prendas más de moda se iba a Valdepeñas, acompañada de su hermana que sabía conducir el coche del “Neme”, y que conocía su relación desde hacía años. 

Éste la veía guapa de verdad, como si los años no afectaran su físico, toda eran turgencias y, en ocasiones, pensaba hacerla suya por ley, claro que, con Rosi embarazada, la situación era muy diferente, le hacía ilusión tener un hijo, para el cual ya tenía grandes proyectos; el resquemor por Alicia y su atractivo descollante, a la vista de otros hombres, le preocupaba de verdad; decidió emplear más dinero en mantener contenta a aquella hembra portentosa, con cualquier excusa la llevaba a otros pueblos, alguno de los días de descanso, explicando a Rosi que resultaba rentable para el negocio ir a visitar a los proveedores en sus empresas, todas ellas ubicadas en la provincia; y en ocasiones, pedían habitación en moteles elegantes de la autovía, allí le hacía sentirse como una señora, aunque la dama arramplara con jabones, peines y muestras de perfumes del cuarto de baño, que llevaría a su hermana. 

El bueno de Nicolás seguía en “Zagala”, en mejores condiciones económicas y con la posibilidad de llevar a su casa comida de calidad, que le preparaba el cocinero con gusto. Su mente estaba con su hijo, más bien con el futuro del mismo, era buen estudiante, a pesar de la despreocupación manifiesta de la madre por los estudios del muchacho. Él quería otro hijo, Alicia ponía todo de su parte para que esto no ocurriera – ni hablar, se decía a sí misma – y le aceptaba la cópula cuando sabía positivamente que no quedaría preñada, él no entendía de aquellos menesteres propios de mujeres.

Comenzaban los preparativos para nuevas elecciones generales, a pesar de que se celebraba la Navidad en medio de un frenesí de consumo desconocido en nuestro país; en las capitales las muchedumbres llegaban a entorpecer el tráfico rodado, las tiendas liquidaban género antes de tiempo y los almacenistas se veían y deseaban para reponerlo. El euro de 200 pesetas, se confundía con el euro de a 100 pesetas y las familias, caídas en el error, tiraban la casa por la ventana. 

No cabían dudas; la mayoría de la población daría el voto al señor de barba rala del PP, aquel Rajoy nombrado sucesor in péctore de José María Aznar; las malas lenguas decían que su aditamento piloso, mal recortado casi siempre, se debía al intento de ocultar cicatrices de las heridas que se habría producido en su juventud, al salirse de la carretera de Redondela a Cangas de Morrazo, nunca mejor dicho lo de morrazo, por conducir medio enchispado. Aznar pensó que era el más adecuado, no para dirigir España, que de eso ya se encargaría él mismo en la sombra, sino para representar al PP de Fraga, de forma que Aznar representaría el centro político desde la fundación FAES y Rajoy la derecha contumaz, abierta incluso a la extrema.

Los virreyes del sur, como pudimos comprobar, aprovechaban aquella bonanza económica, y la generación de ingresos en los Ayuntamientos, para poner puertas al campo; quien dice puertas piensa en baldosas y acerados en ninguna parte, que justificaban empleo a votantes socialistas consolidados, dotando a los municipios de nuevos equipamientos lúdico-deportivos, así como rotondas carísimas de muy dudoso gusto urbanístico. En La Encomienda se levantó una torre masónica, sin que los vecinos entendieran aquellos signos, que creyeron de árabes.