Manuel Puerto Ducet
Mario Conde mantuvo contactos políticos con Albert Rivera después de salir de prisión la primera vez. |
Pioneros de una inmoralidad Hace ya unos años, se destaparon las emblemáticas «hazañas» de Mario Conde y Javier de la Rosa, que evidentemente cabe matizar. El primero fue un hombre inesperadamente enriquecido y seducido por el poder, que asegura ahora haber escarmentado. El segundo, un pionero y vocacional estafador que se coló en una fiesta de alto standing. Si Mario Conde se hubiese moderado cuando ya disponía de una fortuna como para que vivieran de lujo diez generaciones de «condesitos», ahora sería una persona envidiada y respetada, como lo fue cuando se convirtió en modelo de la juventud pija española. En su vorágine, fue incapaz de frenar; cuando tuvo tres fincas quiso seis, cuando tuvo dos yates quiso tres, el jet privado se le hacía pequeño; al amarrar su yate junto al del rey, es probable que rezara para que este se hundiera y así poder ocupar su plaza. Así hasta que se creyó inmune; perdió la conciencia del miedo, sintió estar por encima del bien y del mal y, en este escenario, la sensación de plácida impunidad no conoce freno. ¿De qué le sirvió su supuesta inteligencia y ser el número uno de su promoción?