Torcuato Fernández Miranda, al servicio del rey y de la banca. |
María Eugenia y Silvia Alonso Fernández-Miranda se quedaron sin padre siendo muy jóvenes. Durante años colaboraron conmigo en la dirección regional de BANIF y cultivamos una sincera amistad. Su tío materno, Torcuato Fernández Miranda, ejerció de padre de ambas y tuve ocasión de contrastar la inteligencia y categoría humana de aquel insigne personaje. Fue un animal político que no tenía espíritu de divo y, dentro de los límites que le fueron permitidos, mantuvo siempre una independencia intelectual; afortunadamente para él, no formó parte de ninguna de las familias del Régimen. De haber pertenecido a alguna de ellas, acumulaba sin duda mayores méritos de liderazgo que Carlos Arias para sustituir a Carrero Blanco. Me consta que murió satisfecho al no haber tenido que pasar a la historia como el pregonero de la muerte del dictador. Torcuato Fernández Miranda fue un hombre sabio y el más hábil tramoyista que tuvo la transición. Lo definiría como alguien que abogaba por el bien común, pero que no se hubiese dejado matar por defender la democracia. Torcuato Fernández Miranda no pudo hacer más de lo que hizo.
Hacía las cosas, simplemente, porque correspondía hacerlas, considerando que era lo mejor para los españoles. Resulta sencillo para un broker medianamente cualificado actuar en periodos de bonanza bursátil; la auténtica dificultad estriba cuando hay que afrontar un periodo de crisis. En dos ocasiones tuvimos que enfrentarnos al más difícil todavía, al vernos forzados a obtener beneficios de una cartera con una Bolsa a la baja. La primera de ellas fue con la cartera del monarca y ya anticipo que ni él, ni el jefe de su Casa lo exigieron. El inefable presidente de BANIF, Manuel de Arburúa, excelente cazador de perdices, debía de estar a la altura, en su cita anual al ir a rendir cuentas ante el jefe de la Casa de Su Majestad.
Hubo que recurrir a la imaginación. No voy a abrumarles con los detalles y tan solo voy a darles unas pistas: como ya he comentado con anterioridad, antes de la informatización de la Bolsa, los Agentes de Cambio y Bolsa disponían de una semana para liquidar sus operaciones y en consecuencia para adjudicar a uno u otro titular cada una de las partidas compradas o vendidas. En un colectivo tan «respetable», los monárquicos por tradición, vasallaje o conveniencia, ganaban por goleada y no hizo falta incentivarles en su fidelidad a la corona. La sociedad Privanza del grupo BBV administraba la otra mitad de la regia cartera y rivalizábamos para presentar mejores resultados. Siempre quise ser rey para no tener que molestarme en pedir a nadie que deseara lo mejor para mí. Mucho más que todo eso, me preocupa el caso del chico ese Iñaki. Muchos se rompieron durante años los cuernos en el Barça, para insuflarle los valores inherentes al club; se nos va a la Casa Real, se lía con unos políticos corruptos (valga la redundancia) y adiós principios.
Si nos quedamos con la esencia del suceso, el caso del duque de Palma no difiere en absoluto del comportamiento de la inmensa mayoría de quienes acceden a parcelas de influencia y de repente ven sus mentes nubladas y presas de irrefrenables impulsos, que les conducen a cometer toda clase de tropelías. En condiciones normales, el escándalo no se hubiera aireado, pero sucede que de cuando en cuando se ventila alguna trama que de sus flecos pende algún «excelentísimo señor».
De haber detectado con anterioridad la Fiscalía la implicación de un notable de tal calibre, nadie hubiera oído hablar ahora del caso Palma Arena y el cañonero «Urdanga» seguiría tan campante con su camiseta colgada en lo más alto del Palau Blaugrana y su estatua de cera, ubicada junto a la de la familia real. Llegado el caso y en aras del bien común, al gobierno de turno no le temblará el pulso para utilizar la potestad que democráticamente le concedieron los ciudadanos, para conceder indultos a quienes más méritos acumulen por su contribución a la sociedad, tal como hizo Alfredo Sáenz con su sociedad bancaria o el duque de Palma con su sociedad Nóos.
No se puede decir que el comportamiento de nuestro monarca haya sido impecable mandando a su yerno a Estados Unidos para ver si colaba, contando para ello, con la inestimable colaboración de otro insigne beneficiado por la justicia —el «privilegiadamente informado» Cesáreo Alierta— que le procuró al innoble duque la representación de Telefónica en el «Nuevo Mundo», con la desinteresada colaboración de los sufridos accionistas de las «matildes», que corrieron con los gastos.