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viernes, 8 de septiembre de 2017

"Oligarquía financiera y poder político en España" - J. Marín (043)

Manuel Puerto Ducet


Lucro cesante 

La calificación de Lehman Brothers era, según Moody’s, superior a la que ostentaba el mejor posicionado de los bancos españoles. A la inmensa mayoría de los clientes del nuevo BANIF, les fueron colocados los estructurados de Lehman Brothers como una operación totalmente garantizada y con riesgo cero; paradójicamente, estaba contemplado como el porcentaje de inversión segura que se incluye en toda cartera para su correcta diversificación, compensando el riesgo de otras inversiones más agresivas. La cadena de irresponsabilidades no se interrumpió en ningún momento desde el diseño del producto hasta el último intermediario. El mismo Lehman Brothers emitió un informe en abril de 2008, reconociendo que había colocado activos contaminados y alertando del riesgo a sus suscriptores. BANIF no solo no informó de ello a sus clientes como es preceptivo, sino que ni tan siquiera se molestó en ordenar que se liquidaran posiciones, a diferencia de lo que hicieron otras entidades tenedoras de Suiza y Bélgica. Me solidaricé, y al tiempo me indigné, con el doloroso testimonio de algunos de mis antiguos clientes, que, desoyendo mis consejos, siguieron vinculados a BANIF. Ignoraba el momento en el que se produciría el descalabro, pero, como testigo de una deriva, sabía que aquel castillo de naipes no podría mantenerse por tiempo indefinido. 

lunes, 24 de julio de 2017

‘Oligarquía financiera y poder político en España’, J A Bueno (020)

Manuel Puerto Ducet

Todo el día cabreado; no podía navegar en Baleares y lo hacía en el Caribe entre mosquitos y móvil en mano.

Juan Antonio Bueno y Antonio Zoido eran amigos personales y vecinos en una conocida urbanización madrileña. Eran habituales las barbacoas con familiares y amigos en el jardín de uno y otro, pero cuando el primero fue represaliado, Zoido no solo miró hacia otro lado, sino que decidió romper con una relación personal de varios años. Me unía una estrecha amistad con Juan Antonio, forjada en mil batallas. Al término del Consejo en el que se decidió su destitución, estaba realmente abatido y consideré oportuno retrasar mi vuelta a Barcelona para atenderle y prestarle apoyo moral. En el transcurso del Consejo, había mantenido intacto su orgullo, pero cuando estuvimos a solas, se derrumbó; no podía asimilar lo que había sucedido y lo dejé en su casa muy abatido. Intenté hacerle entender que aquello no era el fin del mundo, pero él no estaba por la labor. Pensé que transcurridos unos días volvería a la realidad, pero no fue así. A partir de aquel momento, todos los esfuerzos para establecer contacto con él resultaron inútiles; no cogía el teléfono y parecía que se lo hubiera tragado la tierra. Por lo visto, la depresión se adueñó de él y, poco tiempo después, me informaron que había puesto fin a sus desdichas.