miércoles, 26 de julio de 2017

Oligarquía financiera y poder político en España, Amusategui (022)

Manuel Puerto Ducet

 Amusátegui, a los mandos de su yate; según la tripulación cobraban en 'negro', a pesar de ser franceses.

Claudio Boada fue un personaje excepcional por su versatilidad y por la sabiduría inherente a todo viejo zorro. En el ámbito empresarial, lo hizo igual de bien como presidente de Altos Hornos, del INI o del Banco Hispano Americano. Era lo que podíamos llamar un ejecutivo a la vieja usanza, que garantizaba el éxito en todas sus intervenciones. Cuando accedió a la presidencia del Hispano Americano, el banco estaba al borde de la suspensión de pagos, tras la funesta gestión del dúo Alejandro Albert-Jaime Soto. La experiencia estrictamente bancaria de Boada se reducía a unos pocos años en el Banco de Madrid, aunque ya dejó allí su impronta. Tan solo precisó de algo más de un año para reflotar a uno de los «grandes» y retornarlo al puesto que le correspondía. De la raza de «don Claudio» solo se reproduce un ejemplar cada 25 años. Hubiera supuesto un hecho insólito que su escudero Amusátegui repitiera la mitad de sus genialidades. Claudio Boada tenía su corazoncito y acabó cogiéndole cariño a aquel abogado gaditano. 

Desde que asumiera la presidencia de Altos Hornos, lo reclamó como hombre de confianza en todos los cargos que ostentó. Sin el amparo de su valedor, Amusátegui se mostró muy pronto como un gran ingenuo; un corderillo con ambiciones y escasas luces en manos de Botín. Una vez ocupada la poltrona del Banco Central-Hispano y con un Escámez crepuscular, pensó que sería invulnerable a las acechanzas del capo de las finanzas, pero al poco tiempo experimentó la soledad del dirigente y buscó refugio entre quienes consideraba sus amigos. Lamentablemente para él, se equivocó una vez más al elegir como confidente a Rodrigo Echenique, consejero-delegado del Santander, con el que había entablado «amistad» en los tiempos en el que ambos coincidieron en la Asociación Española de Banca. A él se confió, convencido de que las viejas intenciones de absorción por parte del Santander eran agua pasada. Se creyó aún más fuerte tras la fusión con el Central; vana fortaleza que su «amigo» Echenique se afanó en incentivar. 

Llegó este a sugerirle el nombre de varios ejecutivos que supuestamente deberían reforzar la postura del Banco Hispano frente a hipotéticas e improbables acometidas de terceros, pero la intención de Echenique era bien distinta; los recomendados eran quintacolumnistas de Botín. Amusátegui cayó en la trampa y permitió el desembarco en el Central-Hispano de una unidad de zapadores que tardaron siete años en minar toda resistencia. Una vez consolidadas las posiciones de estos mandos intermedios, se remató la faena con la incorporación al más alto nivel del ejecutor Ángel Corcóstegui. 

Cuando Amusátegui se dio cuenta de la celada, ya era demasiado tarde; intentó el recurso de los tribunales ya que don Emilio incumplió los pactos, como en él es costumbre. Alguien debió de convencerle de que en el ámbito de la justicia Botín es imbatible. Decidió al fin recoger un «dinerillo» y disfrutar de un exilio dorado. Quiso ser cabeza de ratón y debió de conformarse con ser cola de león. Fue un buen segundo a las órdenes de un buen señor como Claudio Boada, que ya había resistido con éxito reiteradas acometidas del cántabro.