Manuel Puerto Ducet
El remate cutre de la picaresca nacional lo viví en primera persona a raíz del chantaje planteado por Juan Antonio Díaz Álvarez, presidente de SEAT. Este sujeto era cliente de la regional catalana de BANIF —posteriormente imputado por desfalco en su empresa y salvado in extremis por la campana del presidente de Volkswagen, que decidió abortar un escándalo corporativo—. Díaz Álvarez tenía en su cartera acciones procedentes de una emisión de obligaciones convertibles de la sociedad inmobiliaria Cartemar. A lo largo de los años, había sido una de las pocas inversiones fallidas en su cartera, que en conjunto acumulaba importantes plusvalías. Cartemar había desarrollado una gran promoción inmobiliaria en Canarias y, por el parón del sector a principios de los noventa, se vio forzada a declararse en suspensión de pagos. El presidente de SEAT, haciendo gala de inaudita prepotencia, exigió que se le rembolsara el importe de la fallida inversión. Me negué en redondo y salió jurando de mi despacho. Al día siguiente, recibí la visita de Emilio Gutiérrez, director regional del Banco Flispano Americano, intercediendo por el personaje, ya que le había amenazado con retirar todo el negocio que la empresa automovilista mantenía con el banco.