Manuel Puerto Ducet
¿Quién les iba a decir a estos dos mafiosos que terminarían en prisión? |
¿Sería una catástrofe si desapareciera la banca llamada de inversión y la actividad financiera regresara a los cauces mucho más controlables de la banca tradicional? En el seguimiento de los bancos de inversión, participa displicente la Comisión Nacional del Mercado de Valores; una institución totalmente inoperante que queda en evidencia cada vez que se le pone a prueba. La CNMV da por buenos los dictámenes de las sociedades de rating en un claro ejercicio de complejo de inferioridad ante el asumido prestigio de lo yankee. ¿Cuál es pues su función? ¿Qué clase de control ejerce cuando un banco como el Santander le cuela a sus clientes gazapos del tamaño de Lehman Brothers y Madoff? El historial delictivo del noble clan de los Morenés se remonta a unos cuantos años atrás. Miguel Morenés, conde del Asalto (sería difícil hallar título más apropiado para él), fue figura destacada en la trama compartida por su suegro Bertrand de Caralt, consejero y principal accionista de Asland. Utilizó el dinero obtenido por la venta de la cementera para instrumentar un fraude de colosales dimensiones.
En aquella ocasión, Bertrand de Caralt y Miguel Morenés solo tuvieron que ser comprensivos con el asumible chantaje al que les sometió el cartel encabezado por su señoría Pascual Estevill y el insigne catedrático Piqué Vidal. El pellizco para este par de mafiosos suponía algo menos del 1% sobre la cantidad defraudada; un negocio redondo y provechoso para ambas partes. Démosles gracias, además, a los padres de la patria, que tardaron más de veinticinco años en legislar sobre unos delitos que el franquismo contemplaba con benignidad, debido a que nadie que no fuera adicto al Régimen ocupaba un cargo de relevancia y, por tanto, cualquier delito cometido por un afecto difícilmente trascendía y, de trascender, la fiel judicatura no lo sancionaba. No era necesario darse prisa en impulsar modificaciones legales de este tipo, ya que los directos beneficiarios y sus herederos seguían siendo los más incondicionales servidores del nuevo orden.
Ignoro si tendrá vela en este entierro el nuevo y patriótico ministro de Defensa, Pedro Morenés, al que por el bien de España y de su enésima revolución nacional-sindicalista, le deseo de corazón que protagonice la excepción que confirme la regla, dentro de la saga de los Morenés. No estaría de más, tal como están las cosas, que les diera un toque a los garbancillos negros de su familia, Antonio, Guillermo, Javier y Miguel, para que moderen sus impulsos y libren a España de nuevos expolios.