Manuel Puerto Ducet
Todo el día cabreado; no podía navegar en Baleares y lo hacía en el Caribe entre mosquitos y móvil en mano. |
Juan Antonio Bueno y Antonio Zoido eran amigos personales y vecinos en una conocida urbanización madrileña. Eran habituales las barbacoas con familiares y amigos en el jardín de uno y otro, pero cuando el primero fue represaliado, Zoido no solo miró hacia otro lado, sino que decidió romper con una relación personal de varios años. Me unía una estrecha amistad con Juan Antonio, forjada en mil batallas. Al término del Consejo en el que se decidió su destitución, estaba realmente abatido y consideré oportuno retrasar mi vuelta a Barcelona para atenderle y prestarle apoyo moral. En el transcurso del Consejo, había mantenido intacto su orgullo, pero cuando estuvimos a solas, se derrumbó; no podía asimilar lo que había sucedido y lo dejé en su casa muy abatido. Intenté hacerle entender que aquello no era el fin del mundo, pero él no estaba por la labor. Pensé que transcurridos unos días volvería a la realidad, pero no fue así. A partir de aquel momento, todos los esfuerzos para establecer contacto con él resultaron inútiles; no cogía el teléfono y parecía que se lo hubiera tragado la tierra. Por lo visto, la depresión se adueñó de él y, poco tiempo después, me informaron que había puesto fin a sus desdichas.
Creo que en toda mi vida, habré llorado en dos o tres ocasiones de rabia; esa fue una de ellas. Antonio Zoido Martínez. Del banco de Blas Piñar y Manuel de Arburúa a presidente de la Bolsa con la bendición de Botín. Más partidario del ahorro que del endeudamiento, ya que siempre me tocaba pagar la cuenta en el restaurante del Club Financiero. Antonio Zoido, hasta hace poco presidente de la Bolsa de Madrid, es el típico superviviente de todas las absorciones con una acusada capacidad de adaptación al medio. Lo conozco desde sus tiempos del Banco Mercantil e Industrial cuando esta entidad fue absorbida por el Hispano Americano. Fue el único directivo que procedente del banco de Blas Piñar y medrando lo suyo, consiguió acceder a la dirección general del Banco Hispano Americano. Manejando influencias, consiguió ser nombrado presidente de la «bancarizada» Bolsa de Valores madrileña, turnándose en el cargo en un principio con Francisco Pizarro, pero quedándose con la plaza en propiedad y confirmado insólitamente en el puesto por el nuevo patrón del Santander.
Es, junto a Antonio Basagoiti, el único ejecutivo que procedente del Hispano Americano ha hecho carrera bajo los auspicios del magnate cántabro. En un país serio, nunca un banquero o un bancario en ejercicio debe presidir la Bolsa de Valores, al constituirse en juez y parte, por mucho que todos tengamos asumido que Spain is different. Estoy en condiciones de asegurar que, si en 2008 el nuevo BANIF del Santander hubiera dispuesto de un puñado de los denominados despectivamente gurús, en lugar de una pléyade de sumisos y clónicos funcionarios, no se hubiera encontrado entre las manos el importante paquete de estructurados basura de Lehman Brothers que, junto a los activos de Madoff y al mutado «BANIF Inmobiliario», han estado a un paso de provocar la desaparición de la decana y antaño prestigiosa entidad. No existe una razón de peso que obligara a alejarse de una filosofía de inversión proclive a un mayor control de los activos. Las ansias de sofisticación y, en ocasiones, la exagerada fascinación por lo yankee acabaron entroncando con una actividad dolosa, amparada en la insólita y continuada impunidad de sus promotores.
La fórmula Botín supuso la introducción en BANIF de emisiones de derivados de alto riesgo, que se pretendió justificar con el falaz argumento de la elevada demanda de productos financieros exóticos. Connivencia dolosa con emisores extranjeros, desatada ambición e incompetencia en la gestión son los ejes que conforman el hábitat de la actual banca de inversión. Tras la inconcebible solvencia otorgada entre otros a Lehman Brothers por parte de las sociedades de rating, no parece que hubiera nadie dispuesto a verificar la bondad y garantía de los productos contaminados que estas entidades emitían.
Los departamentos de estudios y análisis de la mayoría de bancos y sociedades gestoras no solo se han transformado en coladeros de basura financiera, sino que actúan como departamentos de cosmética al servicio de estos subproductos. La codicia de algunos banqueros patrios, tentados por las suculentas comisiones de colocación, ha acabado con la credibilidad de una banca de inversión, que se había labrado con mucho esfuerzo un merecido prestigio. El cambio de siglo consagró definitivamente en BANIF el inicio de una etapa, en la que el cliente pasaba a convertirse en mero instrumento para ganar dinero, sin reparar en el perjuicio que se le pudiera ocasionar.