sábado, 15 de julio de 2017

La Saga de La Encomienda - Agonía y muerte del Caudillo Franco

MLFA
Autor de 'La Saga'
 
15.150 ramos de flores (por ahora) han cubierto su tumba en homenaje a tanto bien como hizo por España.

En los primeros días del mes de noviembre de 1975 la enfermedad del Caudillo empeoraba, y llegó a ser encarnizamiento terapéutico, que llevó al enfermo a pronunciar aquella frase que se hizo famosa: ¡Qué duro es morir! que recorrió las redacciones de los periódicos de medio mundo, todas ellas habían destacado corresponsales en Madrid, por la trascendencia del caso, ya que nada se sabía acerca del proceso de Transición, que sería pilotado por el Príncipe Juan Carlos, personaje imprevisible, ordenado y conservador en su función pública de representación, pero audaz y liberal en su vida privada, como era de todos conocido, aunque nunca publicado por la prensa del Movimiento. El príncipe don Juan Carlos era un ‘bon vivant’ y España entera contenía la respiración a mediados de aquel noviembre.

El día 20 fallecía a la edad de 83 años, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, después de sufrir una larga enfermedad, ya que ese mismo Dios negó una muerte dulce a quien tanto sufrimiento había provocado; su hermana Pilar llegó a decir: “Mejor hubiera sido para España y los españoles que mi hermano Paquito hubiera sido fontanero’. Si la medicina se empleó a fondo para intentar prolongar su vida, la Iglesia no quiso ser menos y la parafernalia de su velatorio, funeral y entierro, no desmereció de la de los Reyes Católicos, de hecho la superó. Para el entierro del Caudillo no hubo necesidad de contratar plañideras, casi toda la ciudadanía lloró, algunos forzados por sus circunstancias, a la muerte del Dictador. Se le mantuvo con vida hasta el día 20 para hacer coincidir su óbito con el de José Antonio Primo de Rivera, asesinado 39 años antes en Alicante, un 20 de Noviembre de 1936.

En “Zagala” la desaparición de tan insigne figura tuvo consecuencias; la más curiosa fue la desaparición de Demetrio, que permaneció durante tres días encerrado en su dormitorio, con la escopeta al lado y dos o tres cajas de cartuchos, alimentado y a un tiempo consolado por Rita, su querida esposa; todo lo cual llegó a ser de dominio público gracias al ‘chincheta’, cliente habitual de la cafetería, por su trabajo en un taller mecánico próximo a “Zagala”.

El ‘chincheta’ era un conocido comunista que, actualmente, milita en la derecha y estaba obsesionado con Demetrio y familia, habiendo llegado a recabar información sobre ellos a sus conmilitones de Quintanilla; al mismo tiempo era un sátiro encelado con las empleadas del hostal, donde almorzaba a diario y astuto como era, amen de avispado por el vino, conseguía información de aquellos camareros a los que, de vez en cuando, arreglaba bicicletas y motos de segunda o tercera mano de forma gratuita, que aquellos le compensaban en los almuerzos cotidianos. En aquellos días el ‘chincheta’ bien se holgaba por haber conocido muchas cosas, siendo la más importante de ellas el encierro del jefe Demetrio en su aposento y el trajinar de su esposa, llevando y trayendo tazones de caldo y pan recién hecho, para alivio del encerrado con sus fantasmas, también para una adecuada alimentación, los achaques ya hacían mella en Demetrio, no en vano superaba de largo la cincuentena.

El ‘chincheta’ era un bacín (chismoso y a la vez chivato), expresión utilizada en la comarca, muy dados sus vecinos a averiguar y bacinear, todo ello consecuencia de la desconfianza hacia el foráneo, a lo que debemos añadir la envidia, una verdadera pandemia en la España del subdesarrollo; éste era el personaje siniestro que acudía hasta dos y tres veces por día a “Zagala”, desde su taller, próximo al hostal, bien cierto es que nunca consiguió enredarse con empleada alguna.

Tal y como Demetrio había previsto cuando invirtió su fortuna en aquel páramo La Encomienda se expandió en aquella dirección; talleres de automoción, empresas pequeñas y medianas de almacenaje y distribución de paquetería; algunos falsos chalets, disfrazados de casillas de campo, en las que no había ningún apero agrícola y sí grandes explanadas ajardinadas y piscinas para solaz de aquellos falsos agropecuarios, ocultas a la vista por altos setos y vallas.

Estos chalets construidos en parcelas adquiridas a la familia Expósito, disponían también de pozos de agua ilegales y algunos obtenían electricidad tomándola directamente de los postes y torres de la luz más cercanos. Y obtenían subvenciones por cuatro olivas y un majuelo.

El filón que había encontrado el ‘chincheta’ tardó poco en ser sepultado por muy determinadas fuerzas de la reacción; en aquél año de 1975 los comunistas seguían en la clandestinidad, y es un concejal de derechas, familiar de alguno de los responsables del PCE, quien sugiere a su pariente que acallen al ‘chincheta’ por el bien de todos, y, dicho y hecho, el encierro del jefe del clan de “Zagala” pasó a la historia, y el bacín mecánico dejó de ser bienvenido en el hostal, al tiempo que vituperado por sus compañeros de partido, deseosos de permanecer tranquilos e inactivos a la espera de una pronta legalización e informados de que el individuo era acosador. 

Conforme transcurren los meses Demetrio ya es consciente de que el régimen franquista está siendo dinamitado, aunque ello no es totalmente cierto, ya que los pasos que han comenzado a darse son más propios de una reforma pactada que de una ruptura, y menos de la vuelta a un sistema republicano. Los comunistas, ilusionados algunos y exaltados los más, se dirigían, sin saberlo, unidos, a la derrota final. Lo que Franco no consiguió lo hizo la democracia, que, tras las primeras fiebres y júbilos condujo al Partido Comunista al ostracismo político, reducidos al papel de tontos útiles, necesarios para adornar la Transición, de forma que ésta fuera aceptada en el concierto de las naciones occidentales.

Para Demetrio todo este encaje reformista era algo así como música celestial y decidió seguir con medidas de protección, que consistían en pasar lo más desapercibido posible y controlar con mano férrea el desmadre de sus hijos y empleados; más interesados los primeros en la adquisición de grandes automóviles, como correspondía a su estatus de nuevos ricos así como a perseguir a las muchachas ocupadas en la limpieza del establecimiento y cuidado de la lencería, cubertería y vajilla. Se decidió por amueblar los pisos adquiridos en La Encomienda por su hijo Diego y obligar a todos ellos a vivir fuera del hostal, donde podrían seguir comiendo y cenando, algo que resultaba lógico por los horarios extremos a que venían obligados.

Rita convenció a hijos y nueras, incluido el yerno, sobre las bondades de residir en el pueblo, eran ya cuatro los nietos, y algunos acudían a la escuela pública y de cara al futuro veía muy positivo el hecho de que se relacionaran con otros infantes, algo que no consiguieron nunca, a pesar de tan denodados esfuerzos por parte de la matriarca. Se ha de tener en cuenta que Demetrio no estaba de acuerdo, en su fuero interno, con la idea de apertura de miembros del clan hacia los vecinos de La Encomienda; temía los efectos devastadores de la envidia, que podía cebarse en sus orígenes de bastardía y obligada orfandad, ello sin tener en cuenta los otros episodios macabros de su juventud. 

En cualquier caso, tres hijos, Isidra, Diego y Emilio pasaron a ocupar los pisos de su propiedad en el casco urbano de la localidad. Mercedes, soltera, quedó bajo la custodia de los padres, feliz en extremo por poder continuar, a cualquier hora del día o de la noche, su relación amorosa con Javier el camarero, que, a pesar de admitir su enamoramiento, no le hacía ascos a cabalgar a las otras muchachas, ya que resultaba fácil manosear sus cuerpos, cubiertos de una simple bata con botonadura, y llegar a la penetración rápida con las más decididas, que se veían recompensadas con paquetes de alimentos que el muchacho distraía de aquellas grandes neveras y de las fresqueras y despensas exteriores, aquellos cuerpos velludos y tersos eran para el chico montañas de placer, con ellas no se andaba con remilgos y a menudo conseguía, a pesar de las prisas, transportarlas a una especie de clímax al que ellas no estaban acostumbradas, quizás por aquél pico de oro que acompañaba a la penetración vaginal a través de sus oídos. 

Demetrio, ajeno a este desmadre laboral y sexual, que venía a significar que lo mismo se metía la mano en la caja que en la faja, que acontecía en sus dos establecimientos, hizo varios viajes a Madrid, en su Pontiac Trans de 1974, ese modelo pesaba 1800 kilos y era del gusto del patriarca de “Zagala”; visitas en las cuales recibía información, no siempre bien contrastada, que le llevaba a pensar en una continuación del franquismo, que era una mera entelequia.