Manuel Puerto Ducet
Manuel Puerto Ducet |
Gonzalo Milans del Bosch, sobrino del osado teniente general, fue quien mantuvo a BANIF en el liderazgo español del mercado de capitales a lo largo de tres lustros. Nadie llegó a entender que, cuando la entidad había alcanzado sus máximas cotas, desembarcara en ella a principios de los noventa un pintoresco personaje procedente de otras guerras y totalmente ajeno a la filosofía que BANIF había desarrollado como pionera de la banca de negocios en España. Por dignidad profesional, Gonzalo abandonó la entidad seguido de la inmensa mayoría de sus ejecutivos. El recién llegado, con apellido de connotaciones avícolas, contrató —tal vez por mimetismo— a un tal Palomero, que organizaba una especie de mítines de empresa, similares a un aquelarre evangélico, en los que tras forzar hasta el ridículo la comparación del investido con Steve Jobs, se invitaba a hacer la ola a todos los ejecutivos al grito de «¡BANIF ya tiene un líder visionario!».
Créanme, no es ninguna broma; tan solo Carlos Castellanos — director regional de Valencia— y un servidor — asumiendo el riesgo que nuestra pasividad conllevaba— nos negamos a saltar y a jalear aquellas consignas en un BANIF recientemente descabezado y colonizado por una gente muy rara, que el «líder visionario» se había traído en el equipaje. Las consignas se resumían en que nuestro nuevo líder era la reencarnación celtibérica de Steve Jobs y todos nosotros pasábamos a ser trabajadores de Disney, prestos a actuar de cabezudos de Mickey, del pato Donald o a ejercer como vendedores de perritos calientes cuando fuéramos requeridos para ello. Literalmente, es así cómo sucedió.
Solo recuerdo haber contemplado una escena similar, con ocasión de una visita a Torreciudad, cuando San Josemaría lograba abducir a un nutrido grupo de ilustrados numerarios y supernumerarios, obligándoles a saltar como posesos, al grito de «¡Somos burritos de Dios!». Pensé que estaba asistiendo a un episodio puntual —aunque surrealista— al que está expuesta cualquier empresa que ha experimentado un descabezamiento traumático de su cúpula y pretende provocar una catarsis colectiva, pero con el paso del tiempo y con mayor perspectiva pude constatar que aquello marcaba un hito, que se correspondía con un cambio de tercio en el mundo de las finanzas, coincidiendo con el culmen de la liberalización financiera, la libre circulación de capitales, los prolegómenos de una política globalizadora y el amparo de unos paraísos fiscales inmunes a cualquier intento de regularización.
Constituía el campamento base del que partió la escalada de despropósitos que nos ha conducido al cráter de un volcán, a la espera de ser rescatados tras haber perdido todo el equipo de suministros. En un grupo de tradición austera como la del Banco Hispano Americano, causó sorpresa mayúscula que un recién llegado apellidado San Pío fuera nombrado de la noche a la mañana consejero-delegado de BANIF y obsequiado con un simulacro de hipoteca a coste cero, para adquirir la que fuera anterior mansión del capitán general Muñoz-Grandes en Puerta de Hierro, dotándolo así de un estatus del que carecía. Algunos hallaron respuesta tardía y ataron cabos con lo ocurrido meses atrás, cuando este personaje, sin la menor vinculación con la entidad, era lanzado en paracaídas y nombrado —como paso previo— subdirector general del Banco Hispano Americano, cuando se estaba gestando la fusión con el Banco Central y la sombra del Santander revoloteaba sobre las negociaciones.
El advenedizo consejero-delegado quiso imponer un nuevo orden y no se le ocurrió otra forma de hacerlo que proclamando que la etapa de los gurús había concluido. Nunca me habían llamado así, aunque lo cierto es que me sentí halagado. Debió de exonerarme de aquel defecto o recibió algún tipo de presión, ya que, coincidiendo con la transformación de BANIF en banco, me ratificó en el cargo de director regional, a pesar de que la falta de feeling entre ambos era más que evidente. El acontecimiento tuvo su traslación en el Consejo de la Sociedad Gestora, que compartí además de con el recién llegado consejero-delegado, con Antonio Zoido, Juan María Nin, los tres representantes sectoriales del grupo Central-Hispano y con Juan Antonio Bueno en calidad de secretario del Consejo y brillante abogado, que había dirigido con relevante éxito profesional la división jurídica de BANIF desde sus inicios.
Javier de San Pío, no tuvo la menor consideración con los servicios prestados por este profesional y, por el pecado de haber colaborado con el anterior equipo, lo sustituyó de forma inmisericorde por un recomendado político turolense, que desalojado por las urnas, se había quedado en paro. No solo destituyó a Juan Antonio como secretario del Consejo, sino también del cargo de director de la división jurídica de BANIF, provocando que, por dignidad profesional, este presentara la dimisión en la empresa.