Manuel Puerto Ducet
Ramón Trías Fargas de Gesfondo-Banco Urquijo. |
Decisiones que marcan una trayectoria Durante mi etapa profesional en el grupo de Banca Catalana, nuestros máximos competidores —y, sin embargo, amigos — fueron la gente de Gesfondo-Banco Urquijo, con Ramón Trias Fargas al frente. Ramón trató de convencerme en varias ocasiones para que me afiliara a su partido de cuadros Esquerra Democrática de Catalunya. Yo no estaba demasiado ni por la política ni por el interés de enrolarme en ella, aunque la cercanía a Pujol hacía que simpatizara con su movimiento político. Cuando ya en tono de broma, Trias Fargas seguía insistiendo, yo contraatacaba recomendándole que se pasara a Convergencia, ya que le depararía mejor futuro. Parece que al fin se rindió a mi capacidad de persuasión, pues acabó siendo investido, nada menos, que presidente de CIU. Al coincidir en alguna ocasión, recordábamos la anécdota y se reía con su característica y estentórea voz. No olvidaré a aquel hombre de tintes calidoscópicos y juicios contundentes. No me sorprendió la anécdota en la que un diputado comunista se dirigió a él llamándole compañero; la respuesta de Ramón fue automática: «¡Ah!, ¿pero usted también estudió en Oxford?».
No hay mejor forma de definir la personalidad de un hombre que no estaba dispuesto a renunciar a su condición intelectualmente elitista, compensada con un aire calculadamente socarrón. En 1974 me había incorporado en comisión de servicios al comité bursátil de la papelera Torras Hostench —cuando en la empresa ni siquiera habían oído hablar de KIO y muy poco de Javier de la Rosa—. Fue allí donde me tropecé por primera vez con Juan Antonio Ruiz de Alda. En un primer momento, aquel nombre me sonó a gesta patriótica.
Era un tipo curioso; consejero-delegado de BANIF que disfrutaba con su Hewlett- Packard diseñando operaciones; de ahí su presencia en una comisión propia de analistas de menor rango. Debí de caerle bien, ya que a los pocos meses me ofreció la posibilidad de incorporarme a su empresa como subdirector regional en la nueva sede que la entidad iba a inaugurar en Barcelona. Era la decana en España y la primera entre las sociedades de gestión institucional y banca de inversión; una oferta difícil de rechazar para un joven economista. José María González de León, Agente de Cambio y Bolsa —eventualmente destinado en Barcelona—, ejerció de hombre bueno y me ayudó a diluir cualquier duda. Sentí abandonar el grupo de Banca Catalana, pero aquella decisión evitó que, pocos años después, tuviera que padecer su acoso y derribo. Ruiz de Alda se desligó de BANIF al vender sus acciones al Banco Hispano Americano, poco después de que este adquiriera la empresa.
Tras recalar durante una temporada en el Banco de Bilbao, accedió al cargo de Subgobernador del Banco de España, gestionando con habilidad la peor crisis bancaria que el país había sufrido hasta entonces. Al poco tiempo de cesar en el cargo, pereció en accidente de circulación junto a su hijo Miguel. Pueden llamarme paranoico, pero nunca vi claro aquel accidente de un camión chocando frontalmente con su vehículo, en un momento de oscuras convulsiones financieras y en pleno procesamiento del gobernador Mariano Rubio. Juan Antonio era hombre de principios y honesta tozudez, que se había granjeado la enemistad de personajes que acostumbran a medrar por encima del bien y del mal. Siempre abrigaré dudas respecto a aquel accidente, al igual que sobre el asesinato de los marqueses de Urquijo.
Rafi Escobedo, condenado por el asesinato de los Marqueses de Urquijo. |
Por supuesto que no poseo ninguna evidencia, pero puedo dar fe de cómo el marqués se oponía como gato panza arriba a que el Hispano Americano se quedara con su banco. Durante años consiguió impedir la operación y, una vez eliminado, esta se realizó sin mayores contratiempos. Una vez «suicidado» el único testigo de cargo, Rafi Escobedo, se diluyó cualquier posibilidad de que aquel luctuoso acontecimiento pudiera ser algún día aclarado.