Manuel Puerto Ducet
Ernest Lluch, lo mejor del socialismo catalán, asesinado por ETA en 2000, amigo del autor, ex ministro. |
Me dio un vuelco el corazón cuando, en el año 2000, escuché la inconfundible voz de Ernest al otro lado del hilo telefónico. Había puesto mi piso en venta y por aquellos caprichos del destino —y a través de un amigo común — se interesaba por él. Por motivos de seguridad, buscaba un piso en un edificio con vigilancia continua. Departimos un buen rato, intercalando los detalles de la vivienda con el recuerdo de los viejos tiempos. Quedó en volver a llamarme para visitarlo pero no le dieron tiempo; pocos días después, moría asesinado en el garaje de su domicilio. Experimenté una sensación difícil de explicar; el destino me había concedido el privilegio de poder despedirme de un hombre bueno, de una honestidad intelectual fuera de lo común, heterodoxo y en consecuencia incomprendido por muchos.
En ocasiones, he pensado que de dilatarse la fecha del atentado y haber tenido la oportunidad de adquirir aquel piso, tal vez hubiera salvado la vida, ¡quién sabe! Hay gente que presume de hablar con el corazón y de expresar lo que piensa, pero pocos suelen plasmarlo en la realidad; es algo reservado a unos elegidos y su práctica suele resultar especialmente molesta para una mayoría que acostumbra a supeditar lo conveniente a su propia conveniencia. Desengañado Ernest de los oropeles de la política activa, había regresado a la docencia y pocos como él han profundizado tanto en el conocimiento del fenómeno de ETA, al que dedicó buena parte de sus energías, convencido de que trabajaba para el bien de la sociedad. Nadie más pragmático y refractario al dogmatismo se ha acercado con tanta valentía al fenómeno terrorista y a la búsqueda de soluciones racionales.
Sus conclusiones nunca fueron improvisadas y, cuando creía haber aislado una evidencia, la defendía con altura de miras y con la tozudez de una mula. No me cabe duda de que su irrenunciable compromiso con la verdad condicionó al fin su muerte.
Bolcheviques reciclados
Nada más iniciada la Transición, me llamó la atención el contraste entre la aparente radicalidad de un partido comunista que clamaba entre otras cosas por la nacionalización de la banca y los impúdicos abrazos que se daban con los jerarcas de la misma, a la firma de algún crédito sindicado de los que nunca se devolvían y en los que intervine profesionalmente. El PCE, posteriormente Izquierda Unida, fueron rehenes absolutos de la banca y utilizados por el «Gran Sanedrín» cuando este decidió recuperar el poder político, recurriendo a lo que en su momento se dio en llamar «pinza». Siempre es de agradecer que un «luchador por la libertad» como Ramón Tamames — excesivamente mitificado por su schumpeteriana 'Estructura Económica de España' — decidiera un buen día hacer de su capa un sayo y desprenderse de sus máscaras. Con su loa a la dictadura de Primo de Rivera, consiguió labrarse el definitivo rincón en el corazoncito de la derecha ultramontana, estableciendo su hábitat entre los sectores más reaccionarios y ultracatólicos.
La corrupción de los poderosos propicia también la corrupción de los villanos
Como es habitual en los de su especie, decidió recuperar el tiempo perdido, reconciliándose con el ladrillo y acercándose libidinosamente a quienes hasta entonces fingía haber combatido. Tamames protagonizó los escándalos inmobiliarios de «Cava Baja» en Madrid y de «Casa de Arizón» en Sanlúcar de Barrameda, arrasando un conjunto monumental del siglo XVII. La corrupción de los poderosos propicia también la corrupción de los villanos. La cosa funciona más o menos así: alguien se pone de acuerdo con el concejal de urbanismo o el alcalde de cualquier localidad con capacidad para recalificar suelo. Se constituye una sociedad que compra el solar rústico a un aldeano por una miseria. El edil recalifica el terreno como edificable y la empresa solicita un préstamo hipotecario por un precio cien veces superior al que pagó. Una vez repartido entre todos el beneficio, la sociedad se declara insolvente y entrega el solar a la entidad financiera como dación del crédito.
Esta tiene que devolver el dinero al Banco Central Europeo y, como se ha quedado sin él, es el Estado en nombre de todos los ciudadanos quien corre con los gastos. No puede ser más sencillo; sin embargo, nuestros próceres aparentan sorpresa con el enésimo caso que confirma la regla, en todos y cada uno de los puntos cardinales de la piel de toro. Ramón Tamames. «Jabato de las libertades» y destacado ejemplar evolutivo.