Cunde el desánimo; y deviene en desesperación en muchos casos, aumenta el miedo al contagio y a las graves secuelas que provoca la 'Covid-19'. Colapsa la economía real y los ERTE se convierten en ERE, tal y como veníamos anunciando. Los establecimientos que no están sufriendo las consecuencias de la grave crisis; en especial supermercados y tiendas de alimentación, ya han rebajado, de forma ostentosa, la mayoría de las medidas de seguridad; los expendedores de geles hidroalcohólicos son una guarrería, hasta el punto de que no se utilizan.
Aquellos 'seguratas' de los primeros días de abril han desaparecido hace meses; a pesar de que nunca, como ahora, obtuvo tantos beneficios el propio sector de la alimentación y productos de limpieza. Como dato curioso; entre los empleados y el cliente se interpone una fina mampara de plástico, pero las operaciones de recogida de los productos y su introducción en las correspondientes bolsas, así como el pago y entrega del ticket se realizan fuera de la cobertura de la mampara de plástico endeble que se mueve continuamente.
Es habitual que las mascarillas que portan empleados y clientes, sobre todo estos últimos, no cubran las fosas nasales de los mismos; no existe control de aforo, ya desde el mes de mayo, es imposible mantener las distancias y los pasillos son cada vez más estrechos, esto se comprueba cuando un hipermercado renueva sus instalaciones, el cliente adocenado entiende que las reformas son positivas, hasta elegantes, diría la señora, y no son conscientes de que les han 'robado' de uno a dos metros, como mínimo, por pasillo; ello, de por sí incómodo para el tráfico de carros, resulta peligroso en época de pandemia, los carros chocan entre sí, y los conductores también, resulta obvio.
En hostelería no se respeta el aforo permitido, especialmente en los pueblos y en ciudades pequeñas, allá donde policías locales y propietarios de locales resultan ser conocidos. El camarero, incluso el propietario, limpian las mesas en fracciones de segundos y con el mismo trapo sucio, que luego depositan detrás de la barra hasta el siguiente paseo 'higiénico' de mesa en mesa.
La ciudadanía toma conciencia de que no se sancionan las conductas contrarias a la normativa 'anticovid'. El ciudadano constata que el funcionariado no ha perdido ninguna de sus prebendas, permisos de cualquier índole, ya sea personal, familiar, 'moscosos', o simples arreglos entre compañeros; horarios relajados o laxos, las visitas al bareto de abajo para almorzar 'de pago' (a pesar de que se sienten mal pagados), y la Navidad ha sido el paradigma de lo que estoy contando al respecto.
Exceptúo a todos los funcionarios de Sanidad, incluidos los trabajadores de la limpieza en centros de salud y hospitales, también a los empleados de farmacia y a sus titulares. Los barrenderos y empleados de limpieza de pueblos y ciudades pequeñas continúan ejerciendo de 'vagos', exactamente igual que antes de la pandemia, cigarrillo en la comisura de los labios, mascarillas con más mierda que el palo de un gallinero (por debajo de la nariz), móvil frente a la boca (whatsapp gratuito), y arrastre desganado de escobones y cubos de basura, todo ello en una franca camaradería y charla continua a medio metro de distancia, con la máscara en la sotabarba, ¿cómo podrían fumar si no? En definitiva ¿A quién le preocupan las normas, cuando su mente está en la situación social y económica que padece? ¿A quién le preocupa la seguridad cuando vive en la desesperación? cuando los respectivos gobiernos (el central y los sucedáneos) improvisan en el día a día o se ocupan de intereses partidistas.
Lo de Salvador Illa resulta paradigmático; al ser el tío que más ha salido por TV, después de don Simón, lo ponemos de 'candidato' de lo que sea; de la Generalitat o de la OMS (aunque sea un patán en materia de sanidad), incluso de candidato a la Secretaría General de la ONU (refugio de medianías, vulgo mediocres). Siempre he mantenido que el rictus facial y ocular del ministro de Sanidad, que no tiene idea de su negociado, corresponde al gesto de alguien que ha metido los dedos en un enchufe de corriente alterna y 220 voltios. Hoy me reafirmo: El Salvador Illa metió los dedos y todo su brumoso cerebro en un 'enchufe' político. Continúa de okupa en el ministerio, ¡total para lo que hace! al tiempo que, de forma -absolutamente incompatible, según la ética y deontología política- se postula como 'candidato' a jefe de la oposición en el Parlamento de Catalunya, bien arropado por todos los recursos que corresponden a un ministro del reino de España: coches, escoltas, plumillas pelotilleros, gacetilleros y tertulianos 'comprados' y demás parafernalia propia de una dictadura bananera. Utilizando el modelo 'Trump', ese dictador que se introdujo cual rata gorda en las cañerias de la mayor democracia que existe, (USA), y huye despavorido ante el fallido 'golpe' protagonizado por los 'tonton macoute' de su cuadra; una democracia que lo ha regurgitado y convertido en piltrafa política ambulante; lo juzguen o no, Donald Trump pasará a la historia como 'traidor' a la Patria; él y su deuda de 400 millones de dólares con la Hacienda USA.
El helicóptero se emplea, indistintamente, para traslado de enfermos 'Covid-19' y de inmigrantes irregulares rescatados, estos acuden a La Meca que significa para ellos la 'debilitada' y 'complaciente' España que, de entrada, los aloja en hoteles de lujo y otros alojamientos de alto nivel. España les abre sus fronteras por tierra, mar y aire, y, en la mayoría de casos, no procede a su deportación; mientras, Marruecos cierra la suya a cal y canto, a excepción del tráfico de 'pateras'.
Les presento la foto de la vergüenza; el enfermo grave de 'Covid-19' se traslada en helicóptero de Ibiza a Barcelona. Los tripulantes y sanitarios desprovistos de la mascarilla y sin mantener la distancia entre ellos. ¿Cómo pueden aspirar a que la ciudadanía cumpla las normas?
Cunde el desánimo y deviene en desesperación, algo que resulta muy preocupante