Manuel Puerto Ducet
"Les Demoiselles d´Avignon", de Pablo Picasso |
Compañeros de pupitre
En los gloriosos sesenta, tuve ocasión de deleitarme con una experiencia religiosa, cuando combinaba mi trabajo en la banca con los estudios nocturnos de Peritaje y Profesorado Mercantil en los Escolapios de Barcelona. El rollizo intendente mercantil doctor Arús, alma máter del centro, el todavía más orondo padre Quadras y una pléyade de pintorescos profesores amenizaban aquellas jornadas que se iniciaban con el crepúsculo. Recuerdo especialmente y con tierna nostalgia a uno de mis esforzados mentores que, según decían, padecía pediculosis testicular. Mientras nos impartía la asignatura, no paraba de rascarse compulsivamente los genitales.
Era un fanático del tenis y, cuando nos explicaba la catenaria o la aplicación estadística de la campana de Gauss, acababa rememorando algún partido de Pancho Gonzales, en el que sus ‘lobs’ – aseguraba – eran ejemplo impagable para entender la trayectoria elíptica. Siempre agradeceré sus esfuerzos y disculparé sus escozores; concentrarse en los estudios tras una jornada laboral, por lo que siempre era bienvenido un toque de distendido divertimento.
Concluido el horario lectivo, llegaba el momento del relax y probablemente el más creativo del día. Tres o cuatro compañeros nos reuníamos a la luz de la luna y de un puñado de estrellas, que la incipiente contaminación lumínica todavía permitía contemplaren la tibia noche barcelonesa. Al amparo de los últimos serenos, cuyos chuzos resonaban al percutir sobre las ahuecadas aceras, pasábamos un buen rato debatiendo sobre lo divino y lo humano. Miquel, Pep y Salvador eran, junto a quien se lo cuenta, los más habituales.
Conectaba con Salva, con quien me sentía especialmente identificado, a lo que no era ajeno su agudo sentido del humor. Debieron de ser escasas las materias que no abgo9rdáramos, contrastando pareceres sobre estilos y tendencias pictóricas; Van Gogh y los impresionistas, enfrentados a Velázquez y Picasso como eslabón perdido. Quedó grabada en mi mente una frase que alguno de ellos soltó con relación al famoso retrato de las cinco prostitutas. ‘Con este cuadro acabó con la pintura y empezó el movimiento’. Recuerdo que la frase provocó en mi todavía atolondrada mente una inconsciente concordancia; pensé que, de enterarse el Generalísimo, la hubiera adoptado como eslogan para su Régimen.