Manuel Puerto Ducet
Capítulo 1
De la autocracia al reciclaje bolchevique
Desestabilización en la dictadura y crisis en la “dictablanda”
Para hacernos una idea del devenir económico transcurrido desde que las tropas nacionales alcanzaron sus últimos objetivos, hasta que el dictador pasó a rendir cuentas al Altísimo, debemos situarnos en el periodo de postguerra en el que las arcas públicas estaban exhaustas, no había divisas para costear las importaciones más esenciales y los españoles se dividían en cuatro grupos: banqueros colaboracionistas y asimilados de alta alcurnia, héroes de guerra, estraperlistas y mayoría silenciosa alimentada con pan negro.
La mejor fórmula que se ha inventado para superar una desestabilización económica es, sin duda, un plan encaminado a estabilizarla. Un régimen, ideológicamente opuesto al liberalismo de cualquier pelaje y condición, se resistió durante años a aplicar cualquier otra solución que no fuera encomendarse al brazo incorrupto de Santa Teresa, pero al fin tuvo que claudicar de mala gana a la presión internacional comandada por Estados Unidos y aceptar en 1959 el Plan de Estabilización (Ver “La Saga de La Encomienda”).
La pintoresca y reiterada disputa que existe en este país por constituirse en protagonista de reiterados huevos de Colón hizo que a lo largo de los años perdiera la cuenta respecto a cuantos quisieron adjudicarse la paternidad o cuando menos el padrinazgo de aquel Plan de Estabilización, pero cualquier observador objetivo sabe hoy que fue diseño exclusivo del Fondo Monetario Internacional. Medio siglo más tarde las cosas han cambiado algo, pero no deja de sorprender que sea de nuevo la presión exterior la que obligue a desbloquear el modelo ladrillero pergeñado por el Caudillo ya modificar drásticamente el diseño económico que de él se ha derivado.
Parece que, en cualquier circunstancia, la única receta válida para que países como España puedan salir del atolladero económico sea la de encarnizarse con su gallina de los huevos de oro, superar los límites de la mesura y esperar a convertirse en un problema internacional que dispare todas las alarmas y obligue a los países algo más serios a resolvernos la papeleta; no solo por altruismo, sino fundamentalmente para evitar que acabemos contaminándolos.
No debe extrañarnos que el mito cinematográfico español por excelencia sea ‘Bienvenido Mister Marshall’, ya que el tiempo es implacable y acaba forzando la emersión de la autocrítica inconsciente. También tiene que ver con el castigo bíblico que afecta al grupo de países PIGS (Portugal, Grecia, Italia y España), cuyas servidumbres y características abordaremos en próximos capítulos. No parece ser ajeno a todo ello el hecho de que los distintos gobiernos no hayan estado por la labor de permitir que el pragmatismo económico interfiriera en sus diseños políticos.
Todos ellos han confundido planteamientos económicos con principios ideológicos y los resultados de esta discordante convivencia ahí están. En distintos apartados del libro, me refiero a los perversos efectos del tránsito sin contricción de la dictadura a la democracia y, en este caso, quedan una vez más evidenciados. Aun en el reducido espacio que compete al Estado, la economía sigue tan secuestrada por la política como hace cincuenta años.
Lejos de esforzarse en preservar a los circuitos financieros de asedios contaminantes, han amparado la elaboración de un peculiar caldo de cultivo, en el que abreva con exclusividad una apoltronada y disoluta élite.