jueves, 8 de junio de 2017

"La Saga de La Encomienda", lesbianismo y otras artes amatorias

MLFA
El lesbianismo en la antigua Grecia

A petición de nuestros seguidores publicamos fragmentos de artículos de la "La Saga" basados en personajes reales

Rosi descubre consternada que se encuentra en estado de gravidez, se siente desprotegida y, en un principio, decide hablarlo con Paco; la suerte estaba de su parte, al sonar el telefonillo del portal y escuchar al otro lado a su amiga. – Te abro – casi grita Rosi – Suena el chasquido – y el ¡vale! de Sonia – que no sabe si se encontrará a la pareja en acción. – La anfitriona sujeta la puerta mientras la amiga traspasa el umbral – pasa rápido, le dice – no sabes la alegría que siento al verte – insiste Rosi – que se frota las manos, recién lavadas, después de hurgarse, como si no diera crédito.

- Me estás hablando de una falta, - dice Sonia, como si hablara consigo misma – eso no es nada seguro. – Es que lo siento – balbucea la mujer, es algo que ya noto, y que no sé explicar – No habrás hablado con Paco, - pregunta Sonia - que parece que se responde a un tiempo, al venirle aquello tan de sorpresa.

Hacía dos semanas, en uno de aquellos viajes a la depilación eléctrica, Sonia había sacado el tema del uso de preservativos, ella también estaba enredada con un amigo suyo del instituto, casado, pero que estuvo enamoriscado de ella, y siempre llegaba a mayores, en el coche y de cualquier manera; él se salía siempre, vamos, que se terminaba fuera, como bien se explicaba ella, y ponía el asiento del coche que daba verdadero asco, ella no lo limpió jamás.

- No le he dicho nada – aclaró la embarazada – empezando a calibrar las consecuencias; no pensaba en Paco como alguien que pudiera llegar a ser su marido, y había estado a punto de concederle esta gran baza. – Vale, bien hecho – llámale - añadió Sonia mirando el reloj – que puede llegar de un momento a otro, y dile que estás indispuesta, precisamente – insistió la amiga – de cosas de mujeres, insiste en que piensas acostarte después de la buscapina. 

Rosi cumplió a la perfección, de repente tuvo miedo de que apareciera Paco atraído por las frías cervezas en la nevera nueva, su representación fue perfecta y la satisfacción de que Sonia siguiera con ella, dispuesta a ayudarle, levantó su ánimo. De repente aquellos orgasmos y el fluir por dentro, incluso el enorme miembro del impresor; todo aquello había pasado a un segundo plano, ella lo veía como algo lejano, la vida le había cambiado, ya no era intuición sino certeza, aunque ella no sabía explicarse así de bien; de hecho se atrabancaba al explicar como se sentía; Sonia, solícita, le tomó la mano y la repentina tentación de besar a su amiga en la boca le hizo sonreír; un rictus de inquietud se reflejó en el rostro de Rosi, que no apartó la cara del pelo suelto de la amiga, y llegó a apretar su mano, sin entender muy bien que ocurría entre ellas. No le desagradó, aunque aquella idea se desvaneció al levantarse Rosi del sofá y pasar a la cocina a preparar una cafetera. 

Dos mujeres solas, sin ataduras que les obligaran, y con un problemón como aquel, tardaron minutos en dirigirse al dormitorio con sendas tazas de café en sus manos. Rosi retiró la ropa que colgaba plegada de un silloncito que se ajustaba al rincón entre la cómoda y el ventanal, tuvo la prudencia de bajar la persiana a medias y prendió la lámpara de la mesita. Sonia sorbía aquel delicioso café sujetando el platillo con la mano izquierda, en un momento se descalzó y aprovechó para volver al comedor y sacar del bolso una de aquellas muestras de perfume, que le regalaba una amiga, las sacaba de su trabajo en uno de los grandes almacenes, eran regalo de los viajantes aquellos que las piropeaban, en las visitas de comercio.

Aquel botellín contenía esencia de jazmín, Rosi apreció el olor desde la habitación y sonrió, como había hecho su amiga al acercarle su cara al cabello suelto. De vuelta a la habitación se tumbó junto a su amiga y le besó en la frente, Rosi no pudo reaccionar, a pesar de que sentía deseo; Sonia volvió a la taza de rico café, llevaba entre los dedos dos cigarrillos, que encendió sin consultar la apetencia de Rosi. Ésta se arrastró hasta los pies de la cama y aceptó el pitillo con gusto. Llevaban un rato sin hablar, ambas parecían contentas y decididas, con presagios favorables, al ser ese su entendimiento por encima de las palabras. Enseguida le planteó la posibilidad de volver con Nemesio, informada al dedillo, como estaba, de los intentos de aquel truhán por recuperar esposa y vivienda, pero sobre todo estatus social. Rosi cavilaba y sonreía.

Sonia se maliciaba que Neme continuaba liado con la mujer exuberante que había conocido en “Zagala”, ahora que la tenía a diario junto a él; ya se merecía un hijo de otro pensó, pero calló por no herir a su amiga, que ya le esperaba tumbada de nuevo, la mente echa un lío, pero con expectación en cualquier caso, y húmeda, sin conocer a ciencia cierta si era por la excitación o por el embarazo, del que desconocía todo, desde la génesis hasta el futuro desarrollo; ambas mujeres eran producto de la inadecuada formación en materia de educación sexual, cuando las campanadas del 2000 quedaban ya lejos de sus oídos. Otras campanas golpeaban sus sienes mientras Sonia se acurrucaba prieta junto a ella y le hacía sentirse poderosa. 

Ambos pechos se movían al unísono, como si representaran un papel asignado y el roce solazaba aquel pálpito compartido. Al momento se fundieron sus bocas, el olor a tabaco y jazmín excitó a Rosi, que exploraba con su lengua hasta el último rincón del paladar de Sonia; que palpaba los pechos de su amiga controlando el impulso de soltar de sus ojales aquellos botones; parecían estar de acuerdo en ir despacio, sabían que ya eran dueñas una de la otra y llegarían al sexo cuando hubieran recorrido sus cuerpos y las reacciones de los mismos con extrema curiosidad, Rosi lamía los dientes de su amiga por dentro y fuera, eran perfectos y limpios, la saliva mezclada les recordaba el sabor a café y pugnaban por tragarla sin separar sus labios.

Sonia impidió que Rosi se desnudara; quería hacerlo ella, los hombres no se dejaban ya que su avidez impedía aquellos remilgos, con su amiga todo resultó diferente, hasta el punto de que entrevió como enrojecía al avistar su vulva inflamada y asegurarle Sonia al oído que no era por el embarazo sino por el deseo. Rosi volvió a recuperar seguridad en sí misma cuando fue a ella a quien correspondió desvestir a su amiga, que no le dejó plegar su ropa en el sillón, al atraerla hacia sí con brazo firme, y sumergiéndose ambas entre aquellas sábanas de algodón fino, que respetaban su piel, ninguna recordaba tanta desnudez y cuando se apretaban sentían latir los corazones, el de Rosi con mayor frecuencia, el de Sonia, más lento pero poderoso. 

El sexo se hizo esperar, ambas querían prolongar su imperioso deseo, pero cuando lo hizo; primero Rosi, con los labios de Sonia entre sus piernas, y más tarde, vuelta aquella a la respiración pausada, fue Sonia quien disfrutó como nunca había sentido de la lengua de su amiga en cada intersticio de su sexo, tanto que no paraba de gemir, los dedos entreabriendo sendas en el cabello de Rosi, de forma que no se apartara de aquel nido en el que se había acomodado, se diría que en busca de la protección que sentía necesitar ante el miedo por la nueva situación creada con la preñez.