Manuel Puerto Ducet
El 'vigía de occidente' entrenando a fondo en Hendaya. |
El Caudillo conocía mejor que nadie la idiosincrasia de su pueblo; solo tenía que llamar a rebato con la excusa de una supuesta foránea a la patria, para que los españolitos se arremolinasen en la Plaza de Oriente, aferrados a su unidad de destino en lo universal. A pesar del tiempo transcurrido, permanecía fresco entre la población el recuerdo de aquel mítico encuentro del dictador con Hitler en Hendaya, que lo consagraba como el supermán de las negociaciones. Existía el convencimiento de que, para el Caudillo, atajar aquella crisis sería un juego de niños. Su presunta y ‘secular’ amistad con los árabes obraría el milagro y, a poco que nos descuidáramos, nos ahogarían en petróleo No se pueden desligar aquellos acontecimientos del contexto histórico, pero lo cierto es que, al recordarlo, resulta difícil esquivar una sensación de vergüenza colectiva.
Cuando al fin la cruda realidad se impuso, hacer levitar a treinta y cinco millones de almas resultaba una misión imposible, incluso para Franco. A partir de 1974, la economía entró en clara recesión y la Bolsa inició un camino descendente que tardó varios años en ser enderezado. El Caudillo por su parte, dando muestras una vez más de su intuitiva habilidad, supo librarse a tiempo y antes de que la crisis se consolidara, decidió abdicar de lo terrenal y someterse al juicio divino.
Es obligado reconocer que Franco supo manejarse hábilmente a lo largo de 40 años, poniendo internacionalmente en valor su arraigado anticomunismo y es obvio que consiguió seguir triunfando aun después de muerto. Nombró a su sucesor y consiguió que, a través del pacto de la Transición, sus herederos trasladaran buena parte de sus dictados a una democracia cautiva. Cuatro décadas después de su muerte, ha logrado que media España siga inconscientemente palpitando junto a él. Hay cosas en este país que siguen siendo intocables y sobre las cuales la sociedad bienpensante ha decidido asumir el fideicomiso. Buena muestra de ello es el visceral rechazo de una parte de la población – aliada con Falange Española y la organización ultraderechista Manos Limpias – que han conseguido sentar en el banquillo a un magistrado de la Audiencia Nacional por declararse competente para investigar los crímenes del franquismo. Más allá de las leyes que se consensuaran con los representantes del anterior régimen, es como si las juventudes hitlerianas imputaran a un juez alemán por investigar el Holocausto.
Desconfíen de quienes intenten convencerles de que la Transición fue una especie de ‘big bang’ que provocó un corto circuito en la historia y que por arte de birlibirloque nos convirtió a todos en demócratas sin mácula. Fue tan solo un ‘coitus interruptus’, en el cual los papeles siguen estando perfectamente definidos y un vano intento por esconder unos ancestros ideológicamente bastardos. Difícilmente lograremos interpretar las claves de nuestra dispersa realidad, propiciando un agujero negro en la memoria colectiva.