Manuel Puerto Ducet
El desarrollismo es, por definición, crecimiento a cualquier precio y necesariamente lleva implícito una factura, a la que algún día hay que hacerle frente. El primer plazo se hizo efectivo con ocasión de la crisis de 1973 – conocida como la crisis del petróleo - (“Tráfico del petróleo”, MLFA-1974), desatada a partir de que los países de la OPEP decidieran penalizar a Occidente con un drástico recorte en el suministro de petróleo, por su apoyo a Israel en la guerra del Yom Kippur.
Empezó en Estados Unidos – que es donde suelen empezar este tipo de cosas – y se hizo extensiva a todos los países de la Europa occidental, provocando un efecto inflacionista, la reducción de la actividad económica y la consecuente caída de las bolsas. Si acaso cabe extraer una conclusión positiva de aquella crisis, es que no se inició en el jardín de quienes dominan el mundo y en consecuencia era potencialmente reversible. Existía la posibilidad de que las represalias por parte de los países productores de petróleo pudieran ser reconducidas, pero la resignada y general aceptación de que las reservas de petróleo se agotarían en dos o tres décadas acrecentó los temores, provocando el consiguiente efecto dominó.
Aún hoy me pregunto cómo pudo calar durante tanto tiempo aquella falacia. Einstein afirmaba que solo el universo y la estupidez humana son infinitos y, en aquella ocasión, quedó una vez más constatado. Volvió a confirmarse que las crisis se retroalimentan y que los efectos inducidos a partir de un falso detonante pueden provocar que una etapa recesiva se dilate en el tiempo. Todas las crisis son distintas y también sus enmiendas, aunque con la perspectiva del tiempo podemos constatar que aquella fue un juego de niños comparada con la desencadenada en 2007.
Visto desde el prisma doméstico, lo ocurrido en la España de 1973 merece una reflexión, que tiene que ver con la pintoresca confianza en el Régimen de los actores sociales y financieros. Estamos hablando de dos años antes de la muerte del dictador y cuando el establishment patrio todavía no se había recuperado del atentado a Carrero Blanco. Faltaban todavía unos años para que España se incorporara definitivamente a la Comunidad Europea y el Estado conservaba intactos los resortes económicos para autorregularse.
Las crónicas hablan de un régimen debilitado. Pero lo cierto es que, tras tres años y medio de bonanza económica y escalada bursátil (1970-1973) se detectaba una notable confianza en las instituciones del País. A excepción de algún teórico viajado, nadie hablaba de liberación de los mercados y a los inversores institucionales no les preocupaba en demasía el comportamiento de Wall Street; ni tan siquiera lo acaecido en las Bolsas de Londres, Frankfurt o París.
Mientras en el último trimestre de 1973 las Bolsas europeas se hundían, la española continuó imperturbable, escalando posiciones hasta abril de 1974, sin plantearse que la falta de combustible pudiera llegar a estrangular la economía del país. Franco ejercía con convicción el papel de líder visionario, adquiriendo a veces tintes esotéricos.
Algunos de los que pocos años después presumirían de demócratas de toda la vida creían a pies juntillas que Franco era un machote que superaba en habilidad negociadora a cualquier otro líder y que no tendría mayores dificultades en sortear un reto que había puesto en jaque al mundo civilizado. No parece que hoy interese a nadie remover aquellas vergonzantes servidumbres; más bien se detecta un afán por correr un tupido velo. La mejor prueba para constatar los logros de la inducida amnesia es que, al preguntar a las nuevas generaciones por Franco, los más leídos y viajados contestan que se trata de una antigua moneda francesa.