viernes, 21 de abril de 2017

La Saga de La Encomienda (152)

MLFA
(RPI – Prohibida su reproducción)

Catedral de San Juan de Albacete

Sonia se maliciaba que Neme continuaba liado con la mujer exuberante que había conocido en “Zagala”, ahora que la tenía a diario junto a él; ya se merecía un hijo de otro pensó, pero calló por no herir a su amiga, que ya le esperaba tumbada de nuevo, la mente echa un lío, pero con expectación en cualquier caso, y húmeda, sin conocer a ciencia cierta si era por la excitación o por el embarazo, del que desconocía todo, desde la génesis hasta el futuro desarrollo; ambas mujeres eran producto de la inadecuada formación en materia de educación sexual, cuando las campanadas del 2000 quedaban ya lejos de sus oídos. Otras campanas golpeaban sus sienes mientras Sonia se acurrucaba prieta junto a ella y le hacía sentirse poderosa. Ambos pechos se movían al unísono, como si representaran un papel asignado y el roce solazaba aquel pálpito compartido. Al momento se fundieron sus bocas, el olor a tabaco y jazmín excitó a Rosi, que exploraba con su lengua hasta el último rincón del paladar de Sonia; que palpaba los pechos de su amiga controlando el impulso de soltar de sus ojales aquellos botones; parecían estar de acuerdo en ir despacio, sabían que ya eran dueñas una de la otra y llegarían al sexo cuando hubieran recorrido sus cuerpos y las reacciones de los mismos con extrema curiosidad, Rosi lamía los dientes de su amiga por dentro y fuera, eran perfectos y limpios, la saliva mezclada les recordaba el sabor a café y pugnaban por tragarla sin separar sus labios.

Sonia impidió que Rosi se desnudara; quería hacerlo ella, los hombres no se dejaban ya que su avidez impedía aquellos remilgos, con su amiga todo resultó diferente, hasta el punto de que entrevió como enrojecía al avistar su vulva inflamada y asegurarle Sonia al oído que no era por el embarazo sino por el deseo. Rosi volvió a recuperar seguridad en sí misma cuando fue a ella a quien correspondió desvestir a su amiga, que no le dejó plegar su ropa en el sillón, al atraerla hacia sí con brazo firme, y sumergiéndose ambas entre aquellas sábanas de algodón fino, que respetaban su piel, ninguna recordaba tanta desnudez y cuando se apretaban sentían latir los corazones, el de Rosi con mayor frecuencia, el de Sonia, más lento pero poderoso. 

El sexo se hizo esperar, ambas querían prolongar su imperioso deseo, pero cuando lo hizo; primero Rosi, con los labios de Sonia entre sus piernas, y más tarde, vuelta aquella a la respiración pausada, fue Sonia quien disfrutó como nunca había sentido de la lengua de su amiga en cada intersticio de su sexo, tanto que no paraba de gemir, los dedos entreabriendo sendas en el cabello de Rosi, de forma que no se apartara de aquel nido en el que se había acomodado, se diría que en busca de la protección que sentía necesitar ante el miedo por la nueva situación creada con la preñez.

Los socialistas volvieron a ganar las elecciones municipales y autonómicas de 2003, lo hicieron por mayoría absoluta, demostrando que su estrategia de voto cautivo, trufada de soflamas del todo demagógicas en defensa del estado del bienestar, era la adecuada para la obtención de sus fines; sin alternativas válidas pero dejándose arrastrar por aquella corriente de bonanza económica propiciada por el partido popular, que, por decreto ley – de cajas y bancos – había decidido triplicar el valor de las viviendas en forma de conjura de necios que acudieron al firme llamado de las entidades financieras, que sobrevaloraron los pisos con ayuda de tasadores que debieron ser llevados a los tribunales por manipular el precio de las cosas, en este caso de los inmuebles, a fin de que cayeran en la trampa los propietarios. 

El resto resultó muy fácil, ya que la ambición tiene algunos lazos con la codicia, ambas corresponden a la condición humana, y deben respetarse ya que no toda la codicia resulta insana, en pequeñas dosis puede activar la motivación; ellos lo saben bien y enviaron comerciales debidamente adiestrados a invadir la intimidad de los pequeños y medianos propietarios, en sus propias casas; una vez franqueado el paso, iban al grano con premura. A fin de cuentas, les esperaban muchos panolis parecidos.

- Su propiedad, nunca decían piso, vale mucho más de lo que ustedes creen, - anunciaba el bancario – en la Caja somos conscientes de ello, y de las posibilidades de volver a hipotecarla. Claro que - añadía sonriente - en condiciones más ventajosas que la vez anterior.

- No, mire usted, me produce mucha tranquilidad haber liquidado – por fin – mi hipoteca, y no deseo meterme en más préstamos. – Dígame – interrumpía la esposa – si le parece a usted, cuánto cuesta ahora nuestro piso. – Nosotros lo compramos hace diez años por trece millones de pesetas – miraba inquieta a su marido – es solo por curiosidad, ¿sabe usted? – buscaba el asentimiento del marido – que no llegaba. – Y sin avales, - les recordaba el tasador – al irse.