Javier Pérez Royo
Catedrático Derecho Constitucional
Que este hombre no quiere a los españoles del '155' es obvio; que está por encima de ellos, también. (AD) |
El primer acto del debate de investidura que se vivió en el día de ayer, evidenció que el nacionalismo catalán está muy sólidamente instalado en una actitud de resistencia frente al Gobierno de la Nación. No hay la menor señal de debilidad, a pesar de que los protagonistas de dicha resistencia son muy conscientes de que los riesgos que corren son altos. Y que dichos riesgos no va a ir a menos, sino previsiblemente a más. La persecución penal de los dirigentes nacionalistas no ha hecho más que empezar y, en consecuencia, el número de dirigentes que vayan a ir sintiendo el peso de la acción de los tribunales de justicia irá en aumento. No hubo nada, sin embargo, ni en las palabras de los que intervinieron en el pleno ni en el lenguaje corporal de los demás parlamentarios, que hiciera pensar que el nacionalismo se siente débil y en disposición de aceptar que ha sido derrotado. El desequilibrio de fuerzas es enorme, pero no se contempla la rendición.
También se evidenció que la resistencia en el bloque anti independentista frente a la estrategia nacionalista no es menos sólida. A pesar de que en el interior del bloque antindependentista hay un buen número de diputados que están en desacuerdo con las decisiones judiciales privativas de libertad que se han adoptado tras la aplicación del artículo 155 CE, no por ello dejan de tener todos ellos una oposición sin fisuras a la independencia de Catalunya. Les podrá desagradar profundamente a muchos de ellos ver que hay políticos catalanes en el exilio o en prisión. Pero de ahí no se deriva la más mínima comprensión de la política independentista. Tanto si se ha apoyado la aplicación del artículo 155 CE como si no.
Pareciera que lo que ha ocurrido en las dos pasadas legislaturas catalanas, la de 2012-2015 y la de 2015-2017, que han sido, en realidad, la misma legislatura, ya que ambas han girado en torno a la convocatoria de un referéndum sobre el llamado “derecho a decidir”, el del 9-N-2014 en la primera y el del 1-O-2017 en la segunda, no ha afectado en lo más mínimo a ninguno de los dos bloques. Nadie parece haber aprendido nada de lo ocurrido a lo largo de estos años. O al menos, nadie parece haber cambiado en lo más mínimo su posición. Se diría que más bien lo contrario.
En estas condiciones, empieza a parecer casi secundario que haya investidura o no de President de la Generalitat el lunes. Si no la hay, no se levanta el 155 CE y hay elecciones el mes de julio. Pero si la hay, no estoy seguro de que se levante el 155 CE y, en todo caso, es prácticamente seguro que habrá elecciones en unos pocos meses.
Lo que se evidenció ayer es el fracaso del 155 CE, que no ha servido para volver a una situación de normalidad, sino para todo lo contrario. Se ha ido a peor. Antes del 155 CE, eran los gobiernos catalán y español y las Cortes Generales y el Parlament los protagonistas del enfrentamiento y, en consecuencia, había una posibilidad de que se pudiera negociar alguna salida. Antes del 155 CE no había dirigentes nacionalistas en el exilio o en prisión, ni había nadie procesado por el delito de rebelión. Ahora hay un buen número y, probablemente, habrá muchos más en los próximos meses. Como consecuencia de ello, la división en el interior de Catalunya, por un lado, y la separación entre Catalunya y el Estado se ha hecho mayor. El debate de investidura de ayer lo puso de manifiesto.
Pero, sobre todo, el desplazamiento del centro de gravedad de los órganos de naturaleza política democráticamente legitimados de manera directa a los Tribunales de Justicia Constitucional o Penal, impide que se pueda encontrar alguna salida mediante la negociación política. La política ha perdido el control de la situación. Y cuando no hay solución política, es la fuerza la que decide. Momentáneamente puede parecer que se alcanza una solución. En poco tiempo se advierte que no se ha solucionado nada. En esas estamos.
O el nacionalismo catalán se rinde y no hay nada que indique que eso vaya a ocurrir, o seguiremos en la excepcionalidad de la ley del más fuerte, de desenlace tan completamente previsible en el corto plazo, como imprevisible después.