domingo, 27 de mayo de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (012)


Ayuntamiento de Pedro Muñoz

También a su hija Rita, modelo de bondad y sencillez para muchos en el pueblo. Don Anselmo regaló el dormitorio matrimonial con armario y el ajuar correspondiente, que incluía una estupenda alfombra usada, probablemente procedente de decomiso, todo ello, pero en muy buen estado. Antonio no puso buena cara pero prefirió no hacer comentario alguno, como le sugirió su esposa; el preboste tuvo el buen gusto de acercarse a la iglesia unos minutos y felicitar de corrido a la pareja de recién casados. Quiteria se reservó para mejor ocasión, ya que Tomasillo no conocía la verdad todavía, pero envió su regalo a través de Angelita, su consuegra, de alguna manera; era un aguamanil nuevo, no decomisado, con su jarro de flores con surco vertedero y asa muy grande, y la vasija ancha y poco profunda similar a una palangana, que gustó mucho a la pareja y a toda la familia. De la ropa del novio y de Tomasillo se encargó el propio Demetrio, que justificó unos ahorros como buenamente pudo.

La pareja salió para Toledo y Madrid en el autobús de línea, la maleta había sido el regalo del padrino, Tomasillo, con dinero que le dio Quiteria, que hasta le acompañó al guarnicionero, que hacía maletas rústicas, pero de gran calidad, ella se sentía muy nerviosa, pero acompañó al muchacho a por su regalo, ya que al sastre había acudido con Demetrio; se trataba de un vecino que le debía favores a don Anselmo, y acomodó un precio ajustado con tela de calidad para los dos trajes solicitados, era de Gorina de Barcelona, la utilizada para los uniformes de los oficiales del Ejército. 

Llegaron a la pensión de Toledo ya de atardecida, allí les esperaba el matrimonio que les condujo a la mejor habitación y les recomendó que dieran un paseo por el casco viejo, antes de cenar, ambos estaban nerviosos y aquella familia era consciente de ello por lo que usaron de su experiencia en estos casos y trataron a la pareja como reyes, así era costumbre de actuar con sus inquilinos recién casados, y la cena fue exquisita, con pollo y almendras, además de ensalada con trozos de queso fresco y vino tinto de una bodega familiar, de paladar suave, aunque Rita lo mezcló con agua, porque se tomaba muy en serio su estado. 

Ya en el dormitorio, limpio y decorado con unas sencillas flores encima de la cómoda, Demetrio advirtió que Rita se encontraba sumida en el desconcierto, sentada a los pies de la cama. Galante, Demetrio se acercó a su esposa y le preguntó por su gran agitación. 

– Tengo miedo por la criatura, respondió ella, pienso si le podemos hacer daño. – El mozarrón, tranquilo, ayudó a su enamorada a desvestirse y se tumbó junto a ella, prometiendo no tocarla, añadió que le preguntaría a la buena posadera, parecía modelo de mujer buena y eficiente. Al amanecer, Demetrio, inquieto pero feliz, abandonó el tálamo y después de unas abluciones poco ruidosas, se abrigó y salió a pasear por los alrededores de la pensión. 

Volvió al rato para desayunar junto a Rita, exquisitos manjares como corresponde a unos recién casados, explicó la patrona apoyando sus manos en los hombros de la pareja y recomendándoles una visita al ‘Cristo de la Vega’, el que inspiró a Zorrilla la obra: “A buen juez, mejor testigo”, basada en la leyenda de Diego Martínez e Inés de Vargas; la pareja mantuvo relaciones prematrimoniales e Inés exigió matrimonio a Diego para reponer su honor; Diego aceptó ante la imagen del Cristo, aunque más tarde rechazó la promesa; después de muchas vicisitudes y varios años desde aquella exigencia, Inés de Vargas solicitó que testificara el propio Cristo de la Vega; el juez aceptó y a la ermita se dirigió la comitiva, siendo así que el Cristo, suelto del clavo su brazo derecho, apoyó la demanda de la muchacha. El Cristo de la Vega era el Cristo de los hortelanos toledanos y la ermita se había construido fuera de las murallas, por lo que no era muy visitado por los forasteros que acudían a la ciudad imperial, la de las tres culturas. Allí, postrada a los pies del Nazareno, Rita, con los ojos arrasados en lágrimas y cogida de la mano de su hombre, hizo votos y promesas en la esperanza y en la ayuda del Cristo en su embarazo, pedía, desconsolada ya, que todo fuera bien. 

Esta visita marcó la vida de la pareja, como podrán comprobar a lo largo de próximas décadas; forjó la vida de ambos, el Nazareno entró en sus vidas casi con la misma intensidad que el fruto, aquella vida alojada y protegida en el vientre de ella.