domingo, 6 de mayo de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (006)

Ayuntamiento de La Solana



Demetrio se enteró por su madre de que estaban habilitando la parroquia y un convento para servir de prisiones, se esperaba una cuerda de ciento trece mujeres de cierta localidad que le llamaban el Toboso, la mención de la cuerda le recordó como iban los doce paseados amarrados unos con otros y la carnicería que se organizó, también le dijo que habían ordenado que se realizaran los fusilamientos en los propios cementerios, lo cual hizo entrever a Demetrio que ya no sería necesario, no dijo nada a su madre, que se manifestaba nerviosa, y pensó en hablarlo con Justino. 

Era verano cuando empezaron a llegar presos foráneos, más mujeres que hombres, a Quintanilla, y para Navidad el pueblo retenía, sin juicio ni vista legal más de dos centenares de republicanos; fue pasada la fiesta de Navidad cuando comenzaron los fusilamientos, y Demetrio se decidió por hablar de su futuro con Justino. Lo buscó en su casa, y fue el propio anfitrión quien lo entró a empellones y gestos de enfado. 

- ¿Cómo se te ocurre acercarte siquiera a mi casa? le preguntó el canalla aquél. 

– Estoy muy preocupado Justino, recuerda aquel pastor que nos vio cavando las dos fosas y no tenemos noticias de don Anselmo, fue mi madre quien me anunció los fusilamientos, y que los piquetes los componían soldados y guardias civiles de otros pueblos traídos en camiones cerrados con lonas y las vituallas y bebidas a bordo, como si estuvieran en el frente, pero ya no hay guerra, eso se sabe por todos. Al oír mencionar a la manceba de don Anselmo, Justo cambió de tono con el bastardo. – Tú no te preocupes, hay mucha gente a la que no pueden afusilar a la luz del día, quizás hablarían los guardias civiles que vienen cambiando de cuartel con mucha frecuencia. Nosotros somos necesarios, no vuelvas a mi casa, yo me pasaré por tu cabaña de cuando en vez. Justino deseaba secretamente a la madre de Demetrio, aquello venía de años, y la velaba en sucios sueños 

Las mujeres presas en la parroquia salían de día a limpiar las casas de los ricos, donde a menudo eran vejadas y golpeadas por labradores que se habían hecho de la Falange y conseguido créditos y ayudas que les permitían mantener un elevado nivel de vida. Rita se lo había comentado a Demetrio, el cortejo de la pareja seguía adelante y Demetrio hacía trabajos esporádicos en la casa de comidas de su futuro suegro, y hasta consiguió que le prestara el carro y la mula para llegarse a Villanueva, para llevar varios sacos de harina, queso y aceite, aportación de don Anselmo a las monjas de la Gota de Leche que se ocupaban de su hermana, nacida dos años antes, y a la que aquellas monjas, informadas de que se trataba de la tercera bastarda del señor de Quintanilla, pusieron como condición que le diera su apellido, Monteancho, a lo cual se avino el potentado falangista; Demetrio y Tomasillo figuraban en el Registro Civil con el clásico Expósito con que se registraba a los hijos naturales. El tabernero prohibió a su hija que le acompañara, y Demetrio no podía contar todavía con la compañía de su hermano Tomasillo, pues no había mantenido con él la conversación que su madre le había pedido. 

Rita y Demetrio habían estado juntos en la era de don Jerónimo, a quien el muchacho hacía trabajos y el viejo le dejaba la llave de la casilla; ya estaba toda la oliva recogida y lista para trasladar a la almazara de Corraleja; allí la muchacha, nerviosa, se dejaba palpar por el pretendiente, e incitaba al muchacho con su indecisión, notando como el miembro poderoso buscaba los rincones de aquella mujer de pocas curvas, mojada ya de hacía rato y expectante; para Rita era la primera vez, se atrevió a tocar el miembro y sintió una mezcla de miedo y deseo que le desconcertaba, también pensó que no cabría dentro de ella, pero lo deseaba. 

Demetrio lo había hecho otras veces con las rameras que se acercaban al pueblo en ferias, ellas le cogían con la mano el miembro flácido y en un sube y baja apresurado lo endurecían para que el joven penetrara a la furcia que le había correspondido, que nunca era la mejor, o así lo consideraba él mismo.