lunes, 21 de mayo de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (010)

Ayuntamiento de Valdepeñas


Quiteria llegó a casa de los hermanos a mediodía, Demetrio se encontraba solo y nervioso, como un animal enjaulado, pensó su madre, y enseguida se abrazó a ella, rogándole que se sentara a los pies del jergón, en la cocina preparaba la comida y había mandado a Tomasillo a por pan y unos pimientos rojos. 

- ¡Madre!, la Rita espera un hijo y ese niño es mío, como que hay Dios, ayer el padre me tiró de la bicicleta, no se ha estropeado más que un raspón, y me echó fuera de la taberna. 

- Demetrio, ¡hijo mío! es razonable la reacción de ese padre, pero tienes que hacerte perdonar y aceptar a esa criatura si la maternidad llega a buen fin, es buena gente; don Anselmo así lo reconoció cuando le pregunté, al saber que cortejabas por lo formal con la hija, pero debes saber que tuvieron otra hija que murió al poco de nacer, de la tosferina, me creo que fue la enfermedad, tenía menos de un año. Y ahora, vas tú y preñas a su hija querida y tan protegida por ellos. 

- Quieren que me presente en la casa esta tarde, trajo el mandado la muchacha, Teo, creo que le dicen, pero no traía gesto de enfado o preocupación, Tomasillo la trató con mucha corrección y le acompañó a casa de ellos, donde mora, que la noche es muy peligrosa en estos tiempos, anda gente nueva por el pueblo y duermen junto a los establos municipales. 

Quiteria abandonó la casucha de sus hijos, después de apremiar al mayor para que se comportara con toda corrección con los padres de Rita y escuchara atentamente a la muchacha si le dejaban hablar con ella, antes de marchar abrazó a Demetrio con toda su fuerza y le dijo que pensaría en él y en la que llamó novia a la espera de sus noticias. 

No habían dado las cuatro en la torre de la iglesia y ya estaba Demetrio lavado y repeinado en la puerta de ‘Casa Antonia’, por la otra puerta, la que daba acceso a la vivienda, se asomó Rita que llamó al muchacho, indicando que podía entrar en la casa. Hacía mucho frío y Demetrio vestía cazadora y botas camperas, amenazaba lluvia y había acudido andando, al recordar la humillante descabalgada de la bicicleta propinada por Antonio, justo el día anterior. 

En el interior, mientras la madre permanecía sentada, en aquella posición ya clásica, de brazos recogidos en el regazo, esta vez escondidos bajo una colcha de punto, el padre de Rita, Antonio, se movía inquieto en el reducido espacio de aquella salita de estar donde hacían vida. Rita se colocó junto a su madre, de pie, haciendo un esfuerzo por mantener la dignidad perdida, a los ojos de sus progenitores. 

- Demetrio, siéntate en esa silla, masculló Antonio, señalando una silla de asiento de mimbre junto a la puerta; nuestra hija dice que os queréis, pero eso no es suficiente, aunque es cierto que las circunstancias apremian, su madre y yo queremos saber si estás dispuesto a casarte con Rita, si ese es el caso seguirás trabajando aquí, con un sueldo magro, pero que entiendo suficiente, ya que viviréis con nosotros y los alimentos están garantizados; podrías llevar comida a tu hermano menor y ejercer su cuidado como hasta ahora, mientras el chico prepara su futuro, con ayuda también de vuestra madre, imagino. 

- Vengo más que dispuesto a pedir a Rita que case conmigo y cuento con el permiso de mi madre, desde esta misma mañana, solo quiero escuchar de boca de su hija que ella también lo quiere; lo dijo de seguido, lo llevaba bien aprendido; y puedo llevar las amonestaciones a don Julián, añadió, Demetrio se refería al cura párroco, un buen hombre que trataba de sobrellevar la situación de terror que se había instalado en Quintanilla, el problema, pensó, llegaría con la obligada confesión, porque no pensaba confesar los terribles pecados que venía cometiendo en nombre de la justicia.