jueves, 10 de mayo de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (007)

MLFA
Ayuntamiento de Ciudad Real

Era ya oscuro cuando abandonaron la era, Rita no escondía su inquietud por lo tarde que era y se aferraba al brazo de Demetrio, limpio y sosegado como nunca lo había sido, pensando en el futuro, como hacía siempre, pero acompañado de Rita, a quien, no obstante, nunca hablaba de su voluntad de dejar Quintanilla. Justino tardó tres semanas en aparecer por su casa, aquel doble cuarto con el retrete adosado en el pequeño patio exterior, llegó nervioso y preocupado al ver el carro que estaba cargado de viandas y aceite hasta los topes, pensó que algo le daría el joven, para su propia casa. 

No fue así, Demetrio alegó que todo era de la propiedad de don Anselmo, que él mismo conduciría hasta un convento de monjas en Villanueva; como siempre, Justino se negó a traspasar el quicio de la puerta y le previno de que había que estar preparados para recibir una cuerda de rojos que no pasaría por el pelotón de fusilamiento, sino por sus manos, y las del propio falangista que ya conocían, que había caído en desgracia y reconvertido en matarife, bajo las instrucciones de Justino, quien dispuso para él de una escopeta de cazar liebres, armas consentidas para labradores, que así garantizaban su sustento en época de mala cosecha, había que conseguir un permiso de la Guardia Civil, pero muchas de ellas carecían de la correspondiente guía y habían sido abandonadas en casas de labriegos por maquis que se daban a la fuga de forma precipitada. Antes de marchar le dijo que utilizarían la fosa, medio llena de agua y fango, tal que una alberca de abrevadero. 

A los fusilamientos de los maquis se les daba puntual publicidad, para escarnio de sus familiares, si bien es cierto es que los compañeros tomaban justicia, y ejecutaban a falangistas conocidos y en ocasiones a alguien de su familia. Demetrio se dio prisa en aparejar la caballería, Tomasillo le había preparado una bolsa con pan y tocino y hasta una frasca con anís, que el tiempo era ya muy frío, además de una raída manta, por si se echaba a dormir encima de los sacos de harina. 

Entró en Villanueva antes de amanecer, un día después, como le habían ordenado, y se dirigió a la Gota de Leche; no podía preguntar por su pequeña hermana, Edelmira le habían puesto las monjas diablesas aquellas, que más representaban ser hijas del diablo que del Señor, aunque cumplían un papel importante en aquellos pueblos arruinados donde anidaban el odio y el rencor en medio de la pobreza. Demetrio, de desarrollada inteligencia, odiaba la religión desde sus recuerdos en el orfanato castellano, pero se cuidaba muy mucho de manifestarlo, ni tan siquiera a su hermano Tomasillo, que cada noche hacía sus oraciones de rodillas y acodado en el jergón que compartían los dos hermanos. Demetrio pensaba en cómo sería su hermana y se decía si su madre la echaría de menos. 

Él sabía que el apellido lo había conseguido su madre llorando a las monjas de Villanueva, Quiteria había apelado al futuro que esperaba a una mujer con el otro apellido, entre aquellos hombres ignorantes y descastados para siempre, le hizo un regalo para su sobrina, maestra en Villanueva y joven de buen ver, Anselmo no lo echaría en falta, aunque ella sabía que todavía la deseaba, y necesitaba dotar a la muchacha, guardaba lo que podía llevarse de la casa, mayormente ropa y joyas de procedencia ilícita, casi siempre de familias que intercedían por los que iban a ser paseados, en un sótano de su hermana Rosario que siempre se mantenía seco, y era de difícil acceso; todo era poco para Edelmira, que, en tan solo dos años, poseía una dote que muchas jóvenes adineradas de Quintanilla querrían para sí. 

A finales de Junio de 1942 llegó la cuerda de aquellos funcionarios de diferentes ayuntamientos, los traían desde la prisión de Ocaña, tal y como había pensado Justino, donde se producían abundantes fusilamientos, a pleno día y en los patios de la tétrica prisión que tanta mala fama ha venido dando al pueblo de su nombre, la fosa se encontraba ya impracticable y se utilizaba por algunos jóvenes para bañarse en el buen tiempo, por lo que hubo que cavar otra más alejada; Justino echó mano del falangista y del Negro, don Anselmo pagó bien, pero aquel canalla redujo la soldada a la mitad, 300 pesetas por la obra de excavación y las ejecuciones, que se llevaron a cabo el día 7 de Julio, día de San Fermín para los navarros, mató a tres de aquellos desgraciados y fue el que más trabajó en el cierre de la fosa.