MLFA Kapitan und Krieger
Detroit, año 1973, capital de la industria del automóvil y ciudad con la mayor densidad de gente de color.
Ante la perspectiva de pasar nueve meses en los Lagos, sometidos a un tráfico infernal de contenedores y al continuado tránsito por las numerosas esclusas de la ‘seaway’, operación delicada para buques de alto francobordo, con cubertadas de contenedores sobreelevadas, propuse al viejo capitán un plan de ocio y relajación de la tripulación; la base eran las cataratas del Niágara (Niágara Falls). Se trata de varias cataratas a 300 metros sobre el nivel del mar y situadas en la frontera entre los estados de Ontario (Canadá) y Nueva York (USA). Se acordó dejar en tierra a los tripulantes, en grupos reducidos, y dotarlos de una dieta que les permitiera una estancia de 36 a 48 horas, libres de servicio, a fin de que disfrutaran de aquella maravilla de la naturaleza; rodeada de hoteles, casinos y burdeles de todo tipo (me refiero a los precios, claro).
Esclusas USA que daban acceso a Cataratas del Niágara; los marineros desembarcaban cuando el barco quedaba a nivel.
En general; todos tenían cierto temor a saltar a tierra en los muelles de Chicago, no les faltaba razón, aunque las ciudades más peligrosas eran Detroit y Cleveland. Los puertos canadienses eran un remanso de paz y orden; curiosamente, no tenían población negra y la policía – la famosa Policía Montada canadiense – era implacable y no estaba corrompida como la mayoría de policías portuarios americanos (45 años después esa misma corrupción inunda los puertos del Sur de España, gracias a los fabulosos beneficios del narcotráfico, sólo faltan los muertos, ya llegarán).
Las grandes navieras (5 en todo el mundo) se alejan de Algeciras, lentos pero seguros
Eran las 03:30 del 11 de junio, ya apretaba el calor húmedo del lago Ontario, cuando aquel policía irrumpió en mi camarote después de golpear la puerta (dormíamos con puertas – blindadas – cerradas, la llave maestra la tenía siempre el capitán). Detrás del primer policía aparecía la sombra de otro, tan grande como el primero, al fondo del pasillo estaba el viejo capitán, absolutamente consternado y en silencio. El policía me dijo que habían disparado contra dos tripulantes en un callejón de Detroit, añadió que estaban en el hospital y que se temía por la vida de ambos; me entregó la documentación de José Antonio, 3er. Oficial de Puente, el joven de Santurce; y de Tobías, el contramaestre, era un gallego de Villagarcía de Arosa.
Uno de los policías llamó un taxi para que no tuviera que desplazarme en la parte trasera del automóvil policial, alojamiento utilizado por los delincuentes y separado por una reja metálica que lo convertía en un zulo; entre los dos policías – enhiesta cual mástil de bandera - la escopeta de repetición del 12 (un verdadero cañón manual que conocemos a través del cine). Los policías se calmaron al verme bajar por la escala real que ellos habían subido con nerviosismo al ver la red de protección que envolvía la misma; esas redes tan mal vistas por antiestéticas, salvaban vidas, a menudo, más veces de las que uno piensa, al subir a bordo marineros borrachos que caían entre la escala y el casco del barco, quedaban enganchados en aquellas redes que evitaban su precipitación violenta contra el muelle, en algunos casos la caída se producía en el agua, entre el barco y el muelle.
Mientras me arreglaba (de uniforme) ellos degustaban café y pastas inglesas
En el hospital 'St. Thomas' estuvieron ingresados durante 45 días y devueltos a España en avión medicalizado.
El hospital era el clásico establecimiento sanitario USA; en su versión ‘Detroit’, es decir abarrotado de gentes de color vociferantes y agresivas, con familiares heridos de bala, mujeres tumefactas por agresiones violentas y todo tipo de ancianos enganchados a bombonas de oxígeno de los que, parecía, no se ocupaba nadie. En la gran puerta de entrada nos esperaba el consignatario de la carga, a quien conocía de escalas anteriores. Se trataba de un tipo muy eficiente que siempre nos advertía del peligro que encerraba su ciudad. José Antonio y Tobías estaban siendo intervenidos; el primero había recibido tres disparos; en abdomen, hombro izquierdo y muslo derecho, junto a la arteria femoral, el contramaestre tuvo más suerte: dos balazos, uno en el costado derecho, que afectaba al hígado (perdió la mitad de dicho órgano) y otro en un brazo, el derecho. Los cartuchos eran del calibre ‘45’ y procedían de sendos revólveres. Esa era la información oficial, finalizaba con pronóstico muy grave (lo que aquí llamamos ‘estado crítico’) de ambos heridos.
Los policías me dijeron que aquellos cirujanos del St. Thomas 'operaban' balazos a diario
'Black Lives Matter' representa lo que vivimos hace 40 años en Detroit; ello no justifica la brutalidad de la policía.
El ambiente en el hospital era dantesco; intentamos acceder a la cafetería, ésta resultó ser una pocilga y la clientela resultaba intimidante, aquella ‘negrada’ (no encontré mejor calificativo) te llevaba a pensar en la situación insostenible por la que atravesaba entonces EEUU; la profesión de sanitario, celador, conductor de ambulancia y auxiliares de enfermería eran de alto riesgo, y el personal administrativo atendía desde oficinas blindadas con cristales antibala que llegaban al techo, igual que todas las entidades bancarias y oficinas de Correos. El único dato penitenciario me llegó de la ciudad de Nueva Cork: 20.000 presos, la mayoría en la isla prisión de Rikers; Detroit y Chicago superaban esa cifra aquel año de 1973.
Los policías me llevaron, caminando, a una cafetería cercana (24 Hours Open), allí encontramos varios policías de cháchara que, enseguida, nos preguntaron por nuestro caso, habían oído hablar del tiroteo a dos hispanos (no dijeron españoles) embarcados, ellos lo definieron como ‘ejecución racial’ y, como es obvio, estaban acertados. El consignatario se mostraba muy preocupado, el barco portaba pabellón inglés aunque solo hubiera media docena de ingleses enrolados.
Detroit y Cleveland eran punta de lanza del movimiento racial más radical
José Antonio y Tobías fueron trasladados a la ‘UCI’ a las 12 del mediodía (tras pasar 10 horas en sendos quirófanos). Mi trabajo fue puramente administrativo; ello me permitió hacerme con un parte médico y enviarlo a mi padre a través del FAX que, amablemente, me cedieron; él fue quien, dándose a conocer como médico, informó a las familias de los dos heridos desde Bilbao; resultaba más ‘personal’ que los contactos con la naviera desde Manchester, y se puso a disposición de los familiares. Abandonamos el hospital sin poder verlos – el pronóstico seguía siendo ‘muy grave’ a la espera de reacción de los órganos vitales afectados, en la Unidad de Cuidados Intensivos, a los dos les habían extirpado el bazo, eso de entrada. Los familiares dieron por buena la mediación de mi padre y no viajaron a USA por el coste excesivo que les suponía viaje y estancia, entonces no existían los vuelos 'low cost' y viajar a EEUU costaba mucho dinero. La naviera 'ML' (Manchester Liners) se hacía cargo de mi comisión de servicio, y el ayuntamiento de Detroit del policía acompañante.
En el hospital los policías uniformados fueron relevados por un compañero de paisano que conducía un coche sin identificación oficial; de repente disponía de ‘chofer-guía-escolta-armado’. Me llevó a bordo a fin de que informara al capitán y al resto de la tripulación, comiera y descansara un rato. Me recogería al día siguiente; nos esperaban en el ayuntamiento, allí reconstruirían lo sucedido en aquel sórdido callejón con estos dos tripulantes que habían “ido de putas” en Detroit.
Al día siguiente; puntual como un reloj suizo, el policía Allister me recogió para trasladarme al ayuntamiento. Allí nos recibió un funcionario del Área de Asuntos Sociales quien, amablemente, nos invitó a su despacho y comenzó a explicarme lo sucedido, siempre en condición de hipótesis de trabajo, por su experiencia en temas de ‘violencia racial’; su explicación fue alucinante, no exenta de coherencia y probidad.
José Antonio y su camarada, el contramaestre Tobías, eran dos ‘puteros’ reconocidos, siempre salían juntos de noche, lo suyo era el whisky de malta y las putas – blancas o negras, no hacían distingos – y esa noche fueron ‘engatusados’ por dos mujeres negras que, según el comisionado, no eran tales, sino hombres ‘travestidos’ de raza negra. Ellas/ellos iban por delante, al llegar a un callejón, sin coches a la vista, sacaron sus armas y dispararon varias veces sobre los dos tripulantes.
Así quedó el 'Hotel Plaza', competidor del 'Hilton' en la ciudad de Detroit.
El comisionado, preocupado por la más que probable muerte de ambos, sin acritud, diría que con amabilidad, me dijo que ambos marineros (los calificaba así) eran víctimas propiciatorias. Los negros eran conocedores de que los ataques a norteamericanos eran brutalmente perseguidos por los oficiales de policía de Detroit (la política del alcalde era muy clara al respecto); caían amigos y familiares de los asesinos, llegó a decirme que los jueces hacían la ‘vista gorda’; así, sin eufemismos, aseguró que no llegaban a ingresar en prisión, los ‘apiolaban’ y listo; eso sí, antes hacían acto de presencia ante el juzgado del respectivo condado. El conflicto racial era de tal gravedad que preocupaba a autoridades estatales, y las policías locales (del condado) hacían el trabajo sucio a los del FBI, gente de la que no se fiaban, los delitos eran federales, al ser calificados como organizaciones criminales (entonces no se utilizaba la expresión ‘terrorismo’).
Quedé al cargo de los heridos alojado en el Hilton Detroit; durante 45 días
Erich, el policía que me habían asignado, era un gran tipo, mayor que yo, de unos 40 años; estaba casado con una holandesa, maestra de escuela en uno de los suburbios, muy cercano al lago, la mayoría de sus alumnos eran negros; en general se mostraban respetuosos con ella (sabían que su marido era policía). Además llevaba a sus dos hijos (blancos como la leche, pelirrojos y llenos de pecas) a su escuela, medida que le granjeó mayor cuota de respeto entre el resto de alumnos.
A bordo seguían la rutina anterior al terrible asalto sufrido por los dos compañeros; habían embarcado dos oficiales de Gales para relevarnos a José Antonio y a mí, procedían de familias indonesias afincadas en el norte de Gales y dedicadas a la pesca, yo les echaba una mano cuando hacían escala en Detroit, amen de informar al capitán y al resto de la tripulación acerca del estado de los heridos; éstos fueron sometidos a un coma inducido y varias transfusiones de sangre, incluída la hemodiálisis en el caso del contramaestre, (una de las balas le perforó un riñón). Las balas eran de punta hueca, causan mayores destrozos que las normales debido a que estallan en mil pedazos en el interior del cuerpo y afectan a varios órganos a la vez.
Al amigo policía Erich Allister le debo mi ensayo “Las ventanas Rotas” escrito años después
El día 28 de junio (17 días después del atentado) abandonaron la UCI y fueron instalados en una planta de “agudos”, venía a ser como una UCI más suave; en aquel momento se mantenía el riesgo de septicemia, a José Antonio no se le pudieron extraer fragmentos de bala al estar alojados junto a la columna vertebral. Estas balas blindadas de cabeza hueca se conocen como ‘chaqueta metálica’, ¿recuerdan la película? Y, como ya les he dicho más arriba, provocan grandes destrozos en el cuerpo humano. Son posteriores a las balas ‘dum-dum’, que también resultaban muy destructivas. (Utilizadas en las dos grandes guerras, en Corea y Vietnam).
Grabado sobre una fábrica antigua de Detroit; de ese Detroit y ese Cleveland que fueron llevados a la quiebra por afroamericanos.
A la nueva sala tenía acceso libre; pude vivir en tiempo real el esfuerzo de médicos y enfermeras para salvar la vida a los dos ‘hispanos’ embarcados en un buque inglés. El trato dispensado a un servidor fue de excelencia, y mi presencia diaria en el hospital fue una experiencia vital irrepetible; años después estudié Criminología; rechacé el empleo de subdirector de la cárcel catalana de ‘Can Brians’, y trabajé durante dos años como instructor en otras prisiones, por mandato de la propia Generalitat de Catalunya.
El 26 de julio los dos heridos fueron trasladados a España en avión medicalizado
PS – José Antonio, de 73 años de edad, vive en Santurce; con fragmentos de bala en el interior de su cuerpo, no volvió a navegar porque le quedaron secuelas. El contramaestre falleció a los 76 años; trabajó muchos años en la pesca de bajura. Ambos recibieron una indemnización muy generosa del Gobierno de los EEUU. (A cambio nunca denunciaron el asalto que habían sufrido en medio de un grave conflicto racial en el que fueron víctimas propiciatorias o chivos expiatorios).
¿Por qué se cometían esos asesinatos a turistas de otros países y gentes de paso? Para provocar la consiguiente reacción policial y elevar el grado de tensión en las principales ciudades del país. Claro que la historia se contaba al revés en Europa.
Mientras los afroamericanos no admitan su 'responsabilidad', evidente para quienes conocemos EEUU, los blancos USA seguirán reacios a cualquier tipo de reconciliación y 'normalización', y el conflicto - que nos duele a la gente de bien - racial no se resolverá; por el contrario, seguirá enquistado como hemos podido comprobar entre 1972 y 2021.
Continuaremos interaccionando navegación y sociedad, si la salud nos echa una mano, claro
(No somos políticamente correctos, hemos vivido los mayores conflictos mundiales, se los contamos)