miércoles, 28 de agosto de 2019

Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto 108/110

Plaza Mayor y ayuntamiento de La Puebla de Montalbán

Aquel maldito mecánico había excitado neuronas aún no reconocidas, presentes en el desorden cerebral de la mente escindida de Eulogio; agravando el trastorno de personalidad y conducta desviada que se conocía ya desde su juventud y que aún no había sido tratado convenientemente, algo habitual en aquellos pueblos del Común de la Mancha y otras comarcas, a sotavento de vías de comunicación y dotadas de escasos recursos sanitarios, particularmente en cuanto a neurología y sus ramas se refería. Estos elementos de mente disociada quedaban al albur de la sociedad, a excepción de quienes eran diagnosticados certeramente por médicos de cabecera responsables que actuaban en el seguimiento de la conducta de los pacientes que podían estar afectados de enfermedad mental, como era el caso de Eulogio, que pasó desapercibido entre los suyos, que se limitaban a definirlo como violento e inconstante, eso sí, muy dado a subidas y bajadas de ánimo; bipolaridad que devendría en esquizofrenia con los años, con ayuda del alcohol. Eulogio podía ser objetivado como enfermo mental precoz que no fue diagnosticado como tal hasta que fue demasiado tarde, como se venía conociendo en el tiempo, más de un año, que moraba en el entorno familiar de “Zagala”.

De vuelta en el hostal, al volante del nuevo ‘todo terreno’, se ocupó de que todo pareciera más que normal, deberían verle satisfecho y contento, de forma que nadie pusiera en duda que aquel vehículo era suyo; además necesitaba efectivo para adquirir munición y equipamiento de calidad, que no encontraría en La Encomienda; había que subir dirección Madrid, a unos 70 kilómetros, allí encontraría un gran almacén homologado específicamente para caza; allí era donde se abastecían los cazadores franceses y los belgas, que estaban impedidos por ley de atravesar la frontera con munición de cualquier calibre, la bestia que llevaba en su interior ya comenzaba de asomo y resultaría imparable de ser ciertas aquellas sospechas inducidas por el mecánico despechado.

Tres días empleó en dotarse de fondos suficientes, “Zagala” era una mina de oro para todos, y de manera especial para hijos y yernos, comenzó la rapiña ese día del coche, que se contaba jueves y todo quedaría listo a la noche para atender la demanda de fin de semana; “Zagala II” no disponía de autonomía financiera, no llegaría hasta que desapareciera el patriarca, así pues dependía de proveedores de toda la vida, que almacenaban en “Zagala” los pedidos de ambos hostales; los jueves eran decisivos para aquellos buitres, que llegaban a falsificar albaranes con excusas peregrinas del tipo de mal recuento o mercaderías dañadas. Al fin y a la postre se tapaban unos a otros, situación irregular en la que ambiciones desmedidas generarían odios cainitas cuando esta segunda generación estuviera al frente del negocio de forma oficializada.

En el pueblo las irregularidades y perturbaciones eran de orden político; convencidos estaban que durarían en el tiempo y perfilaban plantillas municipales contratando a los suyos en fraude de ley, por medio de pruebas de acceso, que tenían el valor de definir como oposiciones, del todo amañadas, llegando al punto de entregar las cuestiones a resolver en el examen al propio interesado, normalmente vago y de cortedad manifiesta, de tal forma que familiares y amigos lo desasnaran, siquiera fuese a los efectos de garantizar el apto y consiguiente archivo de la hoja de examen, para prevenir posibles reclamaciones en el contencioso-administrativo, que eran palabras mayores, de producirse. Toda una urdimbre aceptada con resignación por los vecinos que venían bataneados del régimen anterior, acostumbrados al convendrá y en aquel dañino tendrá que ser así, tan propio de la sociedad castellano-manchega.

Había aparvados que, colaboradores en el saqueo de las plazas municipales, justificaban tal nepotismo con expresiones del tenor hora era de que les tocara a los nuestros, que, escuchado en bares y plazas, provocaba oleadas de afecciones al nuevo régimen, del que se esperaban empleos y prebendas; los primeros en agachar la testuz fueron, ya lo hemos comprobado a su llegada, los comerciantes y propietarios de bares, los gasolineros, libreros y ferreteros, que conseguían la exclusiva en calidad de proveedores del reino. Ponemos en valor el nepotismo al ser los familiares de los munícipes, algunos de ellos calificados de acémilas, quienes primero accedieron al empleo, pero sin olvidar el amiguismo y lo que hoy día se conoce como tráfico de influencias. Este claro enmerdamiento del tejido social provocaría manchas indelebles; claro que en el resto de España venía en suceder parecido, aunque la diferencia era muy notoria al haber, en otras regiones, una cierta capacidad de respuesta por parte de la ciudadanía.

Faltaba un lustro para que el PSOE de los 200 disputados diputados entrara en caída libre por mor de la corrupción y a la pregunta de ‘por quién doblan las campanas’ del viejo Gironella, las respuestas apuntaban ya al socialismo dominante; hecha y expuesta esta reflexión en clara referencia a la mayor parte del país, puesto que Castilla La Mancha no experimentaría cambio político hasta bien entrado el nuevo siglo, tan entrado que hablaremos de la segunda década del mismo. En Andalucía perduraría en el tiempo más que el franquismo, todo un Guiness solo superado por México, Corea del Norte y Cuba; ahí, en la vasta tierra de María Santísima, se desconocía la alternancia en el poder; y sus críticos se veían obligados a abrevar en aguas sucias, advertidos por aquel famoso Guerra de que: ‘si se movían no saldrían en la siguiente foto’, al tiempo que su hermano repartía favores entre cafelitos y se forraba con aquella gestión cutre-mafiosa, desde un despacho oficial que no le correspondía, ni tan siquiera pisar. Alfonso, que tenía la patria potestas del clan familiar, es aquel político que se bajó en el arcén de la autovía y pidió un avión al estar ya harto de retenciones, el Mystere no pudo aterrizar en la autovía, que seguía repleta de vehículos y lo hizo en un campo de trigo próximo al vociferante Guerra, a la sazón vicepresidente del Gobierno de España y experto en las artes amatorias, acompañado siempre en el acto por la música de Mahler. Había dado comienzo la corrupción y el abuso de autoridad por parte de los principales augures de aquel socialismo en libertad que no llegaríamos a conocer.

La relación entre el clan de “Zagala” y el nacionalsocialismo que imperaba en el municipio en el que estaba instalado hacía casi tres décadas era inexistente, tampoco mantenía relaciones con la Diputación provincial y mucho menos con la Junta de Comunidades; no obstante, se podía constatar el retraimiento por parte de aquellas Instituciones que deberían regular, y en su caso sancionar, conductas de ilícito social, nos referimos a las Inspecciones de Trabajo, también a las de Consumo, no digamos ya el escaqueo defraudatorio hacia la Hacienda Pública de parte del grupo de los Expósito. Si hemos convenido que no había trato de favor por parte de las tres administraciones operativas, la autonómica, la provincial y aquella más directa y sobre el propio terreno, como era la municipal, podemos deducir sin temor a engaño que se aceptaba de buen grado lo que dio en llamarse la economía sumergida, que alcanzaba porcentajes del 60% en estas tres regiones. “Zagala” no era la excepción, al contrario, era la regla bien consolidada.

Y esa aceptación era responsabilidad de los socialistas que okupaban democráticamente los gobiernos municipales a través del voto cautivo; que hacía que su representación política fuera legítima, que no legal y, muchísimo menos moral, al tratarse de votos condicionados. El parado cobraba la prestación de desempleo al tiempo que trabajaba en negro en la agricultura, en la hostelería y en todo tipo de empresas de chapuzas que le llamaran; dentro de ese mundo de fusión a negro destacaban la albañilería y la fontanería; en estas comunidades deprimidas, los socialistas eran responsables de los miles de millones de pesetas hurtados a Hacienda, fuertes capitales de imposible recuperación. Eran conocedores de que su permanencia se aseguraba siempre en proporción directa al consentimiento de estas ilegalidades; el fraude fiscal permitía que un parado cambiara de coche a voluntad, así como permitirse una vida lúdica de continuo; pueblos de Castilla La Mancha y Extremadura que empalman: Reyes con Carnavales, para en solución de continuidad preparar la Semana Santa y las Cruces ya en el esplendor primaveral con todo tipo de ferias de barrio, cutres pero debidamente subvencionadas por ayuntamientos y diputaciones socialistas; todo tipo de eventos deportivos igualmente subvencionados, y presentación allá por el mes de junio de toda una vorágine festera y feriada que cubriría todo el verano, a la espera de santos viejos y jóvenes, así como de patronales; santos vivos y nuestros queridos difuntos, que nos arrastraban hacia la Navidad. Los ausentes se hacían cruces, claro.

Nada que ver con otras comunidades españolas, mucho menos con países de nuestro entorno, sin olvidar la vida cotidiana en bares y cervecerías, que ayudaban a mantener récords trágicos en alcoholismo, confirmados por aquellas asociaciones benéficas que se dedicaban a tratar la deshabituación y posterior rehabilitación de entre 300 y 500 vecinos, en poblaciones de 15.000 a 18.000 habitantes, lo que supone ratios de epidemia. Los socialistas cabalgaban a lomos de un tigre, bien cierta la aseveración, pero de lomo pulido, incluso bruñido, y dientes limados de forma que quedaran romos. No se daban cifras de aquellos alcohólicos de entre si y no, por no estar sujetos a control benéfico, aquellos que manifestaban desamor y desencuentro, cuando no violencia, en la intimidad de los domicilios familiares. Guerra seguía con lo de más ‘curtura’.

Eulogio ya se había dotado de equipamiento para caza que, además de ropa y calzado, incluía munición y un cuchillo de monte, más bien machete, de empuñadura de asta, dos filos y sierra para descuartizar las piezas cobradas, aquel arma era de grandes dimensiones pero de venta perfectamente legal; le habían solicitado el carnet de identidad, detalle exigido por un empleado veterano desconfiado del sujeto que tenía delante; decisión muy acertada, como se vería poco tiempo después.

Aún tenía unas pesetas y decidió, de forma imprudente, aparcar en la trasera de un puticlub a orilla de la gran tienda para cazadores, allí también dejaría huella al intentar meter mano entre las piernas a una fulana de aquellas, vistosa por demás, que exigía su consumición; ante los gestos de la mujer y la respuesta desabrida de Eulogio, se vio obligado a intervenir el gerente del local, que consiguió tomar nota del nombre del achispado que dijo ser uno de los dueños del hostal “Zagala”, nombre que apuntó de corrido aquel tipo malencarado, negándose a cobrar la última consumición, a cambio, le invitó a que se marchara. El Eulogio desconocía que uno de aquellos tipos del club ya había tomado nota de la matrícula de su flamante Land Rover. Así funcionaban aquellos cubiles, cuya intención no era otra que lograr mantenerse alejados de problemas con los clientes, que terminarían atrayendo a la fuerza pública. Lejos de venirse abajo Eulogio invitó al tío de la corbata a que se pasase por “Zagala”, donde sería bien recibido por su familia; luces de alarma se encendían en derredor de este hombre, todavía joven, pero algo desequilibrado, nadie vislumbró el resplandor de las mismas.

Era ya de noche cuando llegaba a “Zagala” y encontró a Demetrio muy inquieto, por lo que se avino a dar toda suerte de explicaciones, que acompañaba de risotadas, a lo que Isidra, atenta, respondió ofreciéndole un plato de cordero con patatas a lo pobre recalentado, que aceptó de buena gana. – Eulogio, le pidió la buena mujer, pasa dentro y arréglate un poco mientras te preparo la cena, que había rechazado uno de los huéspedes por encontrarse indispuesto, pero aseguró – Está todavía sin tan siquiera salir a la mesa, - insistió ella - y sé que te agradará.

Junto a la botella de vino tinto puso una de gaseosa, viendo el estado del cuñado aquél. María había logrado transmitir su preocupación a la mayor de los hermanos, algo no iba bien, repetía la joven madre con machaconería. Él asentía sin mayor preocupación, al menos visible, y solo pensaba en su proyectado plan, dirigido a controlar la posible relación de Mercedes con el tipo aquel, que resultaba ser uno de los camareros preferidos de su suegro.

- Voy a Jaén, se dirigía a su esposa, llegado a casa desde “Zagala”, dejó la llamada a cuenta de la Isidra, ella estaba advertida de su llegada, parece que puedo conseguir un buen semental y montar yeguas de por aquí, se trata de empezar a montar una cuadra prestigiosa y, quien sabe si una escuela de equitación más adelante. – Ya tengo el contacto – y me espera en unos días en Linares, haremos noche allí y a la mañana siguiente ya estaremos en el campo.

- Tú verás, claro que hay que ver el precio, porque padre nos acaba de comprar el coche. – Me parece a mí – añadió Mercedes, que ya solo pensaba en su amado y en los días restantes hasta su marcha.

Al día siguiente María era informada por Mercedes de los proyectos de su marido; ésta estaba segura de que el viaje se demoraría, cuando menos hasta que él sisara dinero suficiente para su viaje, ya no para la compra de aquel caballo, que quedaría en el aire, ella lo creía así, por el momento. No se trataba de dinero, no era cuestión crematística, ella sabía que dinero era lo de menos en “Zagala”, pero no convenía promocionar a alguien que contaba con la oposición de toda la familia. Si lo sabría ella, que resultaba ser la víctima propiciatoria. La premonición de Mercedes resultó acertada, el fin de semana fue suficiente para que Eulogio hiciera caja, coincidió con un puente y ambos hostales desbordaron de trabajo, hasta el punto de reclamar personal a bares del pueblo, consiguiendo camareros que se incorporaban a “Zagala” después de cerrar aquellos locales donde trabajaban de ordinario. Eulogio parecía dispuesto a realizar su viaje trágico a ninguna parte.