miércoles, 14 de agosto de 2019

Saga de La Encomienda por Martín L Fernández Armesto 102/103


Plaza Mayor de Noblejas

El franquismo protegió la industria vasca por medio de aranceles que dificultaban la entrada de productos siderometalúrgicos del exterior; el exponente máximo de esta política llevada a cabo en los años ‘50’ fue ‘Altos Hornos de Vizcaya’, creada en 1901, y que se mantuvo a flote a pesar de que sus precios abrasaron al sector; ni tan siquiera el INI (Instituto Nacional de Industria) del régimen consiguió doblar la cerviz al gigante de Baracaldo; el vecino de Sestao, ‘La Naval’, se veía obligado a comprar sus productos siderúrgicos, al igual que las fábricas de automóvil que hacían su aparición al inicio de los años ‘50’, sabiendo que resultaba más barato acudir al mercado internacional.

Los aranceles constituyen un impuesto a la importación, su efecto inmediato es que fabricantes de otros países no pueden competir con los nacionales, ello permite a los nuestros mantener precios elevados. Constituyen, por así decirlo, la columna vertebral de la autarquía que sufrió España entre 1940 y 1960. La excusa perfecta era que nadie nos quería, que nos mantenían aislados como castigo económico al régimen totalitario que se llamó franquismo autárquico; no era cierto, el coloso USA llamaba a las puertas del dictador desde finales de la década de los ‘40’; ocurría que Franco necesitaba del apoyo de los grandes industriales vascos, y que éste se llevara a cabo sin publicidad ni grandes alharacas, y no como haría un alcalde castellano-manchego al inaugurar una churrería en su pueblo. El Caudillo decía que no convenía meterse en política, preconizaba la prudencia y discreción a toda costa, hasta el punto de que la única persona que sabía si (él) firmaría una pena de muerte (o no) era su esposa; el resto de los próceres políticos se enteraban por el verdugo, al que había que pagarle el viaje y las dietas desde su pueblo; o por los mandos del Ejército si se trataba de fusilamientos. 

Desgraciadamente, es en estos años de nuestra narración, cuando la banda ETA secuestra y asesina a aquellos empresarios beneficiados por el franquismo, que terminarían huyendo del País Vasco: Ibarras, Zubirías, Careagas y tantos otros aguantaron mientras pudieron, al final terminaron tirando la toalla, debido a la extorsión y amenazas de muerte, llevadas a cabo entre sus seres queridos, y abandonaron su querida tierra vasca que, justo es decirlo, ellos habían expoliado sin parar desde finales del siglo XIX, lo que no justificaba, hay que decirlo a gritos, la violencia que se ejerció contra ellos. Un proceso de ruptura y no de reforma les hubiera exigido responsabilidades pecuniarias, y conducido a la pobreza en algunos casos, no al cementerio y a la desolación de sus familiares. 

No será hasta 1959, fecha de implantación del ‘Plan de Estabilización’, del que hablamos en capítulos anteriores, cuando el régimen abandone la autarquía económica y comience, siquiera fuera de manera tímida, la liberación del mercado español, cuyo primer beneficiado sería el ciudadano. No se suprimieron todos los aranceles, pero se produjo una rebaja sustancial de los mismos. Nuestro sentido homenaje, aquí en la narración, a modo de cameo, a tantos miles de trabajadores de ‘Altos Hornos de Vizcaya’ y a todos sus familiares; a los directivos, también a los propietarios de la mayor empresa del Estado en la época del desarrollismo español. 

En Cataluña ocurrió tres cuartas de lo mismo, comenzando por el mercado cautivo del textil, que, gracias a la política arancelaria del franquismo, impedía la entrada del textil inglés, de mejor calidad y más bajo precio. Franco discrimina positivamente a Cataluña, ello le permite salir con ventaja, ya que el resto de España es un desierto industrial, Cataluña recibió ayudas de todo tipo del Estado, en detrimento de otras regiones, incluida Castilla La Mancha. 

A principios de la década de los ‘40’, en los primeros años triunfales, el régimen se vuelca en Cataluña, les concede la posibilidad de celebrar, en exclusiva, Ferias Internacionales; decreto que se mantuvo en vigor hasta 1979, a excepción de Valencia, que pudo lograr su Feria, no así Madrid; su famosa Feria Internacional, conocida como ‘IFEMA’ data de estos años ‘80’

Qué decir acerca de las inversiones en autopistas, líneas ferroviarias, implantación de nuevas fábricas, entre ellas las pertenecientes al sector químico, también a la automoción, coches y motos llegaban al resto de España desde Cataluña donde radicaba el coloso de ‘Seat’; en el resto de España competían con Cataluña: la ‘Fasa Renault’, instalada en Valladolid el año 1951, y la ‘Citroen’ de Vigo, ésta desde el año 1958; juntas proveían de vehículos al mercado interior, y comenzaba, si bien de forma aún incipiente, la exportación a terceros países. 

En el aparcamiento de los hostales de los Expósito, aparcaban cómodamente los ‘Seat’, ‘Renault’ y ‘Citroen’, estos últimos en menor medida, durante los años ’80’. En la parte de atrás, en aquella gran explanada destinada a los remolques de remolacha, aparcaba su viejo Renault el ínclito Eulogio, que no desesperaba de conseguir un Land Rover de aquellos que subían por caminos y montañas, como si fuesen caballerías, de hecho le había pedido al ‘chincheta’ uno de aquellos catálogos, quería el modelo corto para no tener que traer y llevar a las empleadas, con las que no debía mezclarse, así se lo había recomendado Demetrio. Disponía de la mejor, que siempre accedía gustosa, así lo apreciaba él cuando la montaba, que no era otra cosa lo que hacía en el dormitorio de matrimonio; ella agradecía que le pidiera que no se moviera, eso le permitía permanecer inmóvil mientras le inyectaba aquella savia que no germinaba, gracias al artilugio que utilizaba ella, conseguido de una amiga de su cuñada María. Ya era una experta en la colocación de aquel paraguas, sin que el hombre se enterase de la maniobra; algo se retrasaba en el bidet, a la hora de extraer el adminículo y lavarlo, pero no importaba, ya que el cabestro dormía, cuando ella regresaba al lecho conyugal y se acurrucaba al borde de la cama. 

El mecánico tardó una semana en conseguir el catálogo del Land Rover, que construían con licencia inglesa en uno de los pueblos de la comarca, algo que desconocía Eulogio. En cuanto lo tuvo en su poder se presentó en “Zagala” a la hora del almuerzo; al lo menos que le invitara, pensó el ‘chincheta’, ya sentado a la mesa, a la espera que terminara una venta de quesos a unos maños que solían parar en el hostal, el pájaro estaba más pendiente de la barra que de los clientes, ya que, si el camarero era de los nuevos, el dinero de uno de aquellos quesos iría a parar a su bolsillo. El ‘chincheta’ no le prestaba cuidado, atento como estaba a la marca de las bragas al trasluz de la bata, de una de las chicas que preparaba ya las mesas del primer turno de comidas, inquieto porque tenía trabajo en el taller que no admitía demora. 

Por fin se llegó a su mesa, estaba sonriente, señal inequívoca de que uno de los quesos ya era suyo; entre las prisas y el interés de Eulogio por el Land Rover, que miraba la gama de los pocos colores que ofrecía la casa, él buscaba el verde carruaje, como le había recomendado un amigo del pueblo, muy apropiado para ir de caza, aunque él no le veía su aquél a lo del ‘carruaje’, al no parecerle de elegancia. Se lo enseñaría a su mujer, a fin de cuentas ella era la que tenía que convencer al patriarca de la compra del vehículo; con los nervios olvidó algunas preguntas, más bien aclaraciones, que esperaba obtener del mecánico, que ya se levantaba a pagar el almuerzo, mirando de refilón al Eulogio a la espera de la invitación, que no llegaría, al seguir éste repasando las características del coche de ‘todo terreno’

Teodoro volvía del pueblo con buenas noticias para Isidra, le habían ofrecido un traspaso que parecía interesante, donde colocar al pariente de su cuñada, un bar de tapas justo en el centro del pueblo; el propietario se jubilaba y su clientela era numerosa, al decir de todos los vecinos que pudo consultar, y para nada molesta ni ruidosa, como le aseguraron algunos de ellos. 

Muchos castellano-manchegos y también extremeños, parecían convencidos de que el PSOE revertiría la situación y pondrían en marcha el tan esperado proceso de industrialización de las dos regiones; entendían que se daban las circunstancias apropiadas para invertir en ambas, de forma inmediata en Castilla La Mancha: la línea de alta velocidad entre Madrid y Sevilla, que tendrá parada en Ciudad Real y la autovía A4 que uniría la capital española con Cádiz estarían listas para la Expo Universal de Sevilla, para lo cual faltaban tres años. Se convertía así a la planicie manchega en centro geoestratégico, como vimos ya desde el inicio de estos proyectos emblemáticos para el presidente Felipe González y el clan de la tortilla, que venían a ser los dueños de facto del PSOE, sin temor a ser contestados, ya que Felipe rememoraba al José Antonio Primo de Rivera, en cuanto al control absoluto de su particular Falange, que también era nacional y socialista y sindicalista como aquella. Su Onésimo Redondo era Alfonso Guerra, que actuó en calidad de alter ego hasta que cayó en desgracia por la corrupción de su familia. 

Y por desgracia para aquellos críticos atentos y a la espera de la industrialización y, sobre todo, para escarnio de los castellano-manchegos y extremeños, ni estaba ni se le esperaba; ya que alcanzarían la condición de subvencionadas; por ello insistían en el mensaje de la España solidaria, que otros definían como solidaridad interterritorial, hasta convertirlo en un eslogan.