martes, 27 de agosto de 2019

Saga de La Encomienda por Martín L Fernández Armesto 106/107


Nemesio estaba satisfecho del trato llevado a cabo con sus parientes; abandonaba “Zagala” pero le compensaban; él sabía que lo hacían por ser conocedor de muchos de sus secretos, lo hacían pagando el traspaso de aquel bar, de nombre ‘La Peña’ que cambiaría por el de “Neme” en cuanto tuviera los papeles. No esperaba la reacción de su mujer, muy pensada, según le comunicó la Rosi en presencia de su hermano mayor, eran cuatro los hermanos, que le pedía un tiempo de separación. Ella estaba muy influenciada por aquel hermano, del que conocíamos que sentía envidia de su cuñado y sabía de sus trapicheos en “Zagala”, por no mencionar allí mismo, con su hermana ya a punto de llanto, sus escarceos con las muchachas aquellas de los pueblos vecinos que se ocupaban de la limpieza del hostal, el diálogo se fue enconando, y ella se levantó a cerrar las cortinas que daban al patio que compartían con otras dos familias, de paso les pidió que bajaran la voz, y pañuelo en mano, volvió a sentarse con la espalda muy erguida en una punta del sofá que había comprado Nemesio el año anterior a una familia que dejaba el pueblo, a quienes también compró una buena mesa de comedor y sus cuatro sillas. 

El ‘Neme’ se había percatado, le advertía su instinto de ello, que desconocían su ilícita relación con Alicia; lo cual le tranquilizaba enormemente, hasta el punto de que su separación pasaba a segundo plano, limitándose a escuchar a su mujer y asintiendo con gestos de comprensión. 

- Creo que lo mejor es que quedes en casa de tus padres durante un tiempo que ya veremos y te ocupes del bar ese que te has hecho cargo. - Cumpliendo los pagos que tenemos, añadió y mi gasto normal de la casa, le dijo Rosi con voz tranquila aunque entrecortada por la llantina. 

- Vendré por la tarde a recoger ropa, puntualizó Nemesio, dirigiendo la vista a su cuñado, queda en tu poder la libreta de la Caja y yo tendré los talones para mis gastos. – Mi pariente, les añadió, se ha hecho cargo de los primeros pedidos a los proveedores, hasta dos meses, me creo, ya lo confirmaré. 

El perro no cabía en sí de gozo, su mente pergeñaba planes de inmediato, que tal era su habilidad, y pensaba ya en ocupar a su amante en las tareas de limpieza del bar, una vez que los proveedores hubieran llenado estanterías y anaqueles, por cuenta de los de “Zagala”; tendría a la moza a su lado en horario que no fuera de clientela. Retiró de su mente aquel plan rebuscado, en el momento en que notó un aviso claro de erección, allí de pie, junto a la puerta de la casa, de propiedad del matrimonio. Ahora solo le correspondía un gesto circunspecto de resignación y abandonar el domicilio familiar con premura. 

Eulogio estaba contento, los papeles obraban en su poder y solo quedaba presentarlos en el ayuntamiento y solicitar que procedieran a su empadronamiento; se lo comunicó a Demetrio, que aprovechó la ocasión para confirmarle la compra del Land Rover corto, de color verde, e informarle de que iría a nombre del establecimiento. Quedó perplejo, conocedor como era de que los vehículos de Diego y Emilio figuraban a su nombre; no obstante calló prudentemente, a fin de evitar que su suegro le viese molesto por la decisión tomada, a todas luces injusta para él y la propia hija. Quedaba intentar que no fuera público lo de los papeles del coche, hablaría de ello con Mercedes, y también con Teodoro, que a buen seguro lo entendería. 

Abandonó la mesa donde sesteaba Demetrio de buena mañana y se dirigió en busca de Teo, que atendía a unos viajeros en el refrigerador de los quesos y embutidos envasados al vacío, mercadería de ínfima calidad que elaboraban industriales desaprensivos para venta en bares y hostales de carretera; a excepción de los quesos, que eran de origen manchego y así deberían ser etiquetados al público, el resto: embutidos, mieles, vinos y aceites, eran de ínfima calidad y elevado precio. Tenían buen cuidado con las ventas a clientes fijos y a huéspedes conocidos, a los que se les vendía productos de calidad, estratégicamente situados en grandes aparadores refrigerados junto a la caja registradora del restaurante, a cargo de Teodoro, donde además de comidas y cenas se hacía efectivo el pago de las pernoctaciones. Las neveras de cafetería se utilizaban para abastecer a la clientela de autobús o viajeros que hacían parada en “Zagala” de forma esporádica; ocurría lo mismo con la ingente cantidad de bollería industrial que vendían al cabo del día, las marcas les proveían de producto de calidad inferior, a petición del cliente, que solía ser el Emilio. 

Isidra vigilaba que no hubiera abusos descarados que dieran al traste con la reputación del establecimiento. De esas ventas se beneficiaban los hijos, que de cuando en vez solicitaban efectivo a los camareros, caudales que no reintegraban a la caja de la barra, con la complicidad tácita del camarero veterano, más preocupado de su propia mordida, que variaba en función de la clientela y el grado de presencia de los hijos e hijas; la segunda generación de aquella saga, ya al mando de los dos establecimientos, a pesar de la gran lucidez con que se mantenía el patriarca, aunque ya sumido, la mayoría del tiempo, en sus recuerdos y muy poco pendiente de la marcha del negocio. 

El ‘Chincheta’ había tomado dos decisiones, propias de su conciencia carcomida por el odio y los celos patológicos que sentía por la menor de los Expósito; denunciaría al camarero, pero ocultaría su presencia frente a la vivienda en la noche de autos, más bien de cuernos, que a él le sentaban a quemados; y lo haría en el momento preciso en que el patán de Eulogio aparecía en la cocina y los patios de “Zagala” adulando a su mujer, Mercedes, autonombrada ayudante de su cuñada María, en tareas de control de limpieza y mantenimiento, así como de lavado y planchado de ropas de cama y comedores, que llevaban a cabo las muchachas. El tipo agradecía ampulosamente que ella conformara al padre acerca de la compra del segundo Land Rover, para uso y disfrute de su marido, que esperaba como agua de mayo la reapertura de la veda, para acercarse de caza mayor a la frontera con Despeñaperros, allí donde haría buenas amistades, que resultarían útiles para sus oscuros proyectos en tierras andaluzas, llegó a sugerir una invitación al mecánico, siquiera de acompañante, a la que el ‘chincheta’ no prestó la mínima atención. Acudiría en solitario a su primera cacería como potentado y hablaría de los “Zagala” como forma de impresionar a los compañeros de venación a quienes invitaría con el producto de sus ventas en el hostal. Los dos rifles los tenía a buen recaudo en “Zagala”

A punto de salir con Teodoro a recoger el flamante todo terreno verde de camuflaje, había desterrado lo de carruaje, que le recordaba las galeras en que transportaban la mies allá en Quintanilla, se topó con el mecánico que acudía a almorzar, como era de hábito; y se sentó a su mesa para hacerle partícipe de sus planes, en viendo que Teo se demoraba preparando los pedidos del día que le había pasado el Emilio, con mala letra y tachones, alguna mancha de aceite o vino del tinto que trasegaba el cuñado a cualquier hora del día y de la noche. No lo pensó dos veces e interpeló a Eulogio, a su manera, siempre en tono de impertinente, en esta ocasión más impostado si cabe. 

- ¡Eulogio! no son dados a viajes de cacerías, su vida social se reduce al Bernabeu y a la plaza de las Ventas, es ahí donde encontrarás acogimiento y complicidad, y la presentación ante gente importante. – ‘Chincheta’ se apuró en apreciaciones impertinentes que mantenían al otro con los ojos muy abiertos y de sobras callado. – Me dijeron – ya soltó la pieza mayor, que ese joven camarero, Javier, estuvo deambulando en las cercanías de vuestro piso, en ocasión, por las fechas que me dieron, de tu viaje a por aquellos papeles del ayuntamiento, más menos, y no lo puedo decir exacto. 

Eulogio apretaba el antebrazo del mecánico en demanda de bajar el tono, el palmeo ya era un tremolar al no ser capaz de sujetar su brazo izquierdo; no podía dar crédito a las cuentas que ya se hacía el tipo aquél, cuando Teodoro le rogó que se preparara, que ya se iban; había aparecido por detrás, como siempre hacía, dada su naturaleza de comedido y hasta sigiloso en su proceder; por el rostro marmóreo del ‘chincheta’, de frente a su ubicación, dedujo que el cuñado no había llegado al meollo de la conversación, o no daba trazas de ello al levantarse de golpe y acceder a su petición. Había refrescado mucho y la niebla mantenía la escarcha sobre los ventanales, por lo que recogió chaqueta y su gorra castellana del monumental perchero de detrás de la recepción. Trataría de manifestar contento y satisfacción por la compra del Land Rover, y preguntar al cuñado por las característica del motor y los diferenciales del vehículo de campo, del que se decía que remontaba muros y hasta paredes con su portentosa reductora en acción. En marcha libre, según Teo le iba diciendo distraído, se alcanzaban los 120, hasta 130, kilómetros hora, quizás algo más en el vehículo corto, por menor peso e igual motorización, le llegó a advertir del riesgo de vuelco si no controlaba la velocidad, como vehículo campero, era alto de suspensión, algo que era de tener en cuenta en el manejo y conducción.