martes, 13 de agosto de 2019

Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto 100/101

Ayuntamiento de Mora

Estaban en el comedor de Tomás, la noche se echaba encima y Teofila preparó cena y cama para los cinco, nadie osó contradecirla, al contrario, iban en grupo de la cocina al comedor, salían juntos al frescor de la noche, solo Demetrio, más torpe de movimientos, permanecía en silencio en aquel comedor, miraba las fotos que le había acercado a la mesa Teofila. Al día siguiente María se encargó de pedir una misa al párroco de una pedanía cercana para el domingo próximo, a la que acudieron bien acompañados de los hijos mayores y sus esposas, exceptuado el Teodoro que quedó al cargo de los dos hostales; Mercedes y Eulogio habían quedado en asistir a una romería, no les echaron a faltar. Únicamente María, que pensaba en Mercedes con gran desasosiego, y quizás con algún mal presentimiento, pero que ocultó sus pensamientos a los mayores, en tanta estima tenía a los tres. Rita no perdió de vista a su esposo ni tan solo un instante, ella ignoraba que el control lo ejercía la Isidra, aquella mujer de hierro que cuidaba de sus padres como si de sus propios hijos se tratase. 

En La Encomienda, como en la provincia y en la región, se desplegaban dos Administraciones en paralelo, una de ellas compuesta por los cargos electos, todos ellos remunerados en mayor o menor medida, al haber concejales de primera, que eran conocidos como Liberados, que estaban dotados de salarios como nunca habían soñado agarrar, y que no se correspondían con su formación académica o experiencia profesional; y los de segunda clase, que percibían menor remuneración pero podían compaginarla con los trabajos a que se dedicaran en la vida real; en el primer caso se hablaba de salarios, elevadísimos y desproporcionados, a los que había que añadir los costes de seguridad social, en el segundo la remuneración era en forma de dietas y suplidos. Todo esto en cuanto a la primera Administración se refiere, la compuesta por cargos electos. Amen de gastos de viaje y restauración, en plan despilfarro total, off course. 

La segunda Administración era la correspondiente al falso funcionariado del partido; algo que no ocurría en ningún otro país de corte occidental, países en los cuales esta segunda casta de desarrapados no existía. Los partidos políticos solo se ponían en marcha cuando de campañas electorales se trataba; a quienes se dedicaban al duro trabajo que suponía una campaña de esas características se les remuneraba, en Europa, Gran Bretaña y EEUU, con los fondos que provenían de sus simpatizantes, o bien de donaciones de particulares y empresas. 

En la España profunda los afiliados no pagaban las cuotas del partido al que pertenecían, y las empresas que hacían donaciones, como forma de financiación de los partidos, lo harían de forma irregular, es decir, a cambio de sustanciosos contratos con la administración; sistema, éste de las donaciones, que comenzó a ponerse en práctica a partir de los años ‘90’. Es decir, que la segunda de las administraciones, tenía problemas de financiación para mantener a sus ‘apparátchik’, cargos del partido con especial disposición, actitud y apariencia, es decir con una absoluta fidelidad a los cargos elevados o pertenecientes a la cúpula del partido. 

En La Encomienda, así como en el resto de municipios gobernados por los socialistas, se puso en marcha una novedosa financiación del partido; por medio del nepotismo más descarado que conoció España desde el siglo XVIII. Se ofertaban empleos municipales, en el ayuntamiento o en empresas públicas dependientes del mismo, a través de concursos trucados, empleos que iban a parar a sus conmilitones o apparátchik, gentes con formación escasa o nula sobre sus recién adquiridas responsabilidades. Lo cual suponía, además de un fraude de ley, que hacía referencia a concursos y oposiciones amañados, que esta segunda administración, o del propio partido político, también la financiaban los ciudadanos. Sin olvidar el efecto perverso que suponía que organizaciones antes eficientes dejaban de serlo y personal cualificado, incluidos funcionarios de carrera muy competentes, eran relegados a un segundo plano, cuando no al ostracismo, para dar cabida a elementos incompetentes procedentes del partido gobernante, a los que se les blindaba el empleo para el resto de sus vidas, a través de la figura del Contrato Laboral, aquellos contratados laborales suponían un cáncer que minaría poco a poco la salud de las respectivas administraciones. Constituían una nueva varna (casta en hindú) que venía obligada a mantenerse pegada al terreno social en nombre del partido, y se ocupaba también del mantenimiento y de la operatividad del propio partido político. Los más hábiles y de peor catadura moral de entre ellos alcanzarían el grado de ‘comisarios políticos’. 

Entre los descastados; a quienes eran simpatizantes del partido, pero que no disfrutaban de grado dentro de la estructura del mismo; se procedía a dotarles de empleos precarios, tales como tareas de mantenimiento y limpieza de los edificios municipales o bien de las calles, y del transporte de la basura generada por los comerciantes de la localidad. Este empleo precario repartido entre simpatizantes y futuros votantes servía, única y exclusivamente, para cautivar el voto de los vecinos y dotarles de unos sueldos de miseria durante un determinado número de meses. Estos del PSOE eran verdaderos especialistas, como se ha dicho, en repartir miseria. 

La secuencia era la siguiente: unos 600 vecinos eran contratados al año para esas labores de limpieza y mantenimiento; ello suponía 1.500 votos, teniendo en cuenta unidades familiares de entre dos y tres personas; que, multiplicados por 4 años, elevaban la cifra hasta los 6.000. Si introducimos el factor deserción, en torno a un 50%, la cifra de votantes se acercaría a 3.000, algo que parecería razonable, nada descabellado, desde luego. 

Ítem más; a pesar de tratarse La Encomienda de un pueblo con 17.000 habitantes, su plantilla, entre funcionarios de carrera y contratados laborales, ascendía a 400 personas, más de la mitad de las cuales habían sido contratadas a dedo, luego podemos asegurar, sin exageración de ninguna clase, que del ayuntamiento saldrían entre 700 y 900 votos socialistas; sumados a los votos de las escobas y carretones nos darían un total aproximado cercano a los 4.000 votos suficientes para ganar elecciones por mayoría absoluta, si tenemos en cuenta que no hemos incluido en el cómputo a los socialistas de verdad, a los limpios de corazón, que también los había. En resumidas cuentas, no se votaba a una opción política predeterminada, sino al poder municipal, al tratarse de voto cautivo, que nos igualaba a países tercermundistas. 

Algunos comerciantes y casi todos los hosteleros votaban en rojo, falso rojo, claro está, debido a favores en la concesión de licencias u otras ayudas que les prestaba el ayuntamiento de La Encomienda; justo es reconocer que estas prácticas eran comunes en la provincia y en la región, con sus municipios y ciudades repletos de suciedad y residuos orgánicos de animales de compañía, al no ser los barrenderos de oficio, digno como cualquier otro, sino gentes muy necesitadas, absolutamente desmotivadas, por el conocimiento que tenían ya de antemano de que su faena solo duraría unos pocos meses, realizaran bien o mal su trabajo. 

Este diseño de voto cautivo venía propiciado por los órganos rectores del socialismo federal y tomó forma oficializada, diríamos que consagrada, con la aparición y puesta en marcha del PER en Andalucía y los numerosos Planes de Empleo, a lo largo y ancho de las dos vastas regiones de Castilla La Mancha y Extremadura, con el beneplácito de la Derecha instalada en puestos claves de la Administración en la capital del Reino, como comprobaremos en los años venideros. Los socialistas no solo habían venido para quedarse sino que la Mano Negra les había rogado que lo hicieran. En esos años por venir se constatará la desafección al socialismo en aquellas regiones industrializadas y laboriosas, al estar sus trabajadores motivados, como eran País Vasco, Cataluña, Madrid y Valencia. Se demostrará fehacientemente que las tres regiones citadas eran el granero de los votos del socialismo nacional, bien entendido que se trataba de su único granero. 

El Caudillo no se dejaba ver en las reuniones de banqueros y empresarios, de hecho no existe constancia fotográfica de las mismas, porque no se celebraron; se trataba de un hombre hábil que aparentaba pertenecer al pueblo y buscar el cariño o la comprensión de las clases medias, incluso de las populares, y su política social, bien que paternalista, fue muy bien recibida en los últimos años de la Dictadura. Como muestra un botón; entre el sindicalismo vertical franquista y el que viene practicando el sindicato UGT, en los últimos veinte años, muchos trabajadores se decantarían por aquél, sin dudarlo, a pesar de ser la organización sindical del fascio. 

Ello no fue óbice para que apoyara a la banca y grandes empresarios con todas sus fuerzas, sin publicidad pero con eficacia de forma que resultaran beneficiosas para aquellos. Su política de grandes inversiones benefició claramente al País Vasco y Cataluña; Castilla y Extremadura se conformaron con enviar trabajadores a aquellas tierras, con el desarraigo tan doloroso que implican los flujos migratorios, ya sean interiores o hacia otros países, que de todo hubo.