Luz de Gas
Alcalá de Henares. (Foto de 'Viajeros') |
Conferencia de Manuel Azaña en Alcalá de Henares en Febrero de 1911
No basta que cada uno de nosotros, aisladamente, sienta la necesidad de la reforma impulsado por un ideal; no basta, aunque ya es mucho, que cada cual por sí quiera ejercer sus derechos de ciudadano. Es necesaria la cohesión, la unidad del esfuerzo. Nosotros somos como las varas de un haz que, una por una, cualquiera nos romperá, pero si nos atamos y nos ligamos con fuerza, estrechamente, nada ni nadie será bastante fuerte para doblegarnos.
“El problema español” se publica por estar de rabiosa actualidad 105 años después
A esta verdad, profundamente humana, responden estas instituciones; agrupan, cuentan, auxilian a los hombres, para que tengan quien los anime y quien los vigile, para que nunca se vean solos con sus pequeñas pasiones, con sus cobardías, ni con sus desgracias, ni abandonados al empuje brutal de la codicia ajena, en cualquiera de sus formas. Responden además a este hecho, que cualquiera puede comprobar: que los hombres de poca fibra moral, es decir, la mayoría de los hombres, traicionan con más facilidad a sus ideas, profesadas en secreto, que a sus compañeros y correligionarios cuando públicamente se les ha proclamado tales.
Todo esto, que constituye a grandes rasgos y sin descender a menudencias, la orientación y el significado de una Casa del Pueblo debemos proponernos. Fuerza es decir que ya es hora de que nos lo propongamos.
Parece que estamos en un momento crítico de la historia. Diríase que la civilización en su marcha va a cerrar uno de los grandes ciclos en que se desenvuelve y a abrir otro nuevo; que hemos llegado a la plenitud de los tiempos. En el mundo civilizado todo está en cuestión, todo está en crisis; los dogmas religiosos, estudiados como otros tantos fenómenos históricos, se desmenuzan, se aclaran y se explican a la luz de las más recientes investigaciones de la filología y la psicología; la organización económica, en todos sus aspectos, es condenada en nombre de un principio de justicia más alto, que no puede sancionar la aspereza y brutalidad del régimen capitalista; las instituciones políticas, no ya en sus formas históricas, monárquicas y republicanas, sino en su esencia misma, en su principio democrático inspirador de cuya eficacia se duda, son llamadas a juicio; como lo son, igualmente, la moral tradicional, y la ciencia, y hasta las puras y desinteresadas especulaciones de la filosofía, obligadas todas a mostrar los títulos que tengan al respeto y al acatamiento de la conciencia humana.