Juan Ramón Eneko
“La Republique” – “Azuer Diario”
Fotografía de 'El Ventano' |
La crisis del PSOE, la incapacidad política de Podemos y la práctica desaparición de Izquierda Unida, subsumida en el partido que lidera Pablo Iglesias, nos ha llevado a un nuevo gobierno del Partido Popular. Parece sorprendente que un partido acosado por gravísimos casos de corrupción, que ha practicado durísimos recortes económicos en servicios públicos básicos, provocando una catástrofe social en forma de paro, exclusión social y pobreza infantil, pueda volver a dirigir la política de nuestro país.
La razón de que esto ocurra se debe a diversos factores, pero uno fundamental es la incapacidad de la izquierda para ofrecer una alternativa al modelo político y económico vigente. En un momento en que el bipartidismo y la monarquía estaban desacreditados, inmerso el país en una gravísima crisis económica, la izquierda ha sido incapaz de ofrecer soluciones.
Lo que ha ocurrido podemos interpretarlo como una derrota momentánea de las clases populares, que han sabido movilizarse una y otra vez en la calle, pero han sido traicionadas por las organizaciones que teóricamente representan sus intereses.
Las consecuencias pueden ser graves. No sería raro que amplios sectores de la clase obrera, cansados, hastiados y frustrados, abandonasen la movilización, replegándose a los ámbitos familiar, profesional y personal. Es comprensible esta actitud, en gran medida provocada por el desengaño que ha provocado la actitud de Podemos. La responsabilidad de esta formación política es inmensa, porque ha creado una ilusión colectiva de cambio, de transformación, y en realidad se ha limitado a unas formulaciones ideológicas ambiguas, intentando contentar a la Iglesia, al Ejército y a los empresarios. El ‘ciudadanismo’ de Podemos ha contribuido decisivamente a desarmar ideológicamente a las clases populares, con su insistencia en la transversalidad, la desmovilización y sus ataques dirigidos a la casta.
Es imprescindible coordinar las movilizaciones y las luchas sociales, impidiendo la fragmentación y la dispersión, como ha sucedido con las ‘mareas’.
Mienten quienes afirman que es posible cambiar la situación mediante reformas o modificando la Constitución. El edificio institucional y jurídico levantado durante los años de la Transición está organizado para mantener los intereses de unos grupos sociales concretos. Cuando se focaliza al enemigo en la ‘casta’, lo que se hace conscientemente es desviar la atención del verdadero enemigo de clase: la oligarquía financiera, la cúpula eclesiástica y militar y las grandes empresas multinacionales.