jueves, 24 de noviembre de 2016

La Banca nunca pierde, algunos bancarios pierden su propia vida

MLFA
Experto Docente en Seguridad (ISM)
Criminólogo
Fotografía de 'Bankia'

Las entidades bancarias, muchas de ellas ‘rescatadas’ con dinero público, en especial algunas Cajas de Ahorro, no conformes con la disminución de sus escandalosos beneficios de antaño, han ‘recortado’ en plantillas y en seguridad. Nuestros lectores recordarán los tiempos en que te encontrabas con un Vigilante Jurado en las puertas de la entidad bancaria o de ahorro. Si eras un poco ‘fisgón’ descubrías que la puerta del despacho del director permanecía cerrada en todo momento (algunas permitían el acceso desde dentro, electrónicamente, vamos, que como el portal de casa).

Hoy no toca hablar de ‘recortes’, mucho menos de indemnizaciones y de quiénes éramos los paganos de esas fabulosas prejubilaciones a los 51 años de edad; toca hablar de seguridad, aunque abogamos porque se retribuya a las familias de los bancarios asesinados con la máxima indemnización posible; reivindicación que hacemos extensiva a taxistas agredidos y a todos aquellos que lo sean en función de su servicio al público con manejo de caudales.

Las escasas medidas de seguridad existentes en las entidades bancarias en estos últimos años (que se limitan a cámaras de seguridad) se han ido relajando en función de la bajada del índice de morosidad (que es un factor de riesgo para los bancarios, al aumentar los impagos y la consiguiente desesperación de algunos ‘morosos’). Este índice ha bajado del 11% al 5% en los últimos cinco años.

Durante la crisis económica aumentaron las medidas de seguridad; una de las medidas más efectivas, en cuanto a protección de directivos se refiere, consistía en ofrecer a sus empleados la posibilidad de ganar un plus salarial haciendo funciones de ‘cobradores del frac’ en plan discreto. Este ‘cobrador’ justiciero se presentaba en una determinada oficina de su entidad de cualquier pueblo de la provincia; allí, en un despacho habilitado al efecto, este voluntario recibía al ‘moroso’ (persona física, autónomo, industrial o agricultor) y trataba de ‘reconducir’ el ‘impago’, en definitiva, de ‘renegociar’ la deuda acumulada, dando la cara y protegiendo al director de la oficina que no aparecía vinculado directamente a la exigencia de cobro.

Es cierto que algunos ‘voluntarios’, que vivían, como hemos dicho ya, en pueblos distantes varias decenas de kilómetros, se ‘encanallaban’ y se pasaban de rosca al apretar las tuercas al desesperado cliente moroso, máxime si su deuda era sobrevenida por mor de la grave crisis económica vivida en aquellos años. Aquí, en Manzanares, habita uno de esos canallas, ‘Azuer Digital’ lo denunció en varias ocasiones, este perro de presa conseguía meter ‘miedo divino’ (según él mismo decía) a ‘sus’ morosos, la mayoría agricultores sin formación académica, que salían compungidos y con lágrimas en los ojos de la oficina correspondiente; mientras, el canalla ahorraba para cambiar de coche, que era sobre lo que pensaba de vuelta a la oficina de su pueblo. No eran todos de este jaez, pero no me negarán que quien se presta a ese quehacer, teniendo su buen empleo, indica baja autoestima, frialdad consiguiente a esa baja estimación de sí mismo, y, diría que cierta dosis de crueldad.

No podemos obviar que el desprestigio del colectivo de empleados de banca está bajo mínimos, las razones son de sobra conocidas; a ello hay que añadir la desmotivación que supone para un bancario joven muy bien preparado cobrar 1.000 € al tiempo que su compañero, cincuentón y bastante acémila, percibe 2.500 € por realizar la misma tarea.

El dinero ‘saqueado’ por muchos de los directivos se podía haber utilizado en seguridad