Daniel Forcada (El Confidencial) y Alberto Lardiés (La Gaceta)
“Ansón, una vida al descubierto” (Esfera de los libros)
Luis María Ansón cabalga de nuevo, ahora el objetivo es Pablo Iglesias. (Fotografía 'El Diario') |
El 23 de febrero de 1998, los quioscos ponen a la venta un número de la revista Tiempo que lleva en portada la imagen desafiante de un Luis María Anson que mira al lector con gesto altivo. Aquella fotografía y el titular que le dedica la revista, «La confesión», suponen un verdadero golpe de efecto incontrolado, que vuelve a poner al periodista en el centro del debate político y mediático. Anson concede una larga entrevista al periodista Santiago Belloch, hermano del ex ministro Juan Alberto Belloch, en la que cuenta y destripa las intrigas de varios periodistas para acabar con Felipe González mediante una operación en la que, dice textualmente dando la razón al ex presidente socialista, «se rozó la estabilidad del Estado».
Se trata de uno de los capítulos más extraños y difíciles de explicar de la biografía de Anson, por más que él intente restarle importancia. Anson decide dar un golpe sobre la mesa y auto-reclamarse como el artífice de la derrota electoral de Felipe González. Hay en él un afán de colgarse la medalla y de volver a situarse en medio del debate público. Algunos de sus colegas de profesión se sienten traicionados. Anson arroja sobre ellos la sombra de la duda de si existió realmente o no una conspiración con fines espurios (conspirar, según el diccionario de la RAE: dicho de varias personas que se unen contra su superior o soberano, que concurren a un mismo fin o que se unen contra un particular para hacerle daño). Es impensable creer que Anson no imaginara y calculase de antemano la respuesta que tendrían aquellas palabras. Solo Anson sabe, verdaderamente, por qué lo hizo.
El periodista entregó a su enemigo y en bandeja de plata su propia cabeza y se sometió, voluntariamente, a un escarnio innecesario. A un Viernes de Pasión y de martirio, utilizando sus propias palabras. En una entrevista concedida al director del diario El País, Felipe González aprovecha las palabras de Anson para explotar su condición de víctima del célebre «sindicato del crimen». «Lo espectacular, lo nuevo —señala el ex presidente—, es que dicho por uno que estaba allí ahora pueden creer lo que no me creyeron a mí. Yo lo sabía y lo mencioné en varias ocasiones, pero eso no me impidió aceptar el veredicto electoral […]. No se debe primar a quienes practican el juego sucio y ponen en riesgo el Estado democrático para conseguir sus objetivos políticos».
“Al Estado no le ponen en riesgo unos periodistas”
El ex director de ABC responde, tajante: “Felipe González es un político, yo no. Él dice eso, pero en fin, quien pone en juego el Estado democrático es el que tiene una actuación como la que tuvo su gobernador del Banco de España, su director general de la Guardia Civil, su directora del Boletín Oficial del Estado o como la tuvo su ministro o sus autoridades en el Ministerio del Interior, que no hicieron otra cosa que obedecer órdenes suyas. Felipe González es el mejor político que ha tenido España en todo el siglo XX, pero durante su gestión se ordenó el crimen de Estado y eso es lo que pone en riesgo al Estado”.
“Al Estado no le ponen en riesgo unos periodistas que denuncian. Mire usted, ahí hubo una operación que fue la de los GAL en la que el Tribunal Supremo acabó condenando al ministro del Interior. Ya solamente eso no es que sea una cosa ligera, como terminó condenando también al director del Banco de España o al director de la Guardia Civil... ¿Por qué condena al ministro del Interior? Porque había ordenado, y se demuestra que fue así, el crimen de Estado. Usted sólo puede perseguir a ETA desde el Estado de derecho, con todas las armas del Estado de derecho, pero sin salirse del Estado de derecho. Y con 202 diputados y la parafernalia que se organiza en torno a las victorias socialistas con mayoría absoluta, se cree que puede hacer lo que quiera y ordenan el crimen de Estado.
Haga daño al Estado o no, los periodistas tenemos la obligación de decir lo que creemos que es la verdad
La teoría de la conspiración, explicaría Anson por activa y por pasiva a todo aquel que le quisiera escuchar durante aquellos días en los que el ex director de ABC fue entrevistado en numerosas cadenas y medios, era una alucinación, una demencia fruto del «nerviosismo de González y sus incondicionales» por salvarle de la quema en el juicio sobre los GAL. Denunciar su participación en los crímenes de Estado, elevar el tono de la crítica en un asunto tan sensible como ése era y es, según Anson, dinamita pura capaz de hacer tambalear los cimientos de la nación. «Sufría el líder socialista, pero también el Estado. Barrionuevo se dio cuenta de la autoridad moral que yo significaba en España y lo que le podían favorecer mis palabras», explica. «Y lo quiso explotar hasta el final. Lo que pasa es que los jueces actúan por criterios que nada tienen que ver con las presiones y las opiniones periodísticas. ¿Qué hay jueces politizados? Los hay, pero el 95 por ciento actúa impartiendo justicia, con la forma leal de entender qué es la justicia».
El plato frío de la venganza...
Anson dijo lo que quiso decir. De eso no cabe duda. Pero Felipe González y sus acólitos retorcieron burdamente el «cuento» de la conspiración para declararse víctimas de una persecución, obviando los graves hechos de los que habían sido responsables y que fueron los que, de verdad, acabaron con el gobierno socialista. Los 28 asesinatos de los GAL y el secuestro por error del industrial Segundo Marey, la trama de Ibercorp, Filesa, las escuchas del CESID, la malversación de los fondos reservados... Se elevó la crítica desde los medios de comunicación. Obvio. Tanto como que, a consecuencia de las revelaciones de la prensa, tuvieron que dimitir entre otros Alfonso Guerra, Narcís Serra, García Vargas, Alonso Manglano, Carlos Solchaga o Guillermo Galeote, mientras que José Barrionuevo, Rafael Vera y Julián Sancristóbal acabaron en la cárcel.
Llevar a la opinión pública como llevamos la corrupción de las grandes instituciones del Estado, efectivamente, era colocarte en la misma frontera del Estado. Pocas veces en la historia de los países democráticos se ha pisado tanto la frontera de decir, oiga usted, un poco más y la gente va a pensar que esto es una catástrofe. Ahora ha pasado el tiempo, pero era muy difícil de digerir en ese momento. La gente decía: «Pero bueno al director de la Guardia Civil lo están persiguiendo en Laos para hacerle prisionero, el gobernador del Banco de España está en la cárcel por un delito económico, la directora general del BOE está en la cárcel por lo mismo y el ministro del Interior, procesado ante el Tribunal Supremo.... ¿Dónde estamos?». Imaginaos qué pasaría si hoy ocurriese eso, que están procesando al señor Correa, cosas absolutamente menores comparado con lo que en ese momento supuso el grueso de todo aquello. Además, la denuncia simultánea de tantas cosas llevaba a que mucha gente cuestionase que esto no funcionaba. Llegamos hasta la frontera y, al contrario de lo que digo en la entrevista de Tiempo, eso fue extraordinariamente eficaz porque hemos robustecido el Estado de derecho y la democracia española.
...Viernes de Pasión
Pero no todos los que participaron en aquella conjunción de propósitos comparten la visión tan catastrofista de Anson. Según Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, «en absoluto» se puso en peligro nada. “Al revés, lo que quedó de relieve es que nuestra democracia era lo suficientemente fuerte como para que se pudieran formular todas esas acusaciones terribles y para que los responsables se sentaran en el banquillo, fueran juzgados y condenados. Yo creo que el Estado quedó fortalecido, regenerado, y adquirió un mayor vigor con todo esto que yo he definido como el triunfo de la información sobre el ocultamiento. Quizás Luis María tiene una idea un poco más tutelar de la democracia y yo la tengo más liberal o libertaria”.
«Lo que es evidente», concluye Anson, «es que le haga daño o no le haga daño al Estado, nosotros, los profesionales del periodismo, tenemos la obligación de decir lo que creemos que es la verdad. Podemos estar equivocados, por eso el pluralismo político hace que la verdad que es convexa por un lado sea cóncava por otro y que haya distintas versiones de la verdad y que nadie está en posesión de ella. Pero lo que es evidente es que, al margen del daño que se haga o no se haga al Estado o del daño que se haga o no se haga a determinadas personas, la obligación profesional del periodista es decir que aquí ha pasado esto y contarlo».
El «cuento» de la conspiración no tenía ni pies ni cabeza, pero de aquellos dimes y diretes han quedado algunas rencillas hacia Anson que, con los años, no han cicatrizado. El mismo hombre que una semana antes había sido investido académico de la RAE en loor de multitudes, concluía el mes de febrero asaeteado por sus propios compañeros de la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI). Crucificado por deslealtad.
Anson había sacado los pies del tiesto al darle más relieve del necesario a las conversaciones, charlas, encuentros y puntos de vista compartidos que periodistas de diferentes tendencias y medios, unidos únicamente por su anti-felipismo visceral, habían mantenido a nivel informal y después, con más empaque, a través de la AEPI. Una asociación independiente fundada el 13 de agosto de 1994 como respuesta al acoso del gobierno hacia los periodistas más críticos.
Pedro J. Ramírez: “Anson tiende a dramatizar”
Pedro J. Ramírez recuerda aún aquellas tardes de domingo en las que a la hora del cierre telefoneaba a su compañero de ABC porque sabía que a esas horas y en un fin de semana eran ellos dos los únicos directores de periódico que estaban trabajando en sus respectivas redacciones. Rivales, pero compañeros y, en el fondo, admiradores el uno del otro. «Luis María tiende a dramatizar a veces el relato de algunas situaciones —explica—. En la descripción de lo que había ocurrido, fue más allá, exageró un poco la realidad y le dio una cierta envergadura superior a la que tuvieron aquellas reuniones. Yo no me enfadé con él, porque le conozco muy bien. Anson había exagerado un 25 por ciento y le habían manipulado otro 50 o 75 por ciento, hasta intentar casarlo con la paranoia felipista de la teoría de la conspiración. El problema de Felipe González no estaba en lo que hiciera El Mundo, en lo que hiciera Anson, o en lo que hicieran los de la AEPI. El problema de Felipe González estaba en lo que había hecho él».
El Gobierno, incómodo por las revelaciones y los ataques de El Mundo, ABC y otros medios, se revolvió contra los periodistas independientes y llegó a cruzar límites insospechados. El 18 de junio de 1995, a las 9 y 20 minutos de la noche, el detector múltiple de intervenciones telefónicas, modelo P-326, que Anson había ordenado instalar en su despacho alerta, con el parpadeo de una luz roja, de que la línea ha sido pinchada y que están siendo espiados. Anson, que conversa en ese momento con Pedro J., sale rápidamente de su despacho y llama a los tres primeros redactores que se cruza en su camino para que den fe de lo que está sucediendo. «Hubo varios episodios en los que después de colgar escuchamos nuestras propias conversaciones», recuerda el director de El Mundo. «Me pasó tanto en el caso de Luis María, como con Julio Anguita. Luego se descubrió que, efectivamente, tanto yo como Melchor Miralles habíamos sido espiados y que nuestras conversaciones habían sido grabadas por el CESID». ¿Esos a los que se les llenaba la boca hablando del sindicato del crimen no podían probar con el contenido de aquellas conversaciones si de verdad existió una conspiración? En las tareas de «exploración del espectro radioeléctrico», el CESID espió a personajes como Luis María Anson, que también fue grabado con micrófonos ocultos durante una comida que mantuvo en un restaurante de las afueras de Madrid con Rafael Vera y el ex ministro José Luis Corcuera, y que fue reproducida, posteriormente, dónde si no, en el diario El País. Eso sí que es grave.
«Aquellas investigaciones —según escribió Anson en el libro Contra el Poder, editado por la AEPI— se hacían sobre empresarios, sobre financieros, sobre políticos y sobre periodistas con la idea de encontrar puntos oscuros en sus biografías y organizar unos dosieres a través de los cuales se les pudiera después chantajear».
Anson: "Se demostró la fuerza que tiene la prensa"
Ha pasando el tiempo y Losantos ha sido incapaz de decir me equivoqué
Lo que ocurrió -cuenta Pedro J.- es que por un lado Felipe González puso en marcha una serie de iniciativas, concretamente la llamada «ley mordaza», que suponía el endurecimiento del código penal y que ampliaba los delitos de opinión. Y de una manera espontánea empezamos a publicar y a oponernos a esas iniciativas legales que suponían la merma de la libertad de expresión. Fue un acto defensivo. El Mundo estaba muy acosado por el gobierno en todos los planos como consecuencia de sus revelaciones sobre la guerra sucia, sobre los GAL.
El Mundo había nacido muy a la contra y el gobierno era implacable, no nos daba publicidad, nos discriminaba informativamente, etcétera. Entonces, se produjeron esas reuniones más o menos espontáneas… Y al mismo tiempo, también es cierto, en una segunda etapa se creó la Asociación de Escritores y Periodistas españoles Independientes, la AEPI, en la que además de directores de medios había columnistas y grandes escritores como Camilo José Cela, Antonio Gala, Antonio García Trevijano… Esas reuniones dieron pie a manifiestos, a organización de seminarios, conferencias… y todo eso tuvo un impacto enorme, pero no porque se tratara de un contrapoder organizado, sino porque en la sociedad española había un gran escándalo a raíz de las revelaciones de El Mundo sobre la guerra sucia y la corrupción.
Aquello —apunta Anson— fue una etapa en que se demostró la fuerza que tiene el periodismo si en un momento determinado por las razones que sea se une. Como ha pasado contra la ley mordaza por la libertad de prensa. Allí había gente de todas las ideologías y de todas las tendencias que dijimos: esto se ha terminado. Se estaba menoscabando la libertad de expresión, se estaban adueñando de todos los medios de comunicación, el grupo Prisa estaba enseñoreado de todo, y Felipe González iba para los veinte años en el poder.
Anson y Losantos
El sindicato del crimen, por utilizar una terminología al gusto de la vieja guardia socialista, no fue, sin embargo, tan comprensivo ni benévolo con Luis María Anson como lo es Pedro J. Si Antonio Herrero no dudó en leerle la cartilla en antena, tampoco se quedaron a la zaga otros tantos compañeros de la AEPI, notablemente molestos con la polémica suscitada por el ex director de ABC. Anson tuvo que oír todo tipo de teorías sobre por qué habló. Y quizás fue Francisco Umbralel más benévolo al achacar el incidente al hecho de que el periodista atravesaba «un momento difícil profesionalmente porque no está en ABC y no funciona todavía Televisa en España como él quisiera. Está un poco en el paro, lo que para él es una situación insólita que le tiene un poco nervioso y alterado».
Pablo Sebastián, ex director de El Independiente, diría, visiblemente enfadado, que «parece, como si una vez forzada su salida de ABC, y fallidas sus operaciones en Televisa, Vía Digital y Cadena Ibérica, quisiera dictar al gobierno lo que hay que hacer: salvar a González, defender el sistema, traer la alternancia, sosegar la crispación y erigirse, él solo, en mentor áulico». Jiménez Losantos lanzaría, por último, la teoría más rocambolesca: «Porque el último fichaje de Prisa se llama Luis María Verstrynge. Se empieza disculpando los crímenes del GAL y se acaba sentando a Cebrián en la Academia. Y hasta sentándose con él».
«Ha pasando el tiempo y Losantos ha sido incapaz de decir me equivoqué», replica Anson. «No ha sido capaz de rectificar y de decir: aquello que me inventé del pacto de la Academia, que fue una especulación, pues no era verdad. No hubo un pacto en la Academia, ni hay ninguna oferta ni pacto por parte del Grupo Prisa, ni el señor Anson se ha ido al grupo Prisa, al que, como sabéis muy bien, no ha hecho otra cosa que combatir artículo tras artículo».