domingo, 1 de marzo de 2020

“El mensaje de Perpignan”, por Javier Pérez Royo, Catedrático DC


Un conflicto no acaba hasta el momento en que quien ha sido derrotado reconoce su derrota. Hasta que quien ha sido derrotado no reconoce su derrota no se pone fin a un conflicto. El presidente Bush declaró desde la cubierta de un portaviones que se había puesto fin a la guerra de Irak con el resultado sobradamente conocido. No es el que se dice vencedor, sino aquel al que se considera vencido, el que decide si el conflicto ha terminado o no. El acto convocado por Carles Puigdemont en Perpignan celebrado este sábado anuncia urbi et orbi que el nacionalismo catalán no se da por vencido. No cabe duda para nadie que en el enfrentamiento que se produjo en los meses de septiembre y octubre de 2017 el Estado español derrotó al nacionalismo catalán. Pero tal derrota no supuso un punto final del conflicto, sino un momento más del mismo. El nacionalismo catalán considera que el conflicto sigue vivo y que la suerte del mismo no está todavía echada. Este es el mensaje lanzado este sábado desde "Catalunya Norte"

Quien haya seguido lo que ha ocurrido en Catalunya durante estos últimos diez años no puede haberse visto sorprendido por el éxito de la convocatoria. La movilización del nacionalismo catalán no ha sufrido prácticamente altibajos a lo largo del decenio. Buena prueba de ello ha sido la estabilidad del apoyo de los ciudadanos a la opción independentista en todos los sondeos en torno al 47-48%, que coincide con el porcentaje de voto que suman los partidos nacionalistas en las elecciones celebradas durante esta década y con el porcentaje de ciudadanos que participaron en la "consulta participativa" del 9 de noviembre de 2014 y en el "referéndum" del 1 de octubre de 2017. La base social del nacionalismo catalán se ha mantenido intacta después de la aplicación del artículo 155, de la condena del Tribunal Supremo contra los líderes del "procés" y de nuevas actuaciones judiciales que vamos conociendo. El desmentido de la teoría del "soufflé" no ha podido ser más rotundo. Además, en cuanto hay una ocasión para que dicha base social se haga visible de manera inequívoca, dicha visibilidad se produce. Los líderes están en el exilio, están en prisión o están siendo procesados con medidas cautelares muy gravosas, pero aquí seguimos. 

Después de diez años parece claro que esperar que el nacionalismo catalán acepte la derrota no tiene mucho sentido. Hay algo más de dos millones de ciudadanos catalanes que están dispuestos a resistir el tiempo que sea necesario. Los más de cien mil que han acudido hoy a Perpignan certifican que es así. 

Es verdad al mismo tiempo que el porcentaje de la población catalana que apoya al nacionalismo no crece. El nacionalismo catalán tiene una base muy sólida, pero una capacidad persuasiva limitada. Nadie abandona el terreno (¿la trinchera?) del nacionalismo, pero tampoco se incorpora nadie del terreno (¿trinchera?) del no nacionalismo. 

El conflicto se mantiene estancado. Con escaramuzas diversas, algunas de naturaleza política y otras de carácter judicial, que lo prolongan sin que se vislumbre en qué momento se le puede poner fin. 

Con los resultados de la elecciones catalanas y generales desde 2015 parece claro que hay una mayoría en el país partidaria de una salida negociada del conflicto. Lo que no está claro, sin embargo, es que dicha mayoría tenga capacidad para articularse con la consistencia suficiente como para superar todos los obstáculos que la minoría puede interponer en su camino. 

Esto es lo que va a comprobar en la legislatura que acaba de empezar. La guerra abierta entre el Gobierno de izquierda y los partidos de la derecha española y el conflicto cada vez más intenso entre los partidos nacionalistas catalanes dificultan en grado extremo encontrar una posible salida.