Antón Losada
Hace más o menos un año, seguro que lo recuerdan, Mariano Rajoy nos descubrió asombrado que en España pagábamos una de las energías más caras de Europa: Formuló la denuncia como si fuera un consumidor indignado exigiendo respuestas y soluciones al responsable, no como si fuera el presidente del gobierno y se tratara de una responsabilidad suya; como si estuviéramos ante algo que, efectivamente, hubiera que arreglar urgentemente y a ver si alguien que no fuera él se ponía al tema de una vez, que ya íbamos tarde.
Hoy seguimos igual, pagando una de las energías más caras de Europa. Entonces era porque llovía mucho y había pasado un temporal. Ahora es porque llueve poco y hay sequía. Entonces el petróleo estaba muy bajo, pero eso no influía en el precio de la energía porque el precio del petróleo sólo influye cuando está alto; entonces sí, la subida resulta inmediata y suele adoptar carácter preventivo. En 2016 el recibo de la luz se encareció en un 25%, en lo que llevamos de 2017 ya estamos en un 12% y seguimos para bingo.
En octubre, cuando creíamos saberlo todo sobre la opacidad e indescifrabilidad de las fórmulas manejadas para determinar el precio de la luz, descubrimos una variable que hasta entonces había disfrutado de un cómodo anonimato: la mítica “reserva de potencia adicional”; otro animal fantástico para ese mundo de hechizos, unicornios, elfos, hadas y seres de luz que habitan en el universo mágico de la factura de la luz. No intente entenderlo. En España el negocio de la energía no se rige por los fríos principios de la racionalidad económica y la libre competencia; es el reino de la ilusión y la fantasía
Ahora a principios de diciembre, justo después de la llegada de una potente masa de aire frío, el precio de la luz se dispara de nuevo. Otra de esas casualidades que nunca lo son, como que suban las gasolinas la semana que empiezan las vacaciones. No se trata de la mano invisible del mercado de la que habla Adam Smith, es la mano larga de las energéticas saqueando nuestros bolsillos.
En el mercado de la energía en España todo es truco y mentira salvo una única verdad que permanece inmutable: las eléctricas siempre ganan. No hay mercado porque no existe libre competencia y los proveedores se reparten la explotación del cliente-rehén en régimen de oligopolio. No existe control público de ningún tipo sobre los costes o los precios de la energía, o sobre la transparencia y competitividad del propio mercado. La escandalosa relación entre compañías energéticas y elite política mantiene las políticas energéticas relegadas en la agenda pública a base de canonjías y fichajes millonarios, o nos hace comernos trágalas como los míticos “costes de transición a la competencia” del ministro Josep Piqué o el timo del déficit de tarifa, el golpe del siglo. Que llueva o no sólo es la excusa para perpetrar una y otra vez el atraco perfecto.