Carlos Elordi
¿Le pedirá alguien cuentas a Sánchez por sus cambios de rumbo, sus sinsentidos y sus deslices?
Si el PSOE pierde un solo escaño respecto de los 123 que obtuvo el 28 de abril, Pedro Sánchez habrá cosechado el mayor fracaso de la política española de las últimas décadas. Y por lo que dicen algunas encuestas –y una excelente puesta a punto de las expectativas regionales del PSOE que ha publicado este jueves eldiario.es– eso puede perfectamente ocurrir. Y no digamos si por un vuelco de última hora, muy difícil pero no imposible, el PP se pone por delante el 10 de noviembre. El mero hecho de que esas hipótesis puedan plantearse ya es un buen golpe para el líder socialista. Porque indica que del Sánchez que con no poca soberbia rechazaba hacer concesiones a Unidas Podemos porque parecía convencido de que unas nuevas elecciones le reforzarían hasta dominar el panorama, se ha pasado a la imagen de personaje inseguro que no sabe qué tecla tocar para afianzarse y que recurre a la dureza contra el independentismo catalán para evitar que la derecha le siga comiendo el terreno.
Ha dejado de mandar sobre los tiempos y sobre el discurso, cuando ambos deberían ser patrimonio casi exclusivo de un presidente del Ejecutivo, por muy en funciones que esté. Ha abordado el seguro agravamiento de la crisis catalana, que aún no se ha producido, de la peor de las maneras posible. Porque el hilo conductor de su actuación le ha venido impuesto desde fuera, desde la derecha y desde los medios de comunicación más beligerantes desde siempre en esta materia.
Un asunto confuso –el de la detención de siete militantes del radicalismo independentista que el fiscal ha acusado de terroristas– ha servido al centralismo reaccionario para lanzarse con todo contra el gobierno catalán. Y cuando el sumario sigue siendo aún secreto y no cabe excluir que las valoraciones finales del juez modifiquen significativamente el criterio del fiscal, Sánchez se ha unido a esa corriente. En lugar de la prudencia, ante el caso mismo, que tiene más de un aspecto oscuro, y ante la situación política de una Cataluña sobre la que está a punto de caer la sentencia del Supremo, el líder socialista ha optado por la salida tradicional de la derecha, la del palo y la amenaza.
Sólo el temor a no perder pie, a verse acusado de traidor por no golpear sin piedad a los supuestos enemigos de España puede explicar esa reacción. Que contradice abiertamente los anteriores acercamientos de Pedro Sánchez a la cuestión catalana, marcados por una aparente voluntad de diálogo y de comprensión que a las primeras de cambio se ha mostrado inconsistente, si no falaz. Y que, lo cual seguramente es peor, evidencia una flojedad de carácter político impropia de un líder.
La lógica hace pensar que sabiendo que la sentencia puede agravar mucho la crisis catalana, las tareas prioritarias del gobierno central deberían ser, por una parte, la de apaciguar en la medida de lo posible las tensiones actuales y potenciales mediante algún tipo de diálogo con el ejecutivo catalán y, de otra, la de preparar el operativo de seguridad destinado a controlar la situación de orden público. Pero en ningún caso encender el fuego antes de tiempo sólo para que la derecha y sus medios no te quiten la mano.
No hay base alguna para prever qué consecuencias puede tener ese error. Aún pueden pasar unas cuantas cosas y no todas necesariamente malas. Pero hoy por hoy se puede decir que el foso entre España y Cataluña se ha ahondado aún más. Que cada cual cargue con la parte de culpa que le corresponde por ello, pero ese empeoramiento no hace más fáciles las cosas. Ni en Cataluña ni en España.
¿Le pedirá alguien cuentas a Sánchez por sus cambios de rumbo, sus sinsentidos y sus deslices? El 10 de noviembre se verá si el electorado es sensible a esas cosas o si tiene puestos los ojos en otros apartados. El 11 de noviembre se verá hasta dónde llega la inquietud y el malestar detectables en el interior del partido por el rumbo incierto que su líder ha tomado desde hace algunos meses. Que Rafael Simancas saliera a criticar duramente al "Más País" de Errejón a las pocas horas de que Sánchez dijera que era una novedad positiva es la manifestación más clara de ello. La incertidumbre de no pocos cuadros socialistas respecto a los resultados del 10 de noviembre que recoge eldiario.es en el citado artículo puede estar en esa misma clave.
Está claro que Sánchez puede rehacerse, al menos en parte. Sólo cabe esperar que no lo intente insistiendo en su dureza con el independentismo y que trabaje en otros capítulos. Por ejemplo, el de la inquietud por la marcha de la economía. Que ya empieza a dar signos claros de agotamiento y que un buen día, casi de golpe, podría empezar a caer de verdad, como otras veces ha ocurrido en este país, que tiene tan pocos puntos fuertes a los que agarrarse en este capítulo. Los mensajes de que no pasa de nada, de que todo sigue yendo bien que aún emana el Gobierno empiezan a sonar un tanto falsos.
El Gobierno y el PSOE disponen aún de muchos recursos para tratar de afianzar sus perspectivas electorales. Pero a principios de noviembre llegará el momento crucial de esta campaña. El del debate con los otros candidatos. Ahí le espera Pablo Iglesias, tan eficaz en ese tipo de encuentros. Y una pregunta planeará sobre el estudio. La de por qué Pedro Sánchez se ha metido a hacer de aprendiz de brujo, un término que se aplica a las personas que se creen capacitadas para hacer algo de lo que no saben.