MLFA – CMM
Gestión venta ‘Ciudad de Tarifa’(Ningún directivo de la 'Tras' hablaba inglés)
Hoy; día libre de política, artículo de entretenimiento; esta semana: novedades judiciales
El ‘Ciudad de Tarifa’ era un barco torpón, a pesar de lo cual nunca se averiaba, mitad barco mitad submarino, era un transbordador clásico, construido para el Estrecho de Gibraltar (o para un paso angosto similar); al final de su vida en Trasmediterránea nos proporcionó un buen susto. El capitán no conocía el barco, tampoco el Estrecho; nos vimos obligados a amotinarnos, aquel viaje de Algeciras a Ceuta con más de 1.000 marroquíes a bordo, con temporal de Levante desatado, nunca debió llevarse a cabo; superada Punta Europa fuimos conscientes de que no podíamos volver a puerto, era imposible virar sin que los coches desaparecieran de la cubierta abierta en la que estaban estibados. Los moros gritaban enloquecidos y se sujetaban como podían, los obligamos a entrar en el salón de butacas; allí el olor y el calor eran insoportables, los vómitos generalizados, y se orinaban entre aquellas vetustas butacas, lo de ‘butaca’ era un eufemismo.
Pedí al capitán que moderara máquina y ofreciera la amura de babor al temporal
Aquel tipo no sabía lo que hacía; estaba recién incorporado en el mando después de embarrancar uno de los barquitos que hacían la línea de los Peñones y Chafarinas, le rogué que no se atravesara a la mar; si los coches no caían al mar y se amontonaban en un costado del barco podríamos zozobrar por pérdida de estabilidad transversal.
El capitán reaccionó llamándonos ‘cobardes’ y ‘sindicalistas de los cojones’. Los balances provocaban escoras peligrosas a ambas bandas y los coches chocaban de costado, la mayoría sobrecargados y con las suspensiones aplastadas (llegaban destrozados desde Alemania, Holanda, Bélgica y – sobre todo – venían de Francia).
Me coloqué junto al timonel (era muy experto, del grupo denominado ‘timoneles de combate’) y le ordené amurarse a los trenes de olas por babor; el jefe de máquinas, desde el puente, ordenó moderar máquina sin contar con el capitán, atravesamos el canal sin perder estabilidad y viramos para poner proa al puerto de Ceuta, dejando atrás los trenes de olas, al socaire de tierra. Aunque no llegamos a perder el control de la situación; disimuladamente quitamos trincas y lonas de los botes salvavidas, que, por cierto, no hubieran servido para nada, eran demasiado viejos y mal cuidados; sí que llegamos a pensar en un posible naufragio, la tragedia hubiera sido inenarrable.
El balance fue positivo; algunos pasajeros contusionados y coches (viejos) abollados
Suavizamos el informe de la travesía en el Diario de Navegación – los pobres moros no denunciaron, la mitad de abolladuras las traían desde sus casas en Europa – y el Capitán se jubiló a los pocos meses. Lo comento de entrada ya que fue mi primer motín a bordo de un buque español; la Ley Penal y Disciplinaria de la Marina Mercante, redactada por marinos de la Armada franquista, podía haberme llevado al penal del Monte Hacho, precisamente en Ceuta, para el resto de mi vida. La situación se agravaba por la condición de ‘personal militarizado’ que ‘disfrutábamos’ los marinos mercantes españoles. La alternativa; permitir que aquel inepto ‘atravesara a la mar’ el viejo cascarón ‘sobrecargado’, hubiera supuesto el vuelco y una tragedia humana de enorme magnitud.
Si bien es cierto; el ‘Ciudad de Tarifa’ era mucho más que eso, era un modo de vida
Lo que hoy llaman pomposamente ‘Operación Paso del Estrecho’, denominación que sigue teniendo concomitancias ‘militares’, era una evacuación de ‘refugiados’ pura y dura, algo parecido a la salida de los judíos de Egipto. Cientos de miles de ‘moros’ (así les decíamos entonces) recorrían Europa, en plan diáspora, en coches y furgonetas desvencijados y sobrecargados, como he dicho más arriba, durante tres días, con sus noches respectivas, hasta llegar al puerto de Algeciras, donde permanecían otros dos días tratados como ganado; resumiendo: cinco días hasta llegar al Estrecho; al llegar a Marruecos los policías les robaban mercancías destinadas a sus familiares, amen de apalearlos con sus bastones largos (sin ignorar las sevicias a las jóvenes marroquíes, éstas terminaban odiando a sus padres por traerlas de ‘vacaciones’ a sus míseras aldeas). Hoy; la ‘Operación Paso del Estrecho’ se lleva a cabo en condiciones de seguridad impecables, a bordo de buques de última generación con rotaciones las 24 horas y alta velocidad. Los antiguos ‘moros’, hoy ‘marroquíes’, son tratados como personas, por lo que a España respecta, en su país no sabemos como los tratan, este rey Mohamed VI controla y censura la información mejor que su padre Hassan II (el ‘hermano’ del rey Juan Carlos I).
El ‘Tarifa’ dedicado al transporte de ‘hippies’ y sus mantas y enseres a Ibiza, Palma y Mahón
Estación Marítima de Barcelona |
No era normal, más bien excepcional, que se destinara al viejo ‘Ciudad de Tarifa’ al tráfico de Baleares: Barcelona, Palma, Ibiza, Mahón y Valencia; si bien es cierto que era un tráfico de verano, programado para los meses de junio a septiembre (buen tiempo previsto en la mar). El día – de mayo de 1981 – que recibimos la orden de Madrid, la mitad de la tripulación (éramos 67 tripulantes) fueron al médico del Seguro y por la tarde presentaron la baja médica; para aquella gente ir a Baleares era como atravesar el Atlántico Norte en invierno. Cada ‘baja’ se cotizaba ‘a la baja’: un cartón de Winston y una botella de ‘JB’.
Una vez llegados a Baleares, en medio del cachondeo generalizado de paseantes y pescadores del puerto de Palma, fuimos informados de que nos haríamos cargo del pasaje de 2ª clase (era más exacto decir de 3ª clase), la mayoría jóvenes, entre los que abundaban ‘hippies’ del centro y norte de Europa; desastrados, normalmente sucios, aunque pacíficos (quizás debido a que hacían la travesía colocados con ‘chocolate’ y ‘grifa’ de buena calidad).
Puerto de Ibiza |
Hicimos una colecta entre los oficiales (el capitán era un cachondo, excelente marino y mejor persona, si cabe) para comprar una piscina portátil (de lona y soportes metálicos) que instalamos en la cubierta de radares, y colocamos anuncios con flechas que indicaban su ubicación (encima del puente de mando). Los hippies subían con sus porros y cervezas (calientes, el servicio era deplorable, los camareros andaluces encabronados y pidiendo bajas médicas en Barcelona, todas eran denegadas al no disponer de cartones de Marlboro y botellas de ‘JB’ para ‘untar’ al médico del Seguro (no decían Seguridad Social); arriba, ya en la piscina portátil, se abrasaban por el sol y la radiación que emanaba de las antenas de los radares, girando sin parar sobre sus cabezas; lo bueno era que aquellos rayos mataban los piojos, y sus liendres, de los bañistas.
Una tarde aparecieron en el puente cuatro españolas preguntando por la piscina
Ría y puerto de Mahón |
Navegábamos plácidamente por el Mediterráneo occidental; el calor era sofocante y yo me encontraba en el puente intentando controlar la derrota al máximo; la travesía duraba ocho horas en los barcos de pasaje modernos, el viejo ‘Tarifa’ empleaba entre once y doce horas dependiendo de los ‘calentones’ de las dos máquinas y de posibles desvíos de rumbo, no olvidemos que era un barco-festival, los pasajeros subían al puente y alucinaban al observar los equipos de navegación antiguos, con las pasajeras nos mostrábamos solícitos. Los oficiales, en ocasiones, desatendían sus tareas y ello suponía pérdidas de tiempo al final de la travesía. El puente parecía una taberna (los oficiales bebían café), los pasajeros traían las bebidas del bar, y el bueno del capitán sonreía a todos. Éramos la versión cutre de ‘Vacaciones en el Mar’.
Aquella tarde cambió mi vida; la portavoz de las cuatro pasajeras andaluzas era la mujer más hermosa que había conocido, después de la madre de mis hijas, obviamente, que fue galardonada como ‘Neska Polite’ en el Bilbao de 1968. Eran de Córdoba, universitarias, elegantes a pesar de su ropa informal de verano; Berta, que así se llamaba la lideresa del grupo, se dirigió a mí para interesarse por la piscina del barco, le dije que era una charca de plástico para los ‘hippies’, vamos, que no se la recomendaba, más bien se la prohibía. Ella insistió en verla y las acompañé hasta la cubierta de radares, el olor a ‘chocolate’ nos impactó nada más asomar la cabeza por la escotilla; ellas no podían contener la risa y los ‘hippies’ seguían a lo suyo, escuchando a Lenon en su ‘radiocasete’ gigante desportillado. Ellas con las tetas al aire y sin protección solar (y los radares gira que te gira).
Se quedaron en el puente; el capitán Eulogio dormitaba en su sofá, en la puerta del alerón de estribor para que le diera el aire, roncaba feliz sin ser consciente de ello; al despertar y contemplar aquellos bellezones se unió a la merienda de café con pastas y cigarrillos americanos (aún quedaban varias cajas a bordo); le gustaba la presencia de mujeres en el puente de mando, nunca le vi sobrepasarse con ninguna, al contrario, se mostraba respetuoso y trataba a todas las pasajeras con deferencia; se trataba de un hombre especial, trabajé con él varias campañas pero nunca me decidí a preguntarle por su vida privada, tampoco le pregunté qué hacía un profesional como él en buques de la Trasmediterránea.
A mi vuelta a Marbella y Algeciras pregunté por él; había fallecido, no tenía familia
Estación Marítima de Algeciras |
Me lo notificó un viejo inspector jubilado; don Tobías, fue él quien me facilitó (en 24 horas) el refugio que utilizo para escribir mi segunda novela en la Reserva Natural del Estrecho de Gibraltar, junto a una antigua base de misiles de la Armada hoy en desuso, ya no necesito protección, a pesar de lo cual me la brindan personajes de cuidado, a los que ayudo en sus desventuras, sociales más que criminales, personalidades truncadas por el desempleo que se abate feroz sobre esta tierra, en la punta más al sur de Europa y en la encrucijada de tres banderas (Gibraltar no es una nación sino una colonia, pero aporta su bandera y el contrabando a gran escala, amen de ser un paraíso fiscal); y Marruecos es el paso ilegal de frontera, base del narcotráfico (éste ha corrompido a altos mandos de la Guardia Civil Patriótica). Si entro en prisión (cárcel de Botafuegos) conoceré al narco Sito Miñanco y haré compañía a mi amigo, el capitán de la UCO en prisión por presunto delito de narcotráfico; digo 'amigo' porque me ayudó cuando llegué al Sur huyendo de los sicarios del entorno del PP de Manzanares; allí gozaba de la protección de otro capitán de la Guardia Civil, éste me presentó al del Campo de Gibraltar. (No sé si Joaquín habrá sido trasladado a una penal militar para evitar que contacte con sus 'socios'). Por cierto, si la ciudadanía conociera la vinculación con el 'narco' de altos mandos de la Benemérita, aflojarían los 'vivas' a la Guardia Civil. Claro que a uno se le resquebraja el 'honor' a bordo de un TT de 100.000 € y una hembra 30 años más joven en el coche y en casa. Los agentes (el 97%) no están con el 'narco', son la 'tropa' honrada que vela por nuestra seguridad. ¿Y el otro 3%, patrón? Esos son los que apalean ancianos y niños en Catalunya.
En la cárcel de Botafuegos nos encontraremos ‘lo mejor de cada familia’
Pero volvamos al viejo ‘Tarifa’; las muchachas cordobesas habían alquilado un apartamento en ‘Can Pastilla’, cerca de Palma, un lugar asqueroso y peligroso que es causante de la mala fama de Mallorca (junto con otros pueblos-pocilga). Eran los prolegómenos del turismo-basura que – hoy en día – continúa destrozando lo mejor de nuestro país en materia medio ambiental y enriqueciendo a hosteleros corruptos de la cuerda del PP, ya desde los tiempos del ínclito Manolo Fraga. El máximo exponente es el antiguo ministro de AAEE de Aznar, como es sabido, el tal ‘Abel Matutes’ (‘matute’ era el nombre que recibía el contrabando a pequeña escala en aquellos tiempos). Su apellido suscitaba las mismas sonrisas pícaras que el del banquero ‘Botín’.
Estación Marítima de Ceuta |
Llegaríamos de noche; ofrecí a las cordobesas mi coche (un Peugeot 505); era obvio que se habían equivocado de destino, de barco y de alojamiento (que habían pagado por adelantado, claro), y un taxi les costaría un ojo de la cara. Lo aceptaron con gusto y nos despedimos de ellas a las diez de la noche.
De vuelta de nuestra habitual salida nocturna vimos, desde el taxi (a nosotros no nos estafaban aquellos cabronazos), mi coche aparcado junto a la escala (portalón) del barco; era más tarde de las dos de la madrugada. Allí estaban las cuatro cordobesas, compungidas y llorosas por lo que habían encontrado en Can Pastilla; un mini apartamento lleno de suciedad y malos olores, y colchonetas en el suelo para dormir, no era habitable, querían nuestro permiso para dormir a bordo; el ‘viejo’ estaba despierto y ordenó al camarero de noche que les subiera colchones nuevos al salón de butacas (sillas); no salíamos hasta las doce del mediodía, para Barcelona.
Comisionamos a un alumno (oficial en prácticas) para que se quedara en Palma con las chicas y pusiera en marcha la reclamación, vestido de uniforme, claro, aunque se llevó ropa de playa y dormiría en el nuevo apartamento con ellas; Pello era de Bermeo, buen tipo, a pesar de ser del PNV, comía a la carta, el cocinero era bermeano, parecía de la ETA, pero solo por la pinta, estaba como loco de contento (era el indicado, medía 1,90 y era como un armario de cuatro puertas, a sus 21 años) con la misión que le habíamos encomendado, además le aseguramos que cobraría los gastos; yo prefería que quedara tranquilo y le anticipé dinero de mi bolsillo, el cocinero también lo hizo (del contrabando).
Al día siguiente nos jaleaban los cinco desde el muelle mientras atracábamos el ‘Tarifa’
Estación Marítima de Tánger |
Berta estaba presente en mi pensamiento, no me abandonaba desde la visita a la piscina, era un enamoramiento que causaba dolor; yo estaba muy enamorado de mi mujer (todavía lo estoy y eso que la he visto dos veces, quizás tres, en los últimos 33 años). Berta fue una aparición que no encajaba en mi vida a bordo del viejo ‘Tarifa’. Lo del apartamento lo había solucionado el ‘morrosko’ y las chicas lo adoraban, saltaba a la vista; se presentó ante el ‘viejo’ gimoteando para que lo desembarcáramos en Palma, le dijimos que no era posible, en cada viaje de ida y vuelta entre Barcelona y Valencia y las tres islas (Menorca y el desmadre de Ibiza) movíamos 2.500 pasajeros (o lo que fueran) en 36 horas.
Pello se casó con Irene, del grupo; hace muy pocos años supe de él, seguían juntos y dos hijos
He seguido manteniendo contacto con Berta desde entonces; siento no poder publicar su fotografía, como ustedes conocen este blog es ‘pirateado’ constantemente; sólo hay tres fotos ‘corporativas’ mías (1998, 2008 y 2015) y una de la madre de mis hijas a sus 18 años (no pueden asociarla al momento histórico actual). La foto de Berta y otras fotografías de mi círculo íntimo fueron publicadas cuando éramos invisibles para los servidores; actualmente (se nos pidió ‘visibilidad’) no publicamos imágenes privadas o familiares.
Berta es una empresaria de éxito, comparte responsabilidad con sus tres hijos y nos hemos visto en Córdoba, Barcelona y Tánger; últimamente en Conil, ya estamos más cerca de lo que nunca hemos estado.
Anuncio novedades para el próximo año; pero no creo que les interesen mis amoríos
En 1984 se puso a la venta el ‘Ciudad de Tarifa’ de la Compañía Trasmediterránea; atracado a un muelle apartado de Algeciras, al fondo de ‘Isla Verde’, se produjo mi ascenso a capitán del viejo navío. El comprador apareció al cabo de tres meses; era un armador griego sumamente afable, diría que cariñoso, que podía robarte la cartera en medio de una reunión (sólo le faltaba la pata de palo); aprovecho para recordar que para ‘palo’ la verga del tipo; el griego se pasaba las noches follando en Gibraltar.
Puerto y aeropuerto de Gibraltar |
Acompañaban al armador griego tres personas: dos técnicos, uno náutico y el otro contable, el tercero era su guardaespaldas (nadie entra en el Peñón a buscar hembra sin protección, y no me refiero a los preservativos). Solía estar presente mientras chequeábamos los inventarios, estando en el puente, con los equipos de navegación y sus homologaciones, tomó el sextante (era una joya que nunca se había utilizado, como es obvio en un transbordador), lo sacó de su caja de madera de caoba y lo miró embelesado, se giró hacia mí y me lo entregó en prueba de reconocimiento a mi labor.
Al día siguiente se presentó a bordo el inspector de Cádiz, un cabrón contrabandista, y me conminó a que le entregara aquella obra de arte; me negué en redondo, apareció el griego y pidió explicaciones – ya era el propietario del viejo ‘Tarifa’ – acto seguido echó del barco al inspector, un fulano aborrecido por todos, al que nunca volví a ver; ha fallecido pero no debo publicar su nombre, por respeto a su familia.
El griego rebautizó el barco, pasó a llamarse “Apollon”, alegórico ¿no? “Apolo”
Mi instinto mercenario me hizo sospechar que al nuevo ‘Apollon’ le quedaban pocas singladuras; comprobar la falta de interés por el nuevo nombre, que se pintó en proa y popa a brochazo limpio, sin la estética apropiada y sin ningún interés por parte de la tripulación griega que se había incorporado, muy reducida para un barco antiguo, sin ningún tipo de automatismo.
Lo hundieron al sur de Ibiza 12 horas después de partir; todos los tripulantes se salvaron
El verdadero ‘Apollon’ volvió a Grecia desde el aeropuerto de Málaga; a su llegada empezó a preparar los papeles del Seguro. Me habían presentado al capitán, se parecía mucho al viejo del ‘Prestige’ (el de Rajoy), pero no había aceptado mis invitaciones, el tipo tenía prisa por ‘hundir’ nuestro querido ‘Ciudad de Tarifa’, supongo que era más mercenario que yo mismo, además él era un delincuente, igual que el armador que le dio la orden de abrir las válvulas de fondo, abandonar el 'Apollon', y esperar en los botes a ser rescatados por los de Salvamento Marítimo de Ibiza, que los llevaron a puerto sanos y salvos.