jueves, 3 de octubre de 2019

'Saga de La Encomienda' por Martín L Fernández-Armesto 147/150

Ayuntamiento de Socuéllamos

Enrique nunca participó en política, ni tuvo que ver con movimientos gays, algo ciertamente justificado por razón de residencia; en Castilla La Mancha los medios de comunicación no se hacían eco de las reivindicaciones del colectivo homosexual, y mucho menos se publicaban noticias referidas a transexuales, lesbianas y bisexuales, simplemente se les toleraba, a los adultos; porque en lo referente a adolescentes el acoso en aulas y patios de recreo eran algo habitual, agravado porque la dirección del centro se ponía de perfil y muchos maestros, hijos de la Transición, hacían lo propio, en definitiva desentenderse del problema. Algunos políticos castellano-manchegos que comenzaban a hacer acto de presencia en las manifestaciones del Orgullo Gay de algunas capitales, de otras comunidades autónomas, por supuesto; callaban de vuelta en su pueblo. Desaparecidos los partidos de extrema izquierda que fueron pioneros en la defensa de los movimientos homosexuales, ésta quedaba en manos de partidos como Izquierda Unida y su exigua militancia. Colectivos, de siempre en la exclusión social, cuando no en la pura y dura persecución y aniquilamiento, en ciertos países y en éste hasta hace poco. 

Podemos asegurar que los homosexuales, a principios de la década de ‘2000’, son tolerados, pero no aceptados, algo parecido a lo que ocurre con los inmigrantes y, en ambos casos, están presentes tanto la homofobia como la xenofobia que comprometen a ciertas minorías violentas, que no son para nada desdeñables, ni en número ni por su actividad; habremos de esperar tres lustros para que la sociedad española más progresista: vascos, madrileños y catalanes, tengan presentes a los homosexuales en todas sus manifestaciones sociales, políticas y culturales; en provincias el colectivo homosexual continuará sin ser aceptado, con un plus de rechazo hacia el movimiento lésbico, que no sufre tanto como el homosexual al resultar mucho menos identificable. La exploración de la sexualidad entre mujeres nos conduce a una suerte de paraíso sexual, en el que todo aquello que de violencia puede comportar la relación entre machos y hembras, con penetraciones agresoras, en cierta medida, no digamos ya en el caso de las anales, propias de los homo pero también de los heteros, que llegan a provocar heridas y a fisurar tejidos blandos, con el consiguiente riesgo de infecciones por trasiego de fluidos. 

Si necesaria – necesse est – es la cópula para garantizar la reproducción entre los humanos, y entre el resto de animales vivos y a esa unión debemos el máximo respeto, nos seduce la idea de una sexualidad de tipo lésbico como algo envidiable; y todo nuestro respeto para aquellos hombres que aman a congéneres de su mismo sexo, aunque manifestemos nuestro rechazo a la violencia que lleva implícita la penetración anal; la historia nos recuerda, con imágenes muy vívidas, la violación anal como uno de los grandes castigos, superior, si cabe comparar ambas aberraciones, a la violación de la hembra. Y en el recuerdo, para nuestra vergüenza, el uso que se hizo de ambas atrocidades durante la guerra civil y aún en la postguerra; nos retrajo a otros tiempos que creíamos haber superado. Los criollos argentinos, es decir, nuestros hijos de otra época en paises hispanoamericanos, adaptaron el verbo coger para referirse a fornicar, debido a la orden de ¡cógela! dada por el soldado conquistador señalando a la mujer que huía de sus apetitos carnales del todo injustificados, de sobra sabía el indígena que cogerla sería fornicarla por la fuerza, al significar la violencia de la aprehensión y forzamiento un añadido a su virilidad. 

Actualmente encontramos a mujeres insatisfechas que, no alcanzando el clímax, solicitan de su pareja una cierta dosis de daño que suele dejar apesadumbrado al varón recto de conciencia y sentimientos de nobleza. Parece que se impone mejor educación sexual en nuestras escuelas, de forma particular en el mundo rural, donde el sexo acostumbra, a principios de siglo, a ser algo tabú; se comprueba como el joven que se humilla y hasta babea ante la muchacha de sus sueños, tarda muy poco tiempo, no suele llegar al año, en asumir el rol de mando, olvidando la berrea lastimera que le condujo a la hembra. Reaparece el mete-saca expeditivo y su mensaje. 

Recordamos a Beatriz Gimeno y hacemos nuestros sus consejos: - “En estos últimos años, debido a la visibilidad de gays y lesbianas y al aparente éxito, todavía más aparente que real, de sus reivindicaciones, la homofobia de algunas personas o de algunos medios, acallada por la corrección política, surge con virulencia. La imagen que se está transmitiendo de gays y lesbianas como triunfadores, adinerados y sin problemas, puede volver a parte de la sociedad en contra de nosotros y que perdamos el terreno ganado en cuanto a aceptación social. Y lo más preocupante es que incluso periódicos progresistas, artífices en parte del cambio social producido, caen ahora en estas generalizaciones”. – 

De nuevo aparece la envidia con su temible guadaña; aunque no sería éste el caso de nuestro Enrique; él formaba parte del grupo de homosexuales que, de alguna forma, pedían perdón, y rogaba ser aceptado. Su estrategia no fue acertada y le condujo al fondo de un pozo de campo, sucio y abandonado, cual si de una alimaña se tratara; ahora su preocupación era la de seguir ocultando su patrimonio a la Hacienda pública. 

En el invierno de 2002 fallece Teodoro por un cáncer de pulmón, se negó a abandonar el vicio asesino del cigarrillo, la enfermedad cursó en pocos meses y dejó a Isidra en compañía de su madre, ya nonagenaria y de cabeza algo perdida, aún conservando cierta lucidez; algunos sospechaban que presentaba signos de absoluta lucidez, se referían a que podía ser ella quien escondiera su mente en una especie de caparazón en el que convivía con su marido. La hija mayor, viuda del gasolinero, vivía en Andalucía, donde mantenía relaciones sentimentales con un técnico de Telefónica que terminarían en boda, viajaba poco a La Encomienda, era la madre quien se desplazaba a Baeza, donde residía la Luisi que, con el tiempo, había llegado a olvidar la fatalidad que supuso la muerte de Manolo en aquella intrusión del todo irresponsable. En el hostal era su hermana quien había ocupado el rol de hija de la Isidra, aunque también daría que hablar por una relación adúltera, que se venía arrastrando desde hacía años, y que habría comenzado en uno de aquellos negocios de diversificación que les resultaron fallidos a los de “Zagala”, al no encontrar empleados que aceptasen los míseros salarios que se les ofrecían, en la creencia de que implantarían la misma política de recursos inhumanos que venía dándoles un buen resultado, ellos lo entendían así, al menos en el negocio hostelero. 

El personal y los proveedores eran diferentes, más formados los unos y de mayor exigencia los otros, al ser los productos de calidad estándar y el cobro de los pedidos hecho, siguiendo la costumbre, con inmediatez, es decir, a la entrega de los mismos. Así pues, los empleados que aceptaron trabajar para ellos eran de nivel profesional ínfimo; no realizaban la limpieza de las estanterías ni el polvo que se depositaba en las mercaderías, ni etiquetaban debidamente los precios, tampoco conocían los de la competencia, fallaban en el trato a los clientes y paraban para fumar y charlar demasiado a menudo. Además, metían mano en la caja, tal y como veían que hacían los dueños, al percatarse de que resultaría imposible cuadrar las mismas al final de la jornada. En las tiendas estas tuvo mucho que ver la hija menor de Isidra, perteneciente a la tercera generación de los Expósito; sin formación de ninguna clase se colocó al frente de aquel negocio, en calidad de coordinadora de los diferentes puntos de venta, y sobrevino el desastre, no sin antes haber permitido que aquello se convirtiera en una especie de Sodoma y Gomorra, encabezado por ella misma, que, a pesar de su condición de casada, se dejaba manosear por uno de los encargados, en los rincones del gran almacén donde recepcionaban las mercancías para ser etiquetadas y puestas a la venta, desde donde alcanzaban a ver otros desahogos. 

Su matrimonio había sido arreglado por los parientes al estilo de sus mayores, y el marido, como era de rigor, pasó a engrosar la plantilla del otro hostal, lo que permitía a la mujer cierta libertad de movimientos, que le permitieron alargar jornadas laborales con la excusa de verse obligada a inventariar todos aquellos productos que recibía; de hecho, el negocio estaba bien planteado, en cuanto a la necesidad del mismo en La Encomienda, a salvo la deficiente gestión en cuanto al personal y pagos a proveedores hacía referencia. Aquellos encuentros sexuales resultaron de tal intensidad que unirían a la pareja durante varios lustros. El hombre aquel se casó con todas las de la ley con otra, aún después de conocer a esta Anita, cuya capacidad amatoria era desbordante; convencido de que la relación entre ambos se mantendría. Su impulso podía con todo, ya no les importaba que el resto de empleados les viera en actitudes que dejaban mucho que desear, el mejor inventario era el realizado entre cajas sobre el cuerpo inacabable de aquella dueña, dicho en castellano viejo. Cada día de trabajo les regalaba una nueva experiencia sexual, quizás por aquella clandestinidad de acciones adúlteras, que implica descargas de adrenalina, o bien por el acto en los nuevos rincones acondicionados entre aquel desastre organizativo; también por la satisfacción que producía poder disponer de aquellos caudales, que desataba otro tipo de ambición y facilitaba una vida muelle al acarajotado individuo, testosterona en estado puro que hacía levitar a su jefa, aún en previos momentos a su desnudez, con las calzas a medio desvestir o descomponer fuera de su lugar y situar aquel fulano su cipote en húmedos y resbaladizos recovecos; ella, decimos, restaba descompuesta antes de ser penetrada por aquel poderoso miembro, que semejaba grueso manojo estriado. 

La derecha política y los comerciantes de la comarca habían hecho dejación de aspiraciones y dejado en manos de los socialistas la organización de los municipios; no les iba mal, pensaban, al contrastar una paz social que se mantenía en el tiempo, a pesar de que el Gobierno del país estaba en manos de sus congéneres del Partido Popular, sucesor de aquella Alianza Popular de Manolo Fraga, que había hecho famoso el bañador meyba en la playa de Palomares. Es evidente que los vacíos, incluidos los políticos, tienden a rellenarse, resulta empírico; así que se puso en marcha un PP local, que resultó ser un cajón de sastre en el que cabía todo, al no exigir las mínimas credenciales políticas y mucho menos profesionales. Jóvenes que no tenían cabida en aquel PSOE, adonde habían llegado tarde, con todo el pescado vendido; totalmente apolíticos, a quienes movían intereses espurios; ex militantes comunistas cuyo acceso al PSOE había sido vetado; fascistas de la porra que, ya en los ‘70’, habían reventado manifestaciones, a golpe de ídem, claro está, porque a mano limpia no se habrían atrevido. Aquello era un pisto manchego, del que retiraban el pepino, por su similitud con aquellas porras cortas y abultadas. 

La idea de potenciar el PP local había partido de un antiguo concejal de Alianza Popular, que años más tarde sería detenido por su participación en un grave episodio de tráfico internacional de estupefacientes; este individuo convocó a unas jóvenes a las que unía su afición a capeas y corridas de toros y pusieron en marcha la agrupación local de aquel PP neonato. Una de estas militantes, joven esbelta y sensual, a quien apodaban la sonrisa vertical por ser esta la imagen, mejor radiografía, de su sexo espigado, tardó poco en hacer buenas migas con el pájaro aquel, sin prestarse, de buen principio, a sus requiebros amorosos. La joven estaba casada con uno de aquellos progresistas de diseño y droga dura. La coca había hecho acto de presencia en La Encomienda y su maridaje con el alcohol provocaría desarreglos neuronales, cuyos efectos tardarían años en visualizarse en los diagnósticos de neurólogos, a quienes la cocaína había pillado con el paso cambiado, tal y como había ocurrido con el tabaco en décadas anteriores, aún cercanas en el tiempo. La sociedad española, incluida la que residía en la parte de ella más profunda y atrasada, conocía ya los efectos perniciosos del tabaco que, efectivamente, mataba; y los devastadores de la heroína, aquel caballo desbocado que portaba al Hades a una parte de nuestros jóvenes. Faltaba por conocer las consecuencias de la cocaína, lenta en su andar pero igual de mortífera. El cocktail de coca y alcohol resultaría letal, en unos años provocaría tal destrucción neuronal que convertiría en guiñapos a los adictos y ex adictos, al no renovarse una gran mayoría de neuronas dañadas y provocar el colapso de órganos, así como el desarreglo del sistema nervioso central, aquél les obligaba a dotarse de oxígeno de forma permanente; éste, el SNC, les colocaba cabeza sobre hombro y la parálisis de extremidades, ictus y otros derrames aparecían, de manera inopinada, años después de la deshabituación del producto inhalado. 

El grupo consiguió presencia en la Corporación municipal, sustituyendo a la AP de Fraga, a la UCD de Suárez y también a los partidos independientes; el PSOE no se sintió amenazado, los socialistas conocían el paño, como ocurre en todos los pueblos de España, y sabían que eran imbatibles ante aquel adversario tan desestructurado y con cadáveres en los armarios, pan comido, declaraba ufano el veterano alcalde socialista, que presidía el consistorio desde los años ‘80’, en uno de sus pubes preferidos, rodeado de fieles; tiempo después, traicionado por uno de sus conmilitones, se supo que le daba a la coca; entre otras sucias adicciones, tales como cabalgar vecinas, siempre de muy buen catar, en su despacho de regidor; en una de aquellas correrías sería pillado in fraganti por las fuerzas de seguridad, concretamente por la propia policía municipal. A pesar de conseguir ocultarlo, aquello acarrearía consecuencias. 

El grupo popular, muy impopular, a tenor de la opinión de muchos de los vecinos, que tiraban la piedra y escondían la mano, gentes sumisas y acobardadas, que no veían en aquella banda la solución a sus problemas, que ya empezaban a ser serios, a la vista del frenazo a la inversión impuesto por los socialistas, que ponía en peligro el futuro de sus hijos. Razón tenían, aunque la perdían al negarse a dar un paso al frente, dejando en manos de aquellos advenedizos la oposición que debería convertirse en alternativa al régimen rampante en su pueblo y en toda la región; que ya estaba posicionada, de la mano de la vecina Extremadura, en los dos últimos puestos del ranking que engloba a las diecisiete comunidades autónomas; el puesto último se lo disputaban ambas y lo intercambiaban cada año, en función, casi siempre, del PIB rural de cada una de ellas, y ello dependía casi siempre, de factores meteorológicos adversos. 

Un buen día apareció por el local del PP, un humilde piso pequeño, casi una buhardilla, aquel personaje maligno conocido como el ‘Chincheta’, acompañado de otros dos ganapanes ex PCE o comunistas en bajo relieve, fue aceptado en la cuadrilla porque presentó sus credenciales en un rimbombante discurso de investidura que se traía aprendido de memoria; a algunos de ellos les llamó la atención la virulencia con que aquel converso atacaba al PSOE y en especial a alguno de sus miembros, ex comunistas, como él, pero no le dieron mayor importancia. 

Esperaban la llegada de los jerifaltes provinciales del partido, éstos recalarían en la localidad el sábado próximo y estaban ocupados con la limpieza del local, lleno de platillos con colillas y papeleras repletas de latas vacías de cerveza, y algún rabo de cuerda de chorizo o salchichón que aportaba alguno de ellos. Los jefes habían escuchado maravillas sobre las muchachas; lo que de verdad provocaba su curiosidad era saber si estaban buenas, de todos bien sabido que las casadas tardarían poco en separarse de los maridos, pueblerinos que les agobiaban con lo de que la política era una mierda y lindezas semejantes, fruto de su ignorancia y el atrevimiento que conlleva la misma. Algunos manifestaban su extrañeza ante ellas, no entendían el arreglo de ropa y los perfumes caros, no obteniendo respuesta, claro está, al estar ellas en pista de rodadura y ya próximas a la maniobra de despegue, ellos no variaban nunca sus hábitos, se enfundaban el chándal el viernes de atardecida y lo metían en el tambor de la lavadora el lunes por la mañana; de lo que no eran conscientes la gran mayoría de ellos es que estaban a punto de perder a su mujer, destinadas, según decían ellas, a más altos fines, claro que el recorrido hacia el éxito comenzaba subiéndose a más altas camas. 

Este sistema de caza al ojeo era habitual en el PP y había sido puesto en práctica por miembros de la cúpula nacional muy conocidos por el gran público, también ellas, las promocionadas, eran conocidas. En nuestra región se trataba de unas experiencias adúlteras novedosas, al no haber tocado poder político, que equivalía, claro está, a poder económico, empezando por los viajes gratis, gastos de representación y relevancia social que les hacía propicios a invitaciones y agasajos. Detrás de estos prolegómenos, que anulaban la voluntad de las aspirantes, venían las relaciones propiamente dichas, y por último la presentación en clave política de la susodicha; normalmente se trataba de una pobre iletrada, pero joven y enormemente atractiva, a la que no resultaría difícil enseñarle un argumentario simple, de los de andar por casa, o para servir de claque en mítines y reuniones de partido. El trasiego entre habitaciones de los grandes hoteles era la práctica común al finalizar encuentros con los afiliados; la adrenalina que les desbordaba era el mejor afrodisíaco, y el acoplamiento con la becaria de turno era de los que elevan la líbido y la mantienen hasta el amanecer, ellos habían rebasado la cuarentena, ellas rondaban los ventisiete años, normalmente casadas, de forma que al campeón, normalmente secretario provincial o diputado nacional, le diera tiempo a medir sus posibilidades sin que ellas, las seducidas, se convirtieran en novias perennes. 

Normalmente cazaban en provincias de regiones atrasadas, aunque ello no era óbice, como es obvio, para que aparecieran buenas piezas en pueblos y ciudades de la comunidad de Madrid o en la de Valencia. A partir de ahí, la corrupción irrumpiría con fuerza, no solo en el PP, claro, pero de forma más intensa en este partido; de hecho, nuestra pertenencia a Europa no era sino arte de mercadeo, los gobiernos de centro y norte de Europa nos mostraban el mismo falso respeto y consideración velada que a los países del área latinoamericana, simples lacayos, en el mejor de los casos clientes de su enorme producción industrial, que había llegado a no tener salida en los ‘80’ y anunciaba ya el colapso de esos grandes países, de no ampliar, lo antes que fuera posible, su área de influencia. Hoy la comunidad europea, con minúscula, extiende sus redes comerciales a veintiocho países que se parecen entre ellos lo que huevos a castañas y así nos va en áreas tan estratégicas como la Seguridad Integral, las Relaciones Exteriores y no digamos en materia de Defensa común. 

Aquellos fluidos deleitosos por demás, que ponían a la Rosi a la altura de la lámpara del techo de su dormitorio, dieron fruto; no solo fluían en su interior, como bien expresaba la mujer, sino que depositaron, en su recorrer, la semilla de la vida, que se correspondía con el goce, y nos encontramos con la respuesta más vital de todas las que conciernen al amor; el embarazo, que sobrecogió a la encantada hembra, ahora si que estaba llena, y al poco, restaría repleta.