jueves, 24 de octubre de 2019

'Saga de La Encomienda' por Martín L Fernández-Armesto 168/169

Ayuntamiento de Siguenza

La Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución Española de 1978 regula el procedimiento para la incorporación de Navarra al País Vasco, en el supuesto de que las Instituciones Forales y los propios navarros así lo decidieran. Fue la presión de los nacionalistas, con cobertura de la propia banda terrorista, presente de forma virtual en el proceso constituyente, la que logró que se introdujera la transitoria cuarta, aunque fuera del texto troncal, que resultaba válida a todos los efectos, siempre que los navarros decidieran integrarse en Euskadi. A sensu contrario; el artículo 145 de la propia Constitución del 78, prohíbe expresamente que se federen entre sí el resto de comunidades autónomas, a pesar del respeto a los criterios de igualdad que el propio texto reitera en varios de sus artículos. 

Si uno se para a consultar a los españoles acerca de la ubicación geográfica e histórica de la capital de España, de seguro que las respuestas serán coincidentes a la búlgara, ya que será unánime la respuesta: ‘Madrid es Castilla en estado puro’, nadie tiene duda alguna al respecto. Consideramos que fue un error segregar a Madrid de Castilla La Mancha; claro que si hubiera dependido de aquellos políticos de UCD y PSOE, tendríamos treinta comunidades autónomas, es decir, el doble de políticos e instituciones. Madrid, lo saben los lectores, es un poblachón manchego y Madrid es también la capital de Castilla La Mancha. Toledo es otra historia, al ser la capital de las tres religiones monoteístas y digna representante de un imperio ya fenecido. 

Intereses espurios de políticos y empresarios procedieron a la segregación, cuando lo lógico hubiera sido la integración en una sola comunidad autónoma. Castilla La Mancha se convirtió de facto en el patio trasero de Madrid; un yacimiento de mano de obra barata que desayunaba porras en la capital, antes de que saliera el sol, adonde habían llegado a bordo de viejos buses y fregonetas de segunda mano, con grave riesgo para su integridad física; y que de atardecida volverían a sus pueblos castellano manchegos, turnándose varios de ellos en la conducción de aquellas tartanas. 

Al estar impedidos de fusión o federación entre Comunidades Autónomas, convendría plantear soluciones innovadoras que saquen a estas regiones del abandono resignado y cubierto por el resto de comunidades, que, a diez años de comenzado el nuevo siglo, alcanzan unas cifras que hacen rechinar a los ciudadanos pertenecientes a las comunidades que más aportan al resto. Valgan aproximaciones del tenor de 6.000 millones de euros año que recibe Andalucía; 2.800 millones de euros para Extremadura; o los 2.200 millones de euros para Castilla La Mancha; del Fondo de Solidaridad Ínterterritorial. Entre esas soluciones; abogamos por una conurbación, que es un área urbana y rural formada por núcleos poblacionales independientes que se unen en razón del crecimiento que emana de grandes capitales como sería el caso de Madrid, Este crecimiento del que hablamos se basaría en iniciativas de desarrollo industrial expandidas por pueblos y ciudades que sean capaces de dirigir esta gran transformación, y en los cuales se instalarían industrias y también empresas del sector terciario con un volumen de negocio adecuado, que, a su vez, supondrían un efecto llamada para otras empresas. Para ello sería imprescindible dedicar recursos a la formación; las empresas requieren mano de obra instruida técnicamente, y actualmente las tres comunidades citadas constituyen un páramo de mano de obra especializada, condición que retrae la implantación de empresas. Conurbación no significa aumento poblacional sino crecimiento, tan necesario allá donde la crisis de la sociedad rural tradicional se manifiesta con toda crudeza como en el sudoeste español. 

El complejo hotelero de los Expósito entraba en descomposición; personal sin ninguna clase de preparación, enfermos crónicos de cierta gravedad arrastraban sus deformados zapatos por remedos de comedores y salones decrépitos; qué decir de los empleados fijos, todos ellos inmigrantes sin terminar de regularizar, explotados con salarios de miseria y horarios que superan cualquier norma laboral, prácticamente en régimen de semi esclavitud. Los cachorros, pertenecientes a la tercera generación, retribuidos a golpe de caja registradora, sin control salarial, se permitían amenazar con abogados a empleados, inquilinos de sus inmuebles, hasta a los propios proveedores. Claro que, a la vez, dejaban de pagar a los abogados-sicario que contrataban, lo hacían a base de demandas-parapeto, a fin de amedrentar a los afectados. 

En el momento de la narración la plantilla está compuesta de inmigrantes magrebíes, que mal viven en el más absoluto de los desprecios y que han conseguido autorización para cobrar sus magros peculios de los propios clientes, dentro de límites fijados. No es una situación perversa excepcional, resulta ser la norma en estas vías de comunicación; salvo excepciones honrosas, que muy de tanto en tanto jalonan la autovía, y donde encuentran acogimiento – por fin – los viajeros particulares o aquellos usuarios de servicios públicos, flotas de autobuses seguros y confortables a precios asequibles. La calificación de los turistas que se ven obligados a surcar estas vías, acerca de los servicios que reciben, es de muy deplorable, se cumple el adagio aquel de matar a la gallina de los huevos de oro, que no es otra que el turismo internacional así como el nacional o también llamado turismo interior. 

En el Soportal, uno de los pubes de La Encomienda donde se reunía Enrique con sus amigos, cundía la preocupación, hacía tres días que no respondía a las llamadas telefónicas; uno de ellos, policía municipal, y testaferro del inmobiliario, llegó a contactar con el antiguo novio de la capital, quien respondió no tener noticia alguna desde hacía más de medio año. Fue el policía este quien transmitió la preocupación a otros miembros del cuerpo al dar pábulo a algún amigo de Enrique que hablaba abiertamente de suicidio; daba la casualidad de que su esposa era de alguna forma testaferro del homosexual, a quien había visto como muy deprimido. Se inició la operación de búsqueda, más o menos guiada por alguno de ellos. Enrique apareció diez días después en un pozo, a cinco kilómetros de La Encomienda, que abastecía de agua a una finca de su propiedad. El cuerpo presentaba dos fuertes golpes en la cabeza, que el forense achacó a golpes contra la pared del pozo durante la caída. Más de uno se preguntó si se trataba de un suicidio inducido, o de algo mucho más grave y preocupante.