viernes, 4 de octubre de 2019

'Saga de La Encomienda' por Martín L Fernández-Armesto 151/154

Ayuntamiento de Mota del Cuervo

15 

Rosi descubre consternada que se encuentra en estado de gravidez, se siente desprotegida y, en un principio, decide hablarlo con Paco; la suerte estaba de su parte, al sonar el telefonillo del portal y escuchar al otro lado a su amiga. – Te abro – casi grita Rosi – Suena el chasquido – y el ¡vale! de Sonia – que no sabe si se encontrará a la pareja en acción. – La anfitriona sujeta la puerta mientras la amiga traspasa el umbral – pasa rápido, le dice – no sabes la alegría que siento al verte – insiste Rosi – que se frota las manos, recién lavadas, después de hurgarse, como si no diera crédito. - Me estás hablando de una falta, - dice Sonia, como si hablara consigo misma – eso no es nada seguro. – Es que lo siento – balbucea la mujer, es algo que ya noto, y que no sé explicar – No habrás hablado con Paco, - pregunta Sonia - que parece que se responde a un tiempo, al venirle aquello tan de sorpresa. 

Hacía dos semanas, en uno de aquellos viajes a la depilación eléctrica, Sonia había sacado el tema del uso de preservativos, ella también estaba enredada con un amigo suyo del instituto, casado, pero que estuvo enamoriscado de ella, y siempre llegaba a mayores, en el coche y de cualquier manera; él se salía siempre, vamos, que se terminaba fuera, como bien se explicaba ella, y ponía el asiento del coche que daba verdadero asco, ella no lo limpió jamás. 

- No le he dicho nada – aclaró la embarazada – empezando a calibrar las consecuencias; no pensaba en Paco como alguien que pudiera llegar a ser su marido, y había estado a punto de concederle esta gran baza. – Vale, bien hecho – llámale - añadió Sonia mirando el reloj – que puede llegar de un momento a otro, y dile que estás indispuesta, precisamente – insistió la amiga – de cosas de mujeres, insiste en que piensas acostarte después de la buscapina. 

Rosi cumplió a la perfección, de repente tuvo miedo de que apareciera Paco atraído por las frías cervezas en la nevera nueva, su representación fue perfecta y la satisfacción de que Sonia siguiera con ella, dispuesta a ayudarle, levantó su ánimo. De repente aquellos orgasmos y el fluir por dentro, incluso el enorme miembro del impresor; todo aquello había pasado a un segundo plano, ella lo veía como algo lejano, la vida le había cambiado, ya no era intuición sino certeza, aunque ella no sabía explicarse así de bien; de hecho se atrabancaba al explicar como se sentía; Sonia, solícita, le tomó la mano y la repentina tentación de besar a su amiga en la boca le hizo sonreír; un rictus de inquietud se reflejó en el rostro de Rosi, que no apartó la cara del pelo suelto de la amiga, y llegó a apretar su mano, sin entender muy bien que ocurría entre ellas. No le desagradó, aunque aquella idea se desvaneció al levantarse Rosi del sofá y pasar a la cocina a preparar una cafetera. Dos mujeres solas, sin ataduras que les obligaran, y con un problemón como aquel, tardaron minutos en dirigirse al dormitorio con sendas tazas de café en sus manos. Rosi retiró la ropa que colgaba plegada de un silloncito que se ajustaba al rincón entre la cómoda y el ventanal, tuvo la prudencia de bajar la persiana a medias y prendió la lámpara de la mesita. Sonia sorbía aquel delicioso café sujetando el platillo con la mano izquierda, en un momento se descalzó y aprovechó para volver al comedor y sacar del bolso una de aquellas muestras de perfume, que le regalaba una amiga, las sacaba de su trabajo en uno de los grandes almacenes, eran regalo de los viajantes aquellos que las piropeaban, en las visitas de comercio. 

Aquel botellín contenía esencia de jazmín, Rosi apreció el olor desde la habitación y sonrió, como había hecho su amiga al acercarle su cara al cabello suelto. De vuelta a la habitación se tumbó junto a su amiga y le besó en la frente, Rosi no pudo reaccionar, a pesar de que sentía deseo; Sonia volvió a la taza de rico café, llevaba entre los dedos dos cigarrillos, que encendió sin consultar la apetencia de Rosi. Ésta se arrastró hasta los pies de la cama y aceptó el pitillo con gusto. Llevaban un rato sin hablar, ambas parecían contentas y decididas, con presagios favorables, al ser ese su entendimiento por encima de las palabras. Enseguida le planteó la posibilidad de volver con Nemesio, informada al dedillo, como estaba, de los intentos de aquel truhán por recuperar esposa y vivienda, pero sobre todo estatus social. Rosi cavilaba y sonreía. 

Sonia se maliciaba que Neme continuaba liado con la mujer exuberante que había conocido en “Zagala”, ahora que la tenía a diario junto a él; ya se merecía un hijo de otro pensó, pero calló por no herir a su amiga, que ya le esperaba tumbada de nuevo, la mente echa un lío, pero con expectación en cualquier caso, y húmeda, sin conocer a ciencia cierta si era por la excitación o por el embarazo, del que desconocía todo, desde la génesis hasta el futuro desarrollo; ambas mujeres eran producto de la inadecuada formación en materia de educación sexual, cuando las campanadas del 2000 quedaban ya lejos de sus oídos. Otras campanas golpeaban sus sienes mientras Sonia se acurrucaba prieta junto a ella y le hacía sentirse poderosa. Ambos pechos se movían al unísono, como si representaran un papel asignado y el roce solazaba aquel pálpito compartido. Al momento se fundieron sus bocas, el olor a tabaco y jazmín excitó a Rosi, que exploraba con su lengua hasta el último rincón del paladar de Sonia; que palpaba los pechos de su amiga controlando el impulso de soltar de sus ojales aquellos botones; parecían estar de acuerdo en ir despacio, sabían que ya eran dueñas una de la otra y llegarían al sexo cuando hubieran recorrido sus cuerpos y las reacciones de los mismos con extrema curiosidad, Rosi lamía los dientes de su amiga por dentro y fuera, eran perfectos y limpios, la saliva mezclada les recordaba el sabor a café y pugnaban por tragarla sin separar sus labios. 

Sonia impidió que Rosi se desnudara; quería hacerlo ella, los hombres no se dejaban ya que su avidez impedía aquellos remilgos, con su amiga todo resultó diferente, hasta el punto de que entrevió como enrojecía al avistar su vulva inflamada y asegurarle Sonia al oído que no era por el embarazo sino por el deseo. Rosi volvió a recuperar seguridad en sí misma cuando fue a ella a quien correspondió desvestir a su amiga, que no le dejó plegar su ropa en el sillón, al atraerla hacia sí con brazo firme, y sumergiéndose ambas entre aquellas sábanas de algodón fino, que respetaban su piel, ninguna recordaba tanta desnudez y cuando se apretaban sentían latir los corazones, el de Rosi con mayor frecuencia, el de Sonia, más lento pero poderoso. El sexo se hizo esperar, ambas querían prolongar su imperioso deseo, pero cuando lo hizo; primero Rosi, con los labios de Sonia entre sus piernas, y más tarde, vuelta aquella a la respiración pausada, fue Sonia quien disfrutó como nunca había sentido de la lengua de su amiga en cada intersticio de su sexo, tanto que no paraba de gemir, los dedos entreabriendo sendas en el cabello de Rosi, de forma que no se apartara de aquel nido en el que se había acomodado, se diría que en busca de la protección que sentía necesitar ante el miedo por la nueva situación creada con la preñez. 

Los socialistas volvieron a ganar las elecciones municipales y autonómicas de 2003, lo hicieron por mayoría absoluta, demostrando que su estrategia de voto cautivo, trufada de soflamas del todo demagógicas en defensa del estado del bienestar, era la adecuada para la obtención de sus fines; sin alternativas válidas pero dejándose arrastrar por aquella corriente de bonanza económica propiciada por el partido popular, que, por decreto ley – de cajas y bancos – había decidido triplicar el valor de las viviendas en forma de conjura de necios que acudieron al firme llamado de las entidades financieras, que sobrevaloraron los pisos con ayuda de tasadores que debieron ser llevados a los tribunales por manipular el precio de las cosas, en este caso de los inmuebles, a fin de que cayeran en la trampa los propietarios. El resto resultó muy fácil, ya que la ambición tiene algunos lazos con la codicia, ambas corresponden a la condición humana, y deben respetarse ya que no toda la codicia resulta insana, en pequeñas dosis puede activar la motivación; ellos lo saben bien y enviaron comerciales debidamente adiestrados a invadir la intimidad de los pequeños y medianos propietarios, en sus propias casas; una vez franqueado el paso, iban al grano con premura. A fin de cuentas, les esperaban muchos panolis parecidos. 

- Su propiedad, nunca decían piso, vale mucho más de lo que ustedes creen, - anunciaba el bancario – en la Caja somos conscientes de ello, y de las posibilidades de volver a hipotecarla. Claro que - añadía sonriente - en condiciones más ventajosas que la vez anterior. 

- No, mire usted, me produce mucha tranquilidad haber liquidado – por fin – mi hipoteca, y no deseo meterme en más préstamos. – Dígame – interrumpía la esposa – si le parece a usted, cuánto cuesta ahora nuestro piso. – Nosotros lo compramos hace diez años por trece millones de pesetas – miraba inquieta a su marido – es solo por curiosidad, ¿sabe usted? – buscaba el asentimiento del marido – que no llegaba. – Y sin avales, - les recordaba el tasador – al irse. 

A los pocos días de la visita del propio aquel de la Caja, o del Banco, que tanto daba, el debate ya se había instalado en el seno de las familias: los hombres defendían alternativas del tenor de cambio de coche, por uno de mayor cilindrada, claro está, - se reconcomía el hombre de la casa – convencido de que ella, la esposa prudente de toda la vida, rechazaría tal posibilidad, al estar los hijos estudiando; dos días tardaría en llevarse la sorpresa, ya que ella aceptaría, solo si conseguía reformar la cocina y el baño, aunque a ella, - lo que le gustaría - sería cambiar de piso y de barrio, con el chico y la chica ya en la universidad, pero – ¡claro! se decía – no podré contra esa idea del coche nuevo. Coches, muchos de ellos alemanes, cocinas alicatadas y, ya puestos, electrodomésticos nuevos; viajes, el vehículo usado para la hija, que no tuviera ya que cambiar de metro tres veces cada día, para llegar al trabajo aquel de media jornada en Martínez Campos. Se produjo una explosión del consumo y, por consiguiente, un aumento exponencial del empleo, ya que se llegaron a alcanzar los cinco millones de contrataciones en un tiempo récord. España se convirtió en lugar de destino para emigrantes de varios países. 

Los conservadores hacían proyectos de reformas para los próximos lustros; José María Aznar había celebrado la boda del siglo entre mafiosos de su cuadra; el país había llegado a no poder cubrir ofertas de empleo por falta de demandantes; España vivía dentro de una burbuja y las marujas volvían a lavar el coche familiar, con bayeta y ambientador en mano, como hicieron de novias con aquellos ‘600’ del tardofranquismo; esta vez se trataba de cochazos traídos de las Alemanias, también de las Suecias, en camiones horripilantes que daba miedo adelantar, ya que superaban todos los límites de velocidad e invasión de carril, presionados por las fábricas, en un circuito infernal, día y noche, y todos los días de la semana. Algún payés llegó a verlos esparcidos por la linde de su viña, junto al quitamiedos de la autopista de peaje, al haberse dormido el conductor, que, en sueños, justo antes de salirse de pista, se veía como propietario de uno de aquellos bugas de la estrella. José Mari se salió de vía en la desgraciada Atocha, un año después, en la mayor demostración de incompetencia política de la historia de España; él estaba en otros temas y, claro, le pilló el tren, como a todos nosotros, ¡aquellos malditos trenes! 

En “Zagala” había perdido brillo el parque automovilístico; solo Diego conducía ‘mercedes’, pero el más bajo de gama; el Emilio era propietario de un vulgar ‘citroën’, al que Nicolás, el marido de la amante de Nemesio, intentaba sacar brillo con productos abrasivos, consiguiendo, claro está, el efecto contrario. El ‘land rover’ de “Zagala” se había cambiado por un ‘nissan’ de segunda mano, y la camioneta de “Zagala II” por una furgoneta ‘kangoo’, también de segunda mano. La década prodigiosa pasó de largo por aquel complejo de carretera; de un lado, nuevos coches más elegantes okupaban la autovía y no pegaban aparcados en aquellos hostales de aspecto ruinoso; por otro, cada vez resultaba más complicado acceder a los mismos. Autovías reguladas por normativas de la Unión Europea; algunas afectaban a la seguridad vial, otras a la salud de los viajeros, poniéndoles dificultades para que se metieran entre pecho y espalda las habichuelas recalentadas de aquellos restaurantes de carretera, que provocaban somnolencia al conductor y una aromatización perversa a los viajeros, que no desaparecía ni con los nuevos climatizadores trabajando a tope. 

La plantilla se componía de magrebines, así les llamaban para no utilizar la expresión moros, que quedaba para uso exclusivo del párroco de La Encomienda, un tipo curioso que recordaba al arzobispo Cisneros, de infausto recuerdo, y, empeñado como Cisneros, en convertir a estos magrebines a la fe cristiana de la Mancha, recordándoles a todas horas – ellos solo respondían aquel ‘más menos’ del que ya hablamos a su llegada – que su obispo era descendiente de aquellos caballeros de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Odesa y otras, que habían sojuzgado a sus tatarabuelos, y que vivía a 80 kilómetros del pueblo. El cura este provocó más fugas de moros, con lo de estos caballeros, que los grupos de la extrema derecha con sus pintadas en los taludes del ferrocarril; muchos prefirieron Cataluña, no fuera que el tal obispo portara espadón debajo del sayal. Este párroco era un recién llegado a La Encomienda, su traslado - informado el PSOE de la capital - se debió a un asunto turbio en otro pueblo de la diócesis; decían algunos de los miembros de las comunidades de base, que no le querían bien, que había participado en el expolio de dos palacetes que habían sido puestos bajo su custodia. Él se defendía del delito de simonía, siendo así que no se le acusaba por la venta de objetos sagrados, sino de armaduras y muebles de época. No quemó libros de moros, no sabían leer. 

Cisneros habría ordenado pasarlo por el potro y estirarle los miembros; el prior de las órdenes militares se conformó con enviarlo a La Encomienda, donde ejercían como pastores unos curas malignos que se ocuparían de él; se recuperaron las armaduras, de los muebles nunca más se supo. Por si fuera poco, el hombre tuvo que hacer frente a una grave denuncia, que resolvió mal, como todo lo que le correspondía. Su sacristán, hombre de voz aflautada, y gustos de los prohibidos, se hizo acompañar de una joven de catorce años, guapa por demás, al decir de los suyos, hasta el alto campanario, donde la sometió a tocamientos impuros, la niña informó a sus padres de lo sucedido. Ellos, horrorizados, denunciaron los hechos ante el párroco, quien logró convencer a los padres - católicos devotos - de que no denunciaran al sacristán, adujo que se ocuparía de su castigo – él - personalmente. Al observar la cara de mal bicho del párroco, los padres pensaron que el castigo sería ejemplar, y decidieron pasar de la Guardia Civil y de los Juzgados, y dejar al pederasta en manos del nuevo párroco; menuda pinta de cabrón que tiene el cura, llegó a decir un tío carnal de la niña, sin estimar que para carnal el sacristán, que había saboreado a aquella pobre adolescente. El castigo consistió en un breve destierro del sacristán a las costas levantinas, de donde volvió a los dos años, más bronceado y más salido que un conejo; recuperó toda su sacristía y la dirección del coro parroquial; él, sólo recordaba aquellas playas de Levante y, sobre todo, aquellos miles de tetas expuestas cada día al sol. 

Pocos días después de las elecciones municipales falleció Tomasillo, dejando a Teofila en la más absoluta de las tristezas, duradera, ya que sería longeva, como su cuñada Rita, aunque la vida de ambas no volvió a converger, no por falta de empatía, sino por problemas entre hijos y nietos, ambas se aislaron en su particular recuerdo, que no era otro que el del marido de cada una de ellas, que, a su vez, tanto se habían querido desde sus años jóvenes. La “Grandalla” no resistió la pérdida del patrón, su hijo liquidó el negocio meses después de su fallecimiento. Era un atorrante borracho y mujeriego que tuvo un buen impulso; ahí el Señor debió de echar una mano, ya que, en un momento de lucidez, ordenó se procediera a realizar todos los pagos pendientes, y lo hizo a través de un profesional de la administración de empresas. El local fue vendido a sus primos de “Zagala” que pagaron por el mismo un precio muy por debajo del precio de mercado, como era habitual en ellos, que seguían sin visitar la prisión provincial por delitos contra la seguridad en el trabajo, fraude fiscal y otros contra la seguridad social. 

Los socialistas, aquel año de 2003, se mostraban escépticos respecto de las generales de 2004, de hecho la elección de Zapatero tres años antes ya indicaba por donde iban los tiros; a recorrer una travesía del desierto; no importaba, pues, que el jefe de los camelleros fuera aquel incompetente, que sabía poco o nada de la vida política – era un culiparlante, bastante vago – y mucho menos de la profesional, ya fuese por cuenta propia o ajena. Ello suponía un plus de valoración de los líderes del sudoeste que consideraron llegada la hora de establecer un real califato que abarcara las tres comunidades; lejos en el tiempo los cafelitos y el mystere aquel que buscaba al Guerra en los sembraos cercanos a la autovía; afianzado aquello del PER, que ya admitían los del PP; aparecían los 56 coches de alta gama de la Junta de Comunidades; el desastre extremeño, soñaban ya con ser portugueses, y algo sobre lo que no se estudió lo suficiente: la falta de democracia en cientos de municipios, ausencia de libertad de expresión incluida, convertidos en sátrapas sus alcaldes, algunos de ellos verdaderos patanes incapaces de representarse a ellos mismos, responsables del fallido de su comunidad, la municipal, y por ende, la autonómica, a la que exprimieron con rabia, como se hace con las cabras viejas, y que provocaron un endeudamiento insoportable. Los españoles no olvidarán que lo hicieron gracias a los votos de castellano-manchegos y extremeños; muy satisfechos de vivir por encima de sus posibilidades, a cuenta del resto de comunidades. 

La juventud, ociosa por falta de oportunidades académicas y laborales adecuadas y de utilidad social, con muchos de sus miembros provenientes del gran fracaso escolar, se lanzó sin dudarlo a las grandes bolsas de empleo que ofertaba la construcción, en auge desmedido; allí fueron utilizados como mano de obra de aluvión, acerca tochos, se les decía; sin escuelas de formación, y carentes del debido aprendizaje en los tajos, ocupados como estaban capataces y encargados por rematar tareas en tiempo récord y continuar edificando viviendas que nunca llegarían a ser utilizadas. Cientos de miles de viviendas a lo largo y ancho del país.