domingo, 20 de octubre de 2019

'Saga de La Encomienda' por Martín L Fernández-Armesto 163/167

Ayuntamiento de Villanueva de la Jara

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Los socialistas volvieron a ganar las elecciones municipales y autonómicas de 2007 en Castilla La Mancha y Extremadura; al año siguiente lo harían en las autonómicas de Andalucía por mayoría absoluta y estaban decididos a perpetuarse en el poder, espoleados por el gobierno de la Nación, también en manos del PSOE, que revalidaría en el año 2008, con el presidente Rodríguez Zapatero como candidato. En Castilla La Mancha, Barreda había cumplido su primer trienio al frente de la Junta de Comunidades, era el sucesor de Bono, había sido nombrado por éste. Los socialistas aprovechan la bonanza económica para tirar la casa por la ventana y proceder al despliegue de autovías y líneas de ferrocarril, algunas de alta velocidad, sin invertir un solo euro en industrialización. Son las industrias las que rechazan invertir en la región, se preguntan los ciudadanos más críticos; o más bien es el gobierno regional quien pone todo tipo de trabas a la instalación de empresas, parece claro que se trata de esto último, ya que todas las CCAA, con excepción de Extremadura, Andalucía y Castilla La Mancha, presentan planes de inversión y desarrollo, incluidas las boscosas y costeras Galicia, Cantabria y el Principado de Asturias, allí donde los socialistas se baten en retirada, en 2007, dejando paso a los populares, junto con los regionalistas. 

La deuda de estas tres comunidades: Castilla La Mancha, Extremadura y Andalucía, se dispara hasta límites insospechados, no podemos olvidar que el gran manirroto de Zapatero estaba al timón del país y a todo decía que sí, daba igual que se tratase de reivindicaciones de corte político, como el estatut de los catalanes, o bien económicas, que eran atendidas de súbito presto, sin pararse a leer las memorias correspondientes a obras que surgían de unas mentes megalomaníacas, ad maiorem gloriam, y mucho menos a sus costes de financiación. Miles de millones tirados, empleados en inversiones del todo improductivas. Andalucía había empezado a privatizar la gestión de importantes hospitales; a la chita callando, cubiertos sus dirigentes por la censura de prensa más atroz, solo comparable a la existente en la Cataluña de los Pujol, y moviéndose en la más absoluta impunidad; todo quedaba en casa, ya que a Manolo Chaves le relevaría Griñán y a éste una de sus más fieles becarias, la dulce y sensual Susana Díaz, muy amiga del torero Francisco Rivera, ambos pertenecientes a la Hermandad de Triana. 

Resultaba de vital importancia negar la gravísima crisis económica, la más importante desde 1929, que afectaba al mundo entero, por globalizado, y de una forma especial a los países más pobres en recursos energéticos y en materias primas, cual era el caso de España. La deuda soberana se incrementaba día a día, y los intereses de la misma hacían lo propio; ello no impidió que Zapatero y sus corifeos de la izquierda siguieran malgastando los impuestos de los españoles durante otro trienio de despilfarro; llegaríamos arruinados a 2010, año en el que los grandes mandatarios Obama y Merkel, con ayuda del líder chino, pondrían fin a esta cabalgada hacia el precipicio. Zapatero – ZP - no perdería la sonrisa, se trataba de la sonrisa-sorpresa del inconsciente contumaz; dejaría España en ruinas, al igual que había hecho su padre político, Felipe González Márquez en 1993, validando aquel de casta le viene al galgo e hipotecando nuestro futuro para los próximos quince años, como poco, ya que, en materia de recuperación de empleo digno, hablaríamos de veinte. 

El plan ‘E’ de ZP supuso tirar quince mil millones de euros a la basura, mientras la famosa prima de riesgo se disparaba a los 200 puntos, tres años más tarde alcanzaría los 500 puntos, sería en 2010, ya con todas las alarmas disparadas. España estaba a punto de ser intervenida. 

Enrique había caído en depresión, ésta tenía algo de exógena, pero también convivía con él desde su juventud, como ocurría con muchos de los homosexuales de su edad, obligados a la ocultación de su orientación sexual, lo que les obligaba a vivir una clandestinidad que marcaba sus vidas. Él mismo había vivido como le abrían la cabeza a pedradas a un amigo del instituto, que le imploraba con la mirada, hasta que intervino con los ojos arrasados en lágrimas, y se llevó la última pedrada de aquellos pequeños hideputas; bien cierto era que se limitaban a dar cauce a la educación recibida de padres, enseñantes y catequistas, colectivo este último en el que encontraban refugio algunos pedófilos, que eran una raza aparte. Educar en intolerancia. 

Algunos de los citados – cojos - de esta perversión, aunque inactivos sexuales por miedo a ser denunciados por sus víctimas, la emprendían a palos, físicos o psicológicos, con los chavales a los que deseaban y encontraban placer – sádico – en la sanción propinada. Los homosexuales, como Enrique, vivían en un continuo sufrimiento y frustración. La depresión venía agravada por la ruptura con su novio de Madrid, con el que había compartido relación sentimental durante los últimos cinco años; sin dejar de atender su negocio inmobiliario, su vida era un continuo ir y venir en el tren de Jaén, a pesar de lo cual se mostraba feliz ante sus clientes y los amigos y amigas depositarios de sus bienes raíces, que mantenían la propiedad sobre los mismos, a pesar de haberlos vendido, así como percibido el importe correspondiente a su venta. Entre ellos se encontraban tres elementos que podrían calificarse de ambiguos, de edad media y aficionados a las salidas nocturnas, mozos viejos en la jerga popular, quienes al percatarse de la crisis que sacudía al Enrique, vieron la oportunidad de hacerse con los bienes todavía a nombre de ellos. Uno de ellos se dedicó a festejar a aquel pobre desgraciado, que lloraba de continuo y estaba mal atendido por su médico de cabecera, que achacaba aquellos males a la melancolía propia del maricón rechazado social y, en este caso, sentimentalmente. Este amigo convocaba a Enrique todas las noches, junto con los otros testaferros, y hacían piña al costado del hombre abatido, los fines de semana se juntaban con amigas, las petroleras les llamaban, al estar todas ellas separadas y recordarles una antigua serie de la televisión; estas mujeres y los ambiguos hacían buenas migas, aunque no llegaban a encontrarse sexualmente, narraban sus aventuras y disfrutaban de los buenos chismes, especialmente si éstos hacían referencia a desgracias sufridas por otros, era lo único que les producía satisfacción, saltaba a la vista. Todo ello en un ambiente pueblerino y cuyo único contacto con el exterior era la pronunciación, incorrecta, de las bebidas alcohólicas de importación, así como el ‘jameson’ o el ‘mifiter’, a que eran invitadas como una especie de deber ritual por parte de los hombres aquellos. 

Estos eran los momentos que aprovechaba Pablo para intimar con Enrique o, cuando menos, escuchar sus penas, con gesto distraído eso sí, pero cuidando de su nuevo patrimonio, ya que temía que, de empeorar la depresión, aquel amigo herido, sería recogido por la familia, con la que no mantenía relación alguna desde joven, y ésta se decidiría por intervenir y ajustar a ley el abultado patrimonio de su hermano; algo que ya habían comentado aquellos rufianes, y una de aquellas petroleras, limitándose a asentir con el gesto torcido, y la codicia brillando en retinas de la pájara esta y los amigos de toda la vida del Enrique. Pablo llevaba a Enrique a su humilde vivienda, nunca superaba el umbral, un amigo profesor le había dicho que su amigo, además de maricón, era un ‘diógenes’, sin darle mayor explicación. Los sábados permanecían fumando y charlando en el coche, Pablo era consciente del deseo de intimar de su amigo, pero evitaba mayores gestos de complicidad, aunque no le hacía ascos a participar en el desahogo, algo que dedujo podría resultarle rentable, al afirmarse la relación bilateral, de la que no tendrían porqué enterarse los otros. Claro que no sabía a ciencia cierta que contacto satisfaría a aquel homosexual derrumbado; y otra cosa, - pensó serio - no podía admitir intercambio de fluidos, que vete a saber – se dijo – como estaría de enfermedades de transmisión sexual, era de todos conocido que estos hombres tendían a la promiscuidad, incluida la prostitución masculina con aquellos jóvenes chaperos, la mayoría de ellos drogadictos. 

Decidido a intentar el acercamiento esperó el momento oportuno, que no tardaría mucho en presentarse, ya que el hombre estaba muy hundido, y comenzó por apoyar su mano de forma bastante explícita en el muslo izquierdo de Enrique, que le contaba sus penas, algo habitual en aquellos ratos de despedidas nocturnas. Notó que se sobresaltaba ligeramente, pero seguía en estado de abatimiento, hasta que acercó su mano a la que apoyaba Pablo, que, al girar su cuerpo, pudo comprobar la erección de su compañero, la luz de la farola extendía su haz en diagonal a los asientos delanteros. Más decidido, tomó la iniciativa, en la seguridad de que ello le otorgaría un cierto derecho a mantener su escarceo hasta el límite que él mismo considerase conveniente, sin más efusión y procedió a dar salida a aquel mazacote manipulando en aquella cremallera, difícil de bajar por impedirlo el propio miembro endurecido; lo consiguió con ayuda de Enrique, que se echó hacia atrás, al tiempo que el respaldo del asiento, cuya rueda consiguió mover a duras penas, a pesar de tratarse de un vehículo relativamente nuevo. 

No pensó en la explosión final, Enrique, más previsor y, avezado a buen seguro, en aquellas masturbaciones compartidas en automóviles más destartalados, ya tenía el pañuelo en la mano, listo para cubrir el miembro y proteger tapicería y salpicadero – nunca mejor dicho lo de salpicadero – de su eclosión fisiológica. Aquel hombre se estremecía por momentos y Pablo decidió culminar su ayuda con el mayor de los respetos; a pesar de la sordidez del acto, no le desagradó del todo, lo que le llevó a aceptar la proposición de Enrique; éste, convencido de que una aproximación más íntima le sería aceptada por el amigo, acercó su cabeza hacia el regazo de Pablo al tiempo que descorría la cremallera de su bragueta; Pablo, ligeramente asustado, decidió poner freno a su intento, elevando el rostro del compañero por encima del volante del automóvil y guiando su mano a los entresijos del pantalón y faldones de la camisa, soltando el botón superior para liberar el miembro y dejar hacer a un desencajado Enrique, que le friccionó con exquisita suavidad hasta satisfacerle, mientras el ambiguo Pablo asentía con gemidos de complacencia explícita. Se limpió como pudo, con pañuelos de papel que extrajo de la guantera de la puerta del conductor y encendió un cigarrillo que puso entre los dedos del amigo, que permanecía en silencio, cebó otro para él mismo y celebró aquella suerte de soledad compartida con un leve palmoteo en el antebrazo de Enrique; ya habría tiempo de pensar en lo suyo, afianzada la relación a través del sucio intercambio realizado en medio de aquella calle desierta, incómodo claro, pero de alguna forma satisfecho, nadie le esperaría en casa y aquellos manchones en el pantalón de pinzas desaparecerían con un adecuado lavado casero. Enrique parecía encontrarse de mejor ánimo después de aquel vaciado. 

En “Zagala II” se desencadenó la tragedia, de nuevo la planicie volvía a estar en bocas, y esta vez no pudieron ocultar los hechos; dos individuos habían muerto a puñaladas a una mujer de un pueblo de Jaén, adinerada al parecer, con la que se había citado uno de ellos en el hostal de Diego. Se trataba de una cita a ciegas concertada a través de Internet, a la que acudió por razón de curiosidad malsana, al tratarse de un hombre atractivo y zalamero, pero sin el dinero que el tipo aquel le había solicitado para, de consuno, realizar una operación que resultaría muy beneficiosa para ambos. Las reservas habían sido confirmadas por el amigo y cómplice: dos habitaciones, en una de las cuales permanecería agazapado este desconocido para ella, de peor presencia que su compañero de chat. La suerte de la pobre mujer estaba echada, no saldría viva de aquel viejo hostal de carretera; el ensañamiento se debió a que había acudido a la cita sin el dinero acordado. El asesinato tuvo gran repercusión; otrosí, fuentes del todo mal informadas aseguraban que se trataba de una reyerta en un hostal dedicado a la prostitución, lo cual era una verdad a medias, ya que algunas mujeres de los pueblos de la comarca, venían en ejercer ese viejo oficio por su cuenta y riesgo, sin estar a la disposición de proxenetas, y utilizando los servicios que les brindaban ambos hostales, parcos en preguntas, y limitados a la exigencia de uno cualquiera de los documentos de identidad de cada una de las parejas. 

En el hostal trabajaba el marido de Anita, la pequeña de la Isidra; se trataba de un verdadero lince a quien no se escapaba nada, por nimio que fuese, que tuviera que ver con el hostal y los servicios de cafetería, así como de tienda, abiertos día y noche a los viajeros que se dirigían a las provincias andaluzas. Además se daba el caso de que dicho control resultaba necesario, casi imprescindible, al haberse convertido – ellos - en colaboradores de una red de venta de mercaderías, procedentes de receptación, que se extendía desde Toledo hasta Ciudad Real; procedentes del puerto de Barcelona, donde eran reventados algunos contenedores cuya carga consignada consistía en productos de alimentación y bebidas alcohólicas. 

A modo de expertos transitarios, utilizaban la logística propia de la paquetería, cargando las mercaderías sustraídas en furgones de mediano porte, muy bien conducidos por inmigrantes sudamericanos. Se trataba de bandas de asaltantes de camiones, cuyo negocio había caído en picado gracias a la actuación, del todo eficiente, de la Guardia Civil, que, ante la inoperancia por desmotivación de los dotados Mossos d’Esquadra, detenía aquellos vehículos blancos que circulaban a más de ciento cincuenta kilómetros-hora por la autovía del Sur, repletos de placas solares y de motocicletas, tratando de pasar desapercibidos entre los veloces furgones de los chinos, éstos cargados de mercancías de lícito comercio. Habían decidido cambiar de mercado al estar las placas solares más custodiadas por vigilantes de seguridad privada en parkings de autopistas catalanas y por la presión de los agentes de la Guardia Civil que llegó a contar con automóviles mercedes y otros vehículos de alta gama que les hacían más operativos. 

Este hombre, casado con la Anita por el sistema de designación familiar, aprovechado para el negocio recién celebrados los esponsales; no era capaz de captar el más mínimo detalle de la agitada vida que llevaba su esposa – quizás no le importaba – pero – él mismo lo decía – el hostal se mantenía gracias a su desmedido y encomiable control. Su información sobre las características físicas – el hombre no disponía de cámaras – de dos jóvenes en actitud curiosa y paseo detenido por el local, que habían visitado el hostal una semana antes del luctuoso suceso, puso a la Guardia Civil en la buena dirección. Un mes después eran detenidos en un piso de Jaén los dos asesinos por agentes de la Brigada de Homicidios de la Policía Nacional, en colaboración con la Comisaría General de Policía Científica, que aportó pruebas decisivas, al haber sido violada la mujer y cotejado su ADN con el de aquellos malhechores. 

La Encomienda tenía los inconvenientes que se corresponden con una situación geográfica envidiable, al tiempo que encrucijada de caminos, en el centro de una rosa de los vientos, que no disfrutaba de las ventajas que, en otro lugar de España, habrían sido aprovechadas, como no podía ser de otra manera. Por el contrario, sin empresas y habiendo hecho ya cesión de sus propiedades agrícolas, por la venta a vecinos más laboriosos de otros pueblos; se conformaba con hacer de isla que venía siendo atacada por corsarios de la delincuencia común, amén de políticos interesados, de izquierdas – decían ellos, mientras manipulaban a los vecinos – y estaban por llegar los verdaderos cuatreros, el equipo que se haría cargo del PP local, regido por indocumentados y fácil de comprar; mientras tanto, la inseguridad, junto a la deficiente preparación y dedicación del profesorado, eran considerados por algunos vecinos como las causas del fallido de un pueblo, que estaba dotado de las mejores infraestructuras viarias e industriales que se conocía en la provincia. La formación profesional era inexistente, lo cual suponía un problema serio para la implantación de empresas, que no dispondrían de mano de obra especializada, ya que los pocos jóvenes formados se habían decidido – a la fuerza ahorcan – por la emigración, bien a otras comunidades autónomas, o a países lejanos, con el consiguiente quebranto para las familias; que no entendían qué había fallado en décadas pasadas, y se preguntaban en qué se había empleado su voto, sin reconocer la parte alícuota de la responsabilidad que les correspondía como ciudadanos. 

Empezaba a ser un secreto a voces que los responsables de semejante parón y consiguiente ausencia de futuro para sus hijos eran los gobernantes socialistas, tanto del pueblo como de la provincia y región. Ciudad Real era la provincia más deprimida de toda España, y eso a pesar de ser la sede de Órdenes Militares, o quizás debido a ello. Atrasada dentro de la propia región y del país, no superaba los mínimos de los parámetros sociales y económicos, y llegaría, al inicio de la nueva década, al 31% de desempleo y 35% de índice de pobreza, todo un éxito de José Bono y José Mª Barreda, artífices del hundimiento. Hay que marchar de aquí, dicen los más críticos, que nos recuerdan a los okis de aquella Oklahoma de las Uvas de la Ira, que supo remontar la crisis tan terrible que padeció en 1930; hoy es la tercera economía USA, como recordarán nuestros lectores, y su sector punta es – curiosamente – el de I+D+I, que serviría, a no dudar, de motor de desarrollo y crecimiento en esta vasta área del Sudoeste Español, la misma situación geográfica de Oklahoma y California en los EEUU de América. 

Al mismo tiempo que un reducido grupo de presión, al frente del cual cabalgaba un importante constructor de La Encomienda, trataba de hacerse con el control del Partido Popular local, objetivo a cumplir a lo largo del año 2009, de cara a las elecciones municipales de 2011, las fuerzas y cuerpos de seguridad, Guardia Civil y Policía Nacional, llevaban a cabo un amplio dispositivo de seguimiento de una red internacional de tráfico de cocaína cuyo epicentro podía encontrarse en la comarca de La Encomienda. Los primeros envíos de coca llegaron desde Tánger, utilizando dos vehículos, en el primero de ellos, que actuaba de piloto, viajaba, teléfono móvil en mano, el colombiano aquel de La Solana que hizo de introductor de embajadores al abogado y al concejal del PP de La Encomienda, en la ciudad marroquí de Tánger, y la entrega se realizó con puntualidad y sin riesgo alguno, estos dos profesionales, reconocidos en el pueblo, organizaban el reparto con inmediatez, apoyados por un docente que ocupaba cargos de dirección en una red de colegios privados de la zona; se trataba de personas de reconocido prestigio en la localidad, algunos vinculados antaño a los medios de comunicación de la Iglesia. 

El abogado fue convocado por el colombiano por asunto de urgencia; la reunión tuvo lugar en el Parador de Almagro, y en ella le fue comunicado el cambio de planes decidido por aquellos marroquíes que había conocido en el hotel Minzah de Tánger; la lucha emprendida por el Rey de Marruecos contra el terrorismo yihadista, forzado a ello por sus aliados occidentales, había supuesto un incremento de controles policiales en las fronteras del reino alauita con Europa, de modo especial se había reforzado la vigilancia en el puerto internacional de Tánger, lo que suponía un riesgo añadido para los narcotraficantes. 

La cocaína, explicaba el colombiano con una dicción y dominio del español superior al de aquel abogado bobalicón, al que solo preocupaban los ingresos procedentes de aquel tráfico, y para nada la logística correspondiente, llegaría desde Medellín por vía aérea hasta el aeropuerto de Madrid Barajas, donde la recogería él mismo, que acudiría a la capital en automóvil, con sus dos hijos pequeños bien sujetos en las sillitas de seguridad del asiento posterior, debajo del cual estibarían la droga, que sería entregada en La Encomienda, en el aparcamiento del hostal “Zagala II”, o en otro establecimiento similar instalado unos kilómetros más al sur, el destino se reservaba para el último momento, se decidiría por teléfono móvil, siempre que el hombre que quedara de guardia en el hostal, diera el conforme a la parada, al no detectar presencia policial y contando con que habría que bajar a los niños para que hicieran sus necesidades y degustar todos ellos una consumición a fin de no despertar ninguna sospecha entre los empleados de la cafetería. Aquellos dos primeros viajes por carretera resultaron todo un éxito, aunque no fueron conscientes de que en el segundo habían sido controlados, ya desde el mismo aeropuerto de Barajas, y se les dejó hacer para que condujeran a la Guardia Civil hasta las ramificaciones de entrega, que resultaron ser Valdepeñas y la Corralada, donde también había un implicado del propio PP a escala provincial, además, claro está, de La Encomienda. Abortar esta operación de captura del alijo compuesto por dos kilos de cocaína pura ocasionó algunos roces entre los responsables de la operación policial, pero se demostró efectivo dos meses más tarde; resultó fácil introducir un propio en calidad de topo - al tratarse el abogado de un tipo pagado de sí mismo - cuya misión se reduciría a detectar la fecha del siguiente envío, a través de los movimientos de integrantes de aquel grupo que, como era obvio, manifestarían inquietud y nerviosismo al tratarse de unos aficionados, a los que les venía grande el volumen de la operación, ya que la elección de los mismos se debía a su reconocido prestigio social en un pueblo situado en medio de vías de comunicación de alta capacidad. 

El colombiano propuso los últimos días de Febrero de 2009 como fechas adecuadas para el siguiente envío, ya que Galicia y el País Vasco se encontraban inmersos en campaña electoral y aumentaría el tráfico de pasajeros en el aeropuerto de la capital, dado el interés político que despertaban ambos eventos electorales. Los controles se incrementarían en los aeropuertos de Lavacolla en Santiago y La Paloma en Bilbao, sobre todo en este último. La operación policial fue diseñada con especial atención a los niños del coche mula, a quienes había que proteger a toda costa, al desconocer el topo si aquel individuo – el colombiano - portaba armas de fuego. El tipo situado de apostadero en el hostal no concedió ninguna importancia al automóvil de gran cilindrada en el que dos personas hacían arrumacos, ya que el aparcamiento del “Zagala” se prestaba a ello, al tratarse de un lugar seguro. Los controles de la propia Guardia Civil eran desplegados en aquellos momentos, informados de que el automóvil del colombiano, un Peugeot 307, había dejado atrás el término de Ocaña, algún agente rezaba para que el sudaka aquel no llevara consigo armas de ningún tipo; estaba previsto que la mujer policía que fingía aquel escarceo amoroso dentro del audi plateado, se hiciera cargo de los niños, desatendiendo cualesquiera otra misión, aún en el supuesto de enfrentamiento armado, algo poco probable. 

Una hora después aparecía el peugeot, que era recibido por los ocupantes de dos coches, que acababan de llegar al aparcamiento del hostal, advertidos por teléfono móvil de la llegada de los viajeros - en la jerga del contacto por móvil – al hostal. La agente saltó del coche pistola en mano y se dirigió a la puerta trasera del coche del colombiano, mientras el resto de los agentes llegados rodeaban los tres vehículos impidiendo que escaparan los narcos – el veterano y los novatos – y procedían a esposarlos. En la autovía habían pescado a uno de los enlaces de Valdepeñas, los detenidos fueron trasladados a Ciudad Real, quedando los niños en acogida, y los coches trasladados a buen recaudo por grúas contratadas por la policía municipal.