domingo, 10 de junio de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (016)

Ayuntamiento de Almodóvar del Campo


Enterados los padres de Rita por boca de la propia Quiteria de que tenía una hija acogida en Villanueva a la protección y cuidado de las monjas de La gota de leche, así como el Tomasillo, que manifestó gran alegría; se encomendó a éste el transporte de las vituallas y el efectivo que don Anselmo enviaba a aquellas monjas, quien lo tuvo a orgullo, a pesar de la negativa a ser acompañado por Teofila, manifestada por Antonio, quien cada viaje hacía alguna aportación, como dulces o empanadas para las propias monjas, a veces enviaba un sobre con algún dinero para misas celebradas por el párroco de aquel convento reconvertido en Inclusa. Tomasillo ya gozaba de toda la confianza y el cariño de aquel matrimonio. Se convino en que realizarían dos viajes por año, y Tomasillo sería acompañado por uno de los arrieros de don Anselmo, a quien el muchacho ya pensaba ayudar en la descarga del carro a la llegada a Villanueva. 

Es en estos años, fin de la década de los 40, cuando comienza a perder habitantes Villanueva, que había llegado a ser capital del Campo de Montiel, debido a la emigración sin retorno, y al abandono de la agricultura y ganadería; en tiempos constituyó un foco cultural y espiritual por la presencia de Quevedo, Cervantes y Lope de Vega. La Gota de leche estaba situada en las proximidades del famoso convento de Santo Domingo, en una de cuyas celdas falleció nuestro insigne Francisco de Quevedo y Villegas. Tomasillo siempre convencía al tosco y rudo arriero y visitaba el convento, donde dejaba algún dulce que sisaba a las monjas que continuaban sin permitirle ver a su querida y desconocida hermana, como había ocurrido con Demetrio tiempo atrás. Todavía faltaban seis años para que recuperaran a su hermana Edelmira. 

Los presentimientos de Quiteria se hicieron realidad; Quintanilla recibió a sus vecinos exiliados en cárceles lejanas, muchos de ellos enfermos y todos raquíticos, prueba del trato inhumano y vejatorio que recibieron en prisiones y campos de trabajo forzado entre 1939 y 1946, durante la primera etapa de la dictadura franquista. Algunos vecinos venían de Navarra, otros lo hacían desde Andalucía. Los campos de trabajo del franquismo fueron el preludio de los campos de concentración nazis y, aunque en menor medida, también los campos españoles podían ser considerados campos de exterminio, ya que a los presos que consideraban irrecuperables los ejecutaban al poco tiempo de llegar al campo. 

Se producía una real explotación laboral de los republicanos presos; hemos de anticipar que la explotación laboral sería una constante en la vida de Demetrio Expósito, actuante en modo paternalista, como se vanagloriaba el general Franco en sus discursos referidos a los campos de trabajo, criticados en toda Europa. Demetrio y toda su saga familiar se caracterizó por la explotación laboral, ejercida durante décadas, hasta nuestros días. 

Aquellos que se consideraron recuperables trabajaron como esclavos reales, así se les llamó, en condiciones inhumanas; se trataba de ex combatientes, disidentes, y homosexuales, como vigilantes se nombraba a presos comunes que se caracterizaban por ser especialmente violentos y crueles. Se dedicaban a trabajos forzados de reconstrucciones, a las duras minas de sal y de mercurio, a la construcción de carreteras, presas y canales. Por centenares volvían a sus pueblos ciudadanos castellano-manchegos desprovistos de dignidad y con secuelas físicas y psicológicas que arrastrarían de por vida. En el recuerdo de muchos vecinos aquellas muertes del amanecer, de vecinos propios o foráneos. Pero la situación iba a cambiar, como supo anticipar Quiteria a su hijo mayor. 

Corría 1948, se acercaba San Antón y en las casillas del campo se cuidaba de los animales; un vecino de Justino; éste se había hecho con una de aquellas casillas extorsionando a su propietario, con antecedentes republicanos en la familia; extrañado de que permaneciera cerrada a cal y canto en aquellos días previos al santo, dio aviso al alguacil; que, acompañado del vecino, llamó con insistencia, toda vez que en su piso del pueblo no estaba y nadie daba razón, y se decidió por forzar la puerta, tras mandar recado a la Guardia Civil.