Luigi Di Maio; líder del 'Movimiento Cinco Estrellas' |
Italia, la tercera potencia económica de la eurozona y país fundador de la UE, puede arruinar todos los proyectos de reforma de la Unión, a la cabeza de ellos el del presidente francés Emmanuel Macron, y abrir una crisis que dejaría pálida, aunque no sea desde el primer día, a la que provocó la llegada de Syriza al gobierno griego en 2015. Y no porque el país transalpino vaya a abandonar el euro o exigir que se le condone una parte sustancial de su inmensa deuda pública (que equivale al 131 % del PIB). Que aun siendo puntos, en teoría irrenunciables, del ideario del M5S y, si bien no tan claramente, también de la Liga han sido pospuestos por ambos partidos. Sino porque buena parte de las reformas que se propone aplicar el nuevo gobierno chocan frontalmente con la esencia de la política económica, de emigración, se seguridad y hasta exterior, de la eurozona.
Particularmente la bajada de impuestos (mediante la creación de un tipo plano o “flat tax” del 15 o 20 %), el establecimiento de una renta básica universal de 750 euros o la reforma de las pensiones. Puntos todos ellos que provocarán un aumento del gasto público y del déficit del estado en porcentajes que violan abiertamente los límites draconianos que desde hace años impone Bruselas. A eso se añade que la coalición pretende un cambio sustancial de la política migratoria de la UE, algo que exige no sola la ultraderechista Liga Norte sino también el M5S, y también que todos los países miembros tengan que acoger obligatoriamente una cuota de inmigrantes para reducir la enorme tasa que Italia ha tenido que asumir en los últimos años por la vía de los hechos.
Por si todo eso fuera poco, también exige un cambio sustancial de la política de seguridad y un nuevo enfoque de las relaciones de la UE con Rusia, empezando por anular las sanciones que la Unión adoptó contra el país de Vladimir Putin como represalia por su anexión de Crimea y que siguen en vigor.
El rumbo del nuevo gobierno es de abierta colisión con Europa
En definitiva, el rumbo del nuevo gobierno es de abierta colisión con Europa. Por el momento no se puede prever cómo y en qué plazos se producirá ese choque y habrá que esperar a cómo se desarrollan los acontecimientos. Pero nadie -ni dentro ni fuera de esos partidos, en Italia o en Europa- tiene la mínima duda de que tendrá lugar.
Primero, porque si hay algo que una a dos formaciones tan distintas –la una de ultraderecha sin muchos matices, la otra “antisistema” en términos generales, pero con indudables connotaciones de lo que todavía hoy se entiende por izquierda- es justamente su férrea oposición a la política que la UE ha venido practicando desde el inicio de la crisis económica y a la que se considera principal responsable de los males que sufre Italia, y en particular su clase trabajadora y buena parte la media, así como las regiones menos favorecidas.
Pero también porque ese rechazo de todo lo que significa el término “Bruselas” ha sido el banderín de enganche de ambos partidos para dar el salto electoral que el pasado 4 de marzo supuso el golpe, seguramente definitivo, a los partidos tradicionales y el inicio de un tiempo político verdaderamente nuevo y sobre cuyo futuro se desconoce prácticamente todo. Porque a lo largo de los años la austeridad que imponía Europa y, en general, todas las iniciativas propiciadas por el “establishment” político europeo han sido interiorizada por una gran mayoría de la ciudadanía italiana como las grandes culpables de sus problemas y Bruselas identificado como el enemigo a batir.
El debate político italiano está a un nivel superior al de la política interior. Buena parte de la gente corriente piensa que la solución de los problemas italianos está en Europa o, mejor dicho, cree que ni el centro-izquierda de Matteo Renzi ni la de derecha que representan Berlusconi y otros partidos menores son referentes antagónicos suficientemente relevantes. Que sí, que hay que derrotarlos, faltaría más, pero que ya han dado demasiado de sí y están demasiado caducos como para que esa derrota pueda propiciar grandes cambios y que lo que hay que combatir es al poder europeo.
Detrás de esas ideas, que el M5S y la Liga comparten cada una a su manera, hay un profundo cambio de actitudes en la sociedad italiana. Hace un cuarto de siglo, e incluso algo menos, Italia era el país más europeísta del continente. Lo eran sus amplias élites, pero también la nutrida militancia de sus partidos, de izquierda y de centro-derecha. Hoy es seguramente de los que menos.
Lo extraordinario e imprevisto es que esas actitudes y sentimientos hayan llevado a una síntesis, provisional o no, ya se verá, entre movimientos de signo y cultura política tan opuestos como los dos que ahora van a formar gobierno. En ese sentido, Italia ha dado un paso adelante respecto de muchos otros países europeos a la hora de superar la contradicción interna que existe en la contestación al poder del establishment político y económico. La de que unos países el protagonismo de la misma corresponde a la ultraderecha casi siempre xenófoba, en otros a la izquierda y en otros, por fin, a ambas, pero desde posiciones irreconciliables entre sí.
En Italia van ahora juntas. Y aunque el experimento puede durar poco tiempo, pero también puede ocurrir lo contrario, la fuerza que puede nacer de esa unión si sabe hacer mínimamente bien las cosas, va a poner en jaque a buena parte de las bases en que asienta el poder europeo. Justamente en un momento en el que éste presenta sus mayores debilidades desde hace muchas décadas.