domingo, 10 de septiembre de 2017

"La Saga de La Encomienda" - Camarero adúltero apuñalado (2/2)

MLFA 
Autor de 'La Saga' 


En el piso, ajenos a todo, los amantes se habían instalado en el dormitorio, no faltaba cenicero y limpias copas de vino en la cómoda, que se reflejaban en el espejo antiguo, regalo de Isabel, de cuando se casaron; los besos y caricias se sucedían a velocidad pasmosa, el intento del joven por atemperar aquel ritmo de amor, también de pasión desmedida, resultaba vano, ella se cubría con una punta de sábana, calzaba la braga que tapaba los dedos de Javier, al tiempo que la vulva inflamada, él tenía la camisa arrebujada junto a la almohada, el resto de la ropa yacía esparcido encima de las alfombras de pie, a ambos lados de la cama, también, a modo de palo de vela, una potente erección, el escenario de amor estaba inundado de tenue luz que provenía de sendas lamparillas, cubiertas con pañolones. Ella le besaba el miembro con fruición.

De repente se desencadenó el infierno; la pareja no escuchó la puerta del piso, encerrados en su dormitorio como estaban, y a punto de acoplarse por primera vez en aquella que sería la noche trágica, el inicio de la maldición que sacudiría el imperio de “Zagala” en años venideros; Eulogio se abalanzó sobre el muchacho, necesitaba valerse de la sorpresa inicial, blandiendo aquel temible puñal; el instinto hizo acuclillarse a Javier y, adoptada la posición fetal frente al homicida, las rodillas enhiestas del joven limitaron el recorrido de la puñalada, que penetró justo en la base del hígado pero sin atravesarlo completamente al no hundirlo, impedido por aquellas rodillas alzadas. Desplazado por el impulso matador hasta el borde de la cama, tiró de machete hacia afuera provocando el consiguiente destrozo de tejido muscular por la acción de la sierra de destripe para animales que adornaba uno de los filos. Apoyado sobre su brazo corto, acometió de nuevo con fiereza el hombro derecho del muchacho, ya sin fuerzas debido al shok hipovolémico, la sangre inundaba completamente el tálamo y los brazos del matador. 

Mercedes se arrastraba por el suelo del dormitorio en estado de histeria, sus gritos atrajeron la atención de los vecinos, uno de ellos, alguacil de oficio, se atrevió a entrar, al encontrar la puerta abierta, testigo de aquella carnicería, urgió a la mujer a pedir ayuda en la escalera, y embalsamó con sábanas y mantas aquel despojo humano del que no paraba de manar sangre. Pidió toallas a gritos y el homicida reaccionó ayudando a contener la hemorragia, consciente de la magnitud de la tragedia que había provocado; abandonando el puñal salió de la estancia, advirtiendo al samaritano que acudiría con su vehículo en busca del herido; el cual respiraba de forma entrecortada, la mirada extraviada y tenía el rostro demudado por el dolor.

Aquel buen hombre le creyó, no le quedaba más remedio, y bajó al joven ayudado por otros dos vecinos, horrorizados pero efectivos en el traslado; varias mujeres socorrían a la infausta adúltera, habían llamado al cuartel, decían muy nerviosas, lo cierto es que la llamada procedió del hijo de una de ellas, joven templado que bajó a esperar a los guardias. Abajo procedieron a introducir al joven malherido en los asientos traseros; el alguacil se puso al volante y obligó al Eulogio a sentarse al lado, pues dijo que haría falta sangre, mucha sangre insistía, detrás uno de los vecinos se abrazaba al muchacho en el intento de parar la hemorragia, la sangre cubría y atravesaba ya aquellas brazadas de ropa, la escena era dantesca, camino del hospital comarcal fueron alcanzados por un coche policial, que adelantando al Land Rover le protegió en su marcha, más tranquilos al reconocer a quien conducía aquel brillante ‘todo terreno’, y agitar éste su antebrazo en señal de asentimiento. 

Media hora después llegaban al hospital, donde todo estaba a punto para recibir al joven; la policía había avisado a la familia, urgiendo su presencia al conocer de boca de los vecinos la magnitud de la sangría, e intuir ya que serían necesarias transfusiones de sangre de los familiares. Eulogio permanecía esposado dentro del coche policial a la espera de la demanda de sangre de parte de otros dos cirujanos a quienes se esperaba de inmediato, llegarían como refuerzo del cirujano de urgencias, ya al frente de la situación, que estaba bajo control, a resultas de la salida del shock hipovolémico del chico; el enorme tajo propinado en el hombro no revestía gravedad, preocupaba el colapso del hígado.

Personados varios familiares y puestos a disposición de las enfermeras para comprobar grupos sanguíneos y proceder, en su caso, a transfusiones de sangre que resultarían vitales para el proceso de resucitación del joven apuñalado, fueron informados del pronóstico reservado sobre su condición clínica. Informado el padre de que el homicida se encontraba a la espera de donar su sangre, caso de que fuera compatible, pidió a los médicos que rechazaran su oferta y a los policías que tuvieran a bien apartarlo de la puerta del hospital; como así se hizo, ordenado por el sargento de la Guardia Civil, quien ya se había hecho cargo del agresor.

Mercedes había sido recogida por su hermano Diego, llegado al poco rato acompañado de la mayor de los Expósito, Isidra, que lamentaba no poder hacerse cargo de la limpieza del piso, con ella venían tres de las muchachas más veteranas, al haberse procedido al precintado del mismo, a la espera de la autoridad judicial que impartiera las órdenes oportunas al Puesto de la Guardia Civil de La Encomienda. Una vez en “Zagala”, la muchacha, después de lavada con agua bien caliente y arreglada en debida forma, se desplazó al Cuartel, acompañada de nuevo por Diego y un abogado amigo de la familia, requerido de urgencia. Allí fueron aposentados en uno de los despachos oficiales, a la espera de que se les tomara declaración; Mercedes estaba sedada convenientemente con comprimidos de Valium, en poder de su madre hacía ya tiempo.

Eulogio permanecía en los calabozos del Cuartel a la espera de acontecimientos, horas antes le habían permitido lavarse la sangre, después de que fueran tomadas muestras de la misma por parte de una enfermera desplazada al efecto, aún no disponía de abogado y la operación se hizo en presencia de dos agentes que actuaron en calidad de testigos; la mujer traía ropa de hospital para el desgraciado, toda vez que le fue retirada la suya propia, embolsada y lista para entregar en sede judicial al cargo del forense de guardia, que se retrasaba lo suyo a la espera del Juez, a quien habían ido a recoger a un pueblo vecino donde se encontraba de visita a sus familiares. 

Ambos llegaron a media mañana y fueron informados por el Secretario Judicial, que había estado presente en todas las actuaciones; a pregunta de su Señoría sobre el arma, se respondió que estaba a buen recaudo, en dependencias de la policía municipal, obrante desde el primer momento en el lugar de los hechos.

Demetrio permanecía en contacto con un familiar directo de Javier, se trataba de un agente de seguros, que les había contratado alguna póliza tiempo atrás; hombre templado que se avenía a acuerdos, ante la propuesta del patriarca. “Zagala”, enfatizó Demetrio, se haría cargo de todo gasto que pudiera ocasionarse: abogados y médicos de Madrid, que ese mismo día serían puestos al corriente, de forma que desplegaran su red de contactos, tanto en el hospital de la comarca, como en sede judicial; su yerno Teodoro quedaba a su entera disposición para viajes a cualquiera de los destinos, con los dos potentes coches-taxi de su propiedad, el ya viejo ‘Supermirafiori’ y el espectacular ‘Plymouth Sundan’ recién adquirido a través de un cupo de importación. Afortunadamente; el chico estaba de Alta en la Seguridad Social, bien que por el mínimo cotizable. 

Demetrio aseguró al pariente de Javier que percibiría el salario íntegro, muy consciente de que la Baja médica que le correspondería resultaría misérrima. Para Demetrio se trataba de un accidente y como tal lo consideraría; afectado seriamente por lo ocurrido, Rita conseguiría a Demetrio un buen médico sin contar para nada con la opinión del amado esposo.

Demetrio Expósito se consideraba responsable de lo ocurrido por haber tomado la decisión de encuadrar al canalla aquél en el ámbito familiar y arreglar aquel matrimonio; el viejo empezaba a ser consciente de que el yerno era un enfermo, su fina intuición y su gran conocimiento sobre la condición humana ayudaban a esa comprensión; de hecho sería éste, el de la enfermedad mental, el primer planteamiento que haría a los médicos madrileños que se enfrentarían en el juicio a los forenses. No conocía la expresión clínica, menos aún la jurídica, pero, sin conocer definiciones, esquizofrenia e inimputabilidad se abrían paso en su mente, lúcida como siempre, a pesar de la grave perturbación que sufrían él y toda la familia. Instruyó a Rita para que se ocuparan de Eulogio, todavía en dependencias de la Guardia Civil; se ocuparía Emilio de ello.

El equipo de limpieza, pintores y escayolistas, realizaron un trabajo de excelencia en el piso de Mercedes y Eulogio; Rita ordenó a una empresa de mudanzas de otro pueblo la retirada de los muebles, espejos, cortinas, lámparas y alfombras, incluyendo el mobiliario de cocina.

Una vez descargados en “Zagala” ordenó que se destruyeran; informado Demetrio convenció a su querida esposa de la conveniencia de entregar aquellos muebles y demás complementos a personas necesitadas, siempre que fueran de pueblos bien alejados, ella aceptó y propuso que fuera el sacristán de la ermita del Nazareno quien realizara gestiones en otros pueblos, siendo por cuenta de la familia los portes. Rita ordenó dar fuego al dormitorio matrimonial, incluida la cómoda y los cortinajes a los que había salpicado sangre del muchacho, todos estuvieron de acuerdo con aquel rito de purificación, pidió que se hiciera en terreno propio pero alejado y que comprobaran la combustión total de los restos, para ser esparcidos como ceniza irreconocible, que el viento terminaría llevándose de “Zagala