sábado, 16 de septiembre de 2017

"La Saga de La Encomienda" - Intrusión con accidente mortal (1/2)

MLFA
Autor de 'La Saga'

Réplica de la gasolinera donde perdió la vida Manolo; se vio obligada a cerrar por corrupción.

Manolo, el marido de la hija mayor de Isidra, había regresado de Ceuta hacía varios meses, recuperada su vida civil junto a su esposa Luisi y la hija de ambos; el regreso había supuesto un desastre ya que, junto al despido que le propinó el dueño de la gasolinera, alegando que su plaza había sido cubierta; fue informado por alguno de sus familiares de que la esposa no le había guardado la ausencia, ella continuó, durante aquel año y medio de servicio militar del marido, haciendo vida de soltera, utilizando a los de “Zagala” para que se hicieran cargo de la niña durante sus salidas, tanto los fines de semana, como a ferias y fiestas de La Encomienda y de pueblos de la comarca. 

Había servido en Regulares y sus mejores amigos pertenecían a la ‘lejía’, eran hombres duros de pelar, que habían encontrado en la Legión un estilo de vida nuevo, diferente de la sociedad de la que procedían, una religión, en suma. Manolo sentía admiración por ellos, y no se había reenganchado debido al profundo enamoramiento que sentía por su esposa, que, de ninguna de las maneras, compartiría aquella decisión. Aunque no dejaría de replantearse la posibilidad de reenganche, su hoja de servicios era impecable; aquellas charlas con los legionarios que volvían de Líbano, Afganistán, Irak, Malí y Senegal se hacían interminables, pero él escuchaba con atención y leves destellos de admiración hacia sus compañeros.

Ante la negativa del dueño de la gasolinera a reubicarle en otro puesto se decidió por presentar una reclamación, para ello se presentó una tarde en el sindicato comunista de La Encomienda, que se avinieron de inmediato a mediar ante el propietario, antes de iniciar la interposición de una demanda por despido nulo ante los tribunales de lo Social. La mediación resultó un éxito y Manolo fue readmitido en la gasolinera, con las funciones que tenía asignadas antes de su incorporación al Ejército. Los sindicalistas no quisieron o no supieron, es más probable esto último, blindar el puesto de trabajo de Manolo; lo que provocó su despido a las dos semanas de la reincorporación al empleo, buscando el despido improcedente que sería sustanciado con la indemnización que le correspondiera por ley. En “Zagala” tampoco readmitían a los milicos.

Aquello complicaba aún más la estabilidad de su matrimonio; dolido ante semejante injusticia, Manolo se dispuso a tomar venganza contra aquel empresario desalmado que, por ley, debía haberle guardado su puesto de trabajo y proceder a su incorporación al mismo al volver de cumplir sus deberes con la Patria. Recordó las trampas que se venían haciendo en la estación de servicio y dispuso un plan de intrusión en el edificio, para el cual se consideraba preparado. Precisaba extraer de las oficinas documentos, que conocía bien, al estar firmados de su puño y letra, con ellos en su poder podría demostrar ante el Juzgado que en la gasolinera aquella, al igual que en otras muchas de la zona, se procedía a la mezcla de carburantes y venta al precio más caro de los productos mezclados.

El sistema habitual consistía en mezclar gasóleos y gasolinas de dos clases en aquellos grandes tanques de la estación de servicio y proceder a la venta del producto así mixturado al precio del de superior calidad, para lo cual sobornaban al conductor del camión que les traía el carburante desde la terminal de carga correspondiente. Se trataba de una práctica habitual en las gasolineras de carretera, en las que los clientes llegaban y desaparecían hasta Dios sabe cuando y, en el caso de que sufrieran averías en sus motores, resultaría difícil, por no decir imposible, que recordaran donde habían repostado sus vehículos; dependiendo de la falta de honradez de los conductores, en algunos casos se trataba de verdaderos desaprensivos, había llegado, su jefe en concreto, a mezclar gasóleo normal con el mismo producto para calefacción, que a buen seguro habría producido graves averías en los camiones que habían cargado allí sus tanques de hasta doscientos litros.

Otro de los trucos consistía en demorar las bajadas de precios del carburante, esto se llevaba a cabo durante los fines de semana, al tratarse de usuarios diferentes, domingueros más atentos a su llegada a destino que a fijarse en los precios del carburante; resultaba peligroso ya que, a pesar de ser clientes de fin de semana, solían estar informados acerca de subidas y bajadas en los precios, aunque no con el conocimiento riguroso y preciso de los clientes de hoy en día. 

Tenía que resultar rentable - pensaba Manolo – que era el encargado de llenar el maletero del inspector de turno con todo tipo de obsequios, incluidos jamones de buena marca y bebidas alcohólicas de importación, además de invitarle a todo tipo de consumiciones, normalmente se trataba de platos de jamón y queso excelentes, regados con los mejores vinos. El sistema utilizado para mantener la fidelidad de las grandes flotas de camiones consistía en el relleno de facturas falsas por medio de las máquinas de facturar de la bandera de la estación, es decir, de la petrolera correspondiente, la que les abastecía; esas facturas ascendían a muchos miles de pesetas y se utilizaban para cuadrar balances fiscales con Hacienda, no se entregaban a los conductores sino a empleados de la empresa que visitaban la estación de forma periódica, con pedidos de facturación y matrículas de sus vehículos con expresión de las fechas de los falsos repostajes.

Esta idea se le había metido en la cabeza al cabo rojo de regulares con motivo de la visita de uno de sus compañeros de cuartel, a quien relató lo sucedido con el canalla de la gasolinera, y que le ayudó a preparar el plan de intrusión en la instalación; decidieron se llevaría a cabo de noche, a través del tejado y de la buhardilla sin ventanas que coronaba el edificio principal. La oficina se encontraba debajo de aquella buhardilla, que más bien parecía un palomar y podía estar repleto de palomina, necesitaría proveerse de botas de goma altas y deshacerse de ellas al término de la operación. Además precisaba de linterna, palanca y destornillador para perforar con limpieza el bombillo de la cerradura de la oficina; la palanca le ayudaría a reventar una red metálica que separaba la buhardilla de la escalinata. La cogería del almacén del hostal donde había de todo y se desharía de ella en alguno de los pozos colindantes.

Tendría que ser en noche de domingo, al ser la única de la semana que permanecía cerrada la estación y sin otra iluminación que la de emergencia; tenía a su amigo que, desde Palma del Río, se dirigiría al propietario de la gasolinera para tratar de llegar a acuerdos, bien de tipo económico o - quién sabe, le recordó el ‘lejía’ aquél – si se procedería a su readmisión. Manolo pensó en el dinero, no veía cómo salvar su matrimonio, la Luisi aquella, su mujer, era una total inmadura – pensaba Manolo hacía semanas – así que se trataba de conseguir pasta, había pensado en reclamarle dos años de sueldo, a cobrar directamente en las oficinas y a la vista, no quería traiciones que le llevaran al Juzgado y peligrara su reenganche en la Legión, a poder ser en el Tercio ‘Duque de Alba’ y acuertelamiento en el Serrallo de Ceuta. Solo echaría en falta a su pequeña, a quien vendría a ver en los permisos; seguro que su suegra, la Isidra, que era persona muy decente, al igual que su marido, se ocuparían de la niña, mientras la madre puteaba a su gusto en los pueblos del entorno.